Mayo del 68. 50 años de una revolución de cine.
Se cumple medio siglo desde aquel famoso Mayo del 68, con las revueltas que paralizaron Francia, y que, a raíz de la intervención de los líderes de la Nouvelle Vague, Jean-Luc Godard y François Truffaut, también interrumpieron, y suspendieron, la XXI edic
En 1968, el mundo estaba en efervescencia. Había más jóvenes que nunca, los llamados baby boomers, y se estaban politizando. Querían cambios. Frente al imperialismo americano, tan criticado como vulnerabilizado por la Guerra de Vietnam (la ofensiva del Tet, en febrero 1968, evidenció que el Vietcong podía ganar), y al totalitarismo del Telón de Acero, que acabaría resultando todavía más evidente con la entrada de los tanques soviéticos en Praga (agosto 1968), se imponía la fantasía de una tercera vía, inspirada en la barbas cubanas o la China de Mao, desde donde llegaban noticias de una cierta Revolución Cultural que, así, en la distancia, sonaba bastante bien. Hubo protestas por todo el mundo, pero, en mayo de 1968, Francia vivió el terremoto social más potente de todo el siglo XX: tras las movilizaciones estudiantiles y proletarias, se declaró una huelga general sin precedentes, que estalló en pleno Festival de Cannes, y paralizó el país durante semanas.
El mundo del cine no podía mantenerse al margen de las convulsiones sociales. Más, cuando, una década atrás, ya había vivido su propia revolución estética, con la llegada de la Nouvelle Vague, capitaneada por François Truffaut y Jean-Luc Godard, además de Jacques Rivette, Claude Chabrol y Éric Rohmer, entre otros. Aquellos jóvenes turcos, como se les llamaba entonces, también se fueron politizando. Tenían buenas razones para estar cabreados.
ENTRE LA CENSURA Y LA CINÉMATHÈQUE
Charles De Gaulle llevaba tanto tiempo instalado en el poder como la Nouvelle Vague haciendo películas, y había impuesto una férrea censura con la que aquellos críticos metidos a cineastas chocaban demasiado a menudo. Fue muy sonada, por ejemplo, la prohibición de La religiosa (J. Rivette, 1965) en una república presuntamente laica, o la de El soldadito (1960), segundo film de Godard que permaneció tres años en los estantes de la censura por atreverse a tocar, aun de forma ambigua, un tema tan espinoso como la Guerra de Argelia.
Todo empeoró considerablemente cuando, en febrero de aquel mismo año, Henri Langlois, fundador (en 1936) de aquella Cinémathèque que había sido la escuela de cine de todos, fue apartado de sus funciones por el ministro André Malraux, bajo el pretexto de gestión caótica. De nuevo con Truffaut y Godard al frente, el cine francés sacó las pancartas a la calle y llegaron telegramas de los cineastas más importantes del mundo, de Josef von Sternberg a Akira Kurosawa, pasando por Fritz Lang, Charles Chaplin o Jerry Lewis, entre otros muchos. Malraux cedió a la presión, y Langlois volvió a su puesto en abril, pero para entonces todo el país estaba al rojo vivo, y el cine también. L’affaire Langlois fue un Mayo del 68 avant la lettre.
EL CINE DE LAS BARRICADAS
Si el cine de la Nouvelle Vague se caracterizó, entre otros aspectos, por abandonar los estudios y bajar a la calle con cámaras más ligeras, el que surgió durante el Mayo francés nació con la voluntad de registrar los acontecimientos que no aparecían en los telediarios, y formar parte de ellos, revolucionando, de paso, las formas del documental. El film colectivo Loin du Vietnam (1967) marcó la pauta, y, en sintonía con el espíritu colectivo del momento, Godard, que se había declarado maoísta con La chinoise (1967), formó el grupo Dziga Vertov, desde donde lanzaba los llamados cinétracts (anónimos pasquines animados, a imagen de los carteles que plagaban las calles). No fue el único grupo armado con cámaras: estaban también el grupo Arc o el grupo Medvedkin, aunque el trabajo más representativo de todas aquellas imágenes tomadas a pie de calle, entre barricadas y asambleas, podría ser el largo Grands soirs et petits matins (William Klein, 1978), que puede verse en YouTube. Es el más completo, y no por nada el cartel de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, que también cumple 50 años, ya que nació a raíz de Mayo del 68, es una foto de Klein. Para la historia del cine, el acontecimiento más relevante de Mayo del 68 fue que llegara a su apogeo con la huelga general del 13 de mayo, en pleno Festival de Cannes, provocando su cancelación.
UN ESPAÑOL EN MEDIO DE TODO ESTO
“SUBIMOS TODOS AL ESCENARIO Y ESTUVIMOS AHÍ AGARRÁNDONOS A LAS CORTINAS PARA IMPEDIR QUE SE DESCORRIERAN”. Carlos Saura
Participamos prácticamente en todo el tinglado que se organizó, recordaba, años después, Carlos Saura: Precisamente, todo explotó el día de la proyección de
Peppermint frappé, que la organización estaba empeñada en proyectar porque estaba programada. Nosotros la habíamos retirado de forma un tanto extraña, porque, oficialmente, no podíamos retirarla; no teníamos ni voz ni voto. Era un problema casi estatal. Pero la retiramos a titulo personal, es decir, nos retiramos nosotros: Geraldine (Chaplin, su compañera y protagonista), Elías (Querejeta, el productor) y yo. Y entonces, se organizó un espectáculo maravilloso. Sobre la pantalla, pero sin descorrer las cortinas, se empezó a proyectar la película con todo el cine lleno de gente protestando, y entonces subimos todos al escenario y estuvimos allí agarrándonos a las cortinas para impedir que se descorrieran, junto a Godard, Truffaut, Malle, Polanski, a bofetada limpia. A Geraldine incluso le dieron un puñetazo en un ojo.
