La Firma Invitada.
Las relaciones entre la crítica y la industria no son buenas. Lo último: Cannes ha eliminado las proyecciones de prensa previas a los pases de gala de la Sección Oficial. Reflexionamos, sabiendo que lo importante es estar unidos por y para el CINE.
Hace medio siglo, Godard, Truffaut y Saura se colgaban de las cortinas de La Grand Salle del Festival de Cannes para impedir que el certamen continuara dándole la espalda a las protestas de Mayo del 68. Soplaban tiempos más favorables para la revolución: en 2018, el delegado general del festival, Thierry Frémaux, parece más preocupado por prohibir los selfies en la alfombra roja, o por convertir a la prensa especializada en el eslabón perdido de la cadena involutiva de la información cultural, que por reaccionar a las encendidas reacciones callejeras contra la política neoliberal de Macron. Es otro tipo de revolución: que Frémaux haya decidido eliminar los pases de prensa previos a los pases de gala de las películas de la Sección Competitiva hace oficial algo que flotaba en el ambiente, y es que las crónicas serias y las críticas reflexivas no le interesan lo más mínimo. Sobre todo, porque pueden ser negativas. Si la batalla se libra en las trincheras de las redes sociales, vamos a aprovecharnos de ellas: es decir, vamos a contrarrestar los tuits de la prensa (de los privilegiados que, a las siete de la tarde, en un pase simultáneo al de gala, quepan en la sala Debussy, con aforo para un 20 por ciento de los acreditados) con los tuits entusiastas de los invitados al estreno mundial, proclives a la ovación hiperbólica.
PURO SENTIDO COMÚN
Frémaux ha hecho oídos sordos a las protestas del sindicato francés de los críticos de cine y de la FIPRESCI, que ponían sobre la mesa cuestiones de puro sentido común, relacionadas con los problemas de logística que provocarán estos cambios. ¿Cuándo verán las películas los críticos? ¿Cómo reaccionarán los medios diarios en papel cuando tengan que publicar las crónicas de algunas de las películas a competición 48 horas después de su estreno de gala? ¿No afectará esa radical reforma de horarios a la calidad de los textos publicados en medios digitales, escri- tos con el cronómetro en la mano para minimizar el efecto devastador de las redes sociales y puntuar alto en los contadores de clics? Y las preguntas más acuciantes. ¿Quién va a leer esas crónicas después de un tsunami de tuits que sepultarán sus meditadas reflexiones bajo una inmediata lluvia de escombros? Y, en fin... ¿para qué sirve una crítica en estos tiempos que se miden en 140 caracteres vomitados por usuarios, que no cinéfilos?
Es obvio, pues, que las relaciones entre la industria del cine, sus plataformas de promoción y la crítica no están pasando por su mejor momento. Por un lado, los responsables de prensa y comunicación tienden a pensar en los periodistas y críticos como agentes secretos de su departamento de marketing. Rara es la vez que un periodista pueda entrevistar al más insignificante talent sin la presencia acusatoria de su publicista, dispuesto a poner el grito en el cielo si alguna pregunta se sale del guion. Algunas distribuidoras prefieren destacar en sus carteles comentarios positivos de blogueros o influencers antes que de críticos profesionales.
A FAVOR DEL CINE
El pasado mes de octubre, la Disney prohibió la entrada a los críticos de Los Angeles Times a sus pases de prensa, después de la publicación de un artículo que revelaba las desequilibradas relaciones económicas entre los beneficios de Disneyworld y lo que aporta a la ciudad que lo acoge, Anaheim. Cinco asociaciones de críticos amenazaron a la Disney con marginar a sus películas de la temporada de premios, y la gran corporación tuvo que dar marcha atrás.
Tal vez para que la crítica vuelva a ser relevante tenemos que tomar nota de la estrategia de nuestros colegas americanos. Cuando un político concede una rueda de prensa parapetado en una televisión de plasma, nadie debería cubrir la información. De la misma manera, Frémaux aprendería la lección si la cobertura de Cannes de este año acabara bajo mínimos. Pero el revanchismo no parece una solución civilizada. ¿No sería más fácil, más justo, que la industria del cine y los críticos pensaran como si estuvieran en el mismo bando, trabajando al alimón a favor del cine, siendo honestos en un escenario cuyas reglas del juego cambian a la velocidad de la luz? ¿No sería más lógico reconciliarse que enfrentarse para celebrar todo lo que el cine nos promete, que no es poco?
“Las crónicas serias y las críticas reflexivas no interesan lo más mínimo al Festiva de Cannes, sobre todo, porque pueden ser negativas”.