La XXI edición del Festival de Cannes había empezado el 10 de mayo con su habitual despliegue de estrellas, pero no tardó en toparse con la realidad. Tal y como relataba nuestro enviado especial Jorge Fiestas en su entrada del sábado 11 para su Diario Frívolo de un Festival: En París se anuncia una huelga general para el día 13 y se ha pedido que el festival suspenda todas sus actividades. Al cabo de una semana, con toda Francia en silencio, llegó la accidentada proyección de Peppermint frappé,
tras la cual Monica Vitti, Roman Polanski y Louis Malle, que formaban parte del Jurado, dimitieron. Al día siguiente, por primera y última vez en su historia, el certamen quedó suspendido. No hubo Palma de Oro aquel año, pero Saura se resarció con el Oso de Plata al Mejor Director de la Berlinale, donde, finalmente, se proyectó Peppermint frappé.
EL FIN DE LA NOUVELLE VAGUE
Sí, existió alguna vez la Nouvelle Vague, confiaba Truffaut a FOTOGRAMAS, en 1969, con motivo del estreno de La Sirena del Mississippi. Actualmente, existen unos realizadores de gran valor como son mis queridos amigos Godard, Chabrol, Resnais, Malle y compañía. En realidad, la amistad entre Godard y Truffaut estaba bajo mínimos. Godard se había radicalizado, pero Truffaut, que también había participado
en las manifestaciones, frecuentado locales ocupados como el Teatro Odeon, y encabezado las protestas a favor de Langlois y por la suspensión de Cannes, rechazaba la politización de su cine: Una película no es un panfleto o un manifiesto político. Una película es una obra de arte. Godard pensaba distinto, y acusaba a su viejo amigo de haber acabado haciendo el mismo cine contra el que había cargado cuando Truffaut se dio a conocer como el más virulento crítico de Cahiers du Cinéma. Los dos amigos habían tomado caminos opuestos. Truffaut, que tuvo una infancia marginal como la de Los cuatrocientos golpes (1959), se había aburguesado, mientras que Godard, que provenía de una acomodada familia suiza, abrazó una radicalidad que se tradujo en una perpetua experimentación. Y en eso sigue. La sangre no llegó al río hasta tres años después, cuando Godard le escribió para pedirle dinero (sic) y recriminarle la presunta impostura de La noche americana (1973), gran ejemplo de cine dentro del cine. La respuesta de Truffaut fue rauda y caudalosa: 20 folios de pura rabia en donde definía a Godard como comportamiento de mierda encima de un zócalo.
EL DESENCANTO REVOLUCIONARIO
La revolución fracasó, al menos políticamente, porque, aunque De Gaulle acabó retirándose, la derecha arrasó en las elecciones de junio y se mantuvo en el poder hasta la llegada de Mittérrand en mayo de 1981. Tras los sucesos del 68, todo quedó más o menos roto, dijo Godard: Tuve que tomarme un respiro y me fui de París. Estuve en Cuba, en Canadá, en Estados Unidos, tratando de hacer cine. Sabía que las películas no habían tenido éxito, pero eso sirvió para romper la rutina. El 68 sirvió para eso, par romper la rutina.
Mayo del 68, que trajo consigo no pocas mejoras sociales y culturales, marcó el cine, y el cine que siguió lo ha recordado de vez en cuando. Louis Malle, uno de los protagonistas de aquel Festival de Cannes, lo recordó en clave campestre con Milou en mayo, mientras que Olivier Assayas evocó su propia juventud en Después de mayo. Aunque lo más llamativo de las películas sobre el mayo francés es que las más conocidas lucen el atractivo rostro de Louis Garrel, protagonista de Soñadores, de Bernardo Bertolucci, o la fantasía de alguien que no estuvo ahí, y Mal genio, de Michel Hazanavicius, que es un biopic de Godard hecho por alguien que no ha entendido el objeto de su estudio. Entre ambas, Louis Garrel protagonizó a las órdenes de su padre, Philippe Garrel, Les amants réguliers, la mejor película sobre aquel convulso período. Un film cargado de autobiográfica verdad, donde Louis es el álter ego de su padre, uno de los cineastas más destacados, junto a Maurice Pialat y Jean Eustache, de la generación post Nouvelle Vague, que en mayo del 68 pertenecía a otro grupo, llamado Zanzibar y más influenciado por la Factory de Andy Warhol. Garrel también corría por las calles con su cámara. Rodó Actua 1, un pequeño documento que no tuvo la continuidad esperada, que se perdió en el jaleo y cuyos planos reconstruyó de memoria para Les amants réguliers. Reencontrado en 2014, Actua 1, que también puede verse en YouTube, demuestra hasta qué punto la memoria de Garrel, ese gran admirador de Godard, es verdadera. La auténtica memoria de Mayo del 68.