Fotogramas

Mar Coll, por Matar al padre.

Las siempre complejas relaciones paternofil­iales vertebran ‘Matar al padre’, la tragicomed­ia que Mar Coll estrena en Movistar. Un retrato trufado de humor que habla de miedos vitales, y del peso de la herencia.

- por Àlex Montoya.

Cosas que importan. En 2009, su frescura irrumpió en el cine español con Tres días con la familia. Cuatro años después, con Todos quieren lo mejor para ella, siguió explorando los siempre complejos recovecos que se esconden en las relaciones familiares. Con su tercera criatura, Matar al padre, Mar Coll (Barcelona, 1981) da el salto a la televisión para reflexiona­r sobre los miedos (al fracaso, a la sobreprote­cción, a perder el control, al peso de la herencia) de un personaje al que la paternidad, a veces, le queda grande.

Jacobo Vidal, el protagonis­ta de esta miniserie de cuatro episodios, es un hombre, cuenta Coll, rígido, disfuncion­al, obsesivo, contradict­orio, impulsivo y emocional pese a creerse cerebral, marcado por el miedo, y que no tiene las herramient­as para amar de la mejor manera. Un compendio de virtudes, sí, y un tipo extraordin­ariamente humano. Me gustaría que la gente que ha vivido con alguien como él fuera capaz de meterse en su piel y empatizar con su angustia, afirma la cineasta, salvando a alguien en el que, probableme­nte, el espectador verá reflejados a amigos, conocidos, quizás a sus propios padres, incluso, por qué no, a sí mismos.

Un hombre, cuatro momentos. Matar al padre es un retrato de personaje, y de una deriva anunciada, en cuatro momentos concretos de su vida. El primer episodio nos sitúa en 1996: casado con una terapeuta mucho menos controlado­ra que él, Jacobo intenta que sus hijos adolescent­es sigan el camino que cree mejor, mientras intenta superar la relación con su propio, y mezquino, padre, postrado en la cama en estado terminal. Ocho años, y un capítulo, después, muchas cosas han cambiado, y seguirán haciéndolo en un tercero que nos lleva a 2008, y al estallido de la crisis económica, y en un cuarto, en 2012, en el que nuestro hombre se enfrenta a su propio fracaso. Quizás más que a un fracaso, a una profunda decepción, matiza Mar Coll: Cuando se encuentra a las puertas de la tercera edad, empieza a vislumbrar esa vulnerabil­idad que le atenaza, y a no entender un mundo que ha cambiado y que no funciona como él cree que debería...

El alma de Jacobo. Para plasmar su dibujo, Coll ha contado con un cómplice que funciona con absoluta precisión: Gonzalo de Castro se hace suyo al protagonis­ta (fue muy muy fácil, lo entendió rápidament­e, dice la directora), y, con él, la chilena Paulina García, o sus sufridos hijos en la ficción, Greta Fernández y un Marcel Borràs que, en la piel de Tomás, es la antítesis de nuestro hombre.

Es un chico absorbido y aplastado por la figura paterna, explica la cineasta, que sufre durante años para constuir su propia identidad y ganar en autoestima. Esa lucha generacion­al sirve, en Matar al padre, para encarar otro de los grandes temas de la serie: la herencia emocional, la perpetuaci­ón, y repetición, de los errores.

Asuntos graves contados, eso sí, de un modo ligero: Escribo con mis amigos (Valentina Viso y Diego Vega) y supongo que por eso terminamos riéndonos de todo, aseguras Coll: Creo que es una forma muy sana de hablar de temas muy serios y dramáticos. La aproximaci­ón desde el humor negro me parece más eficaz y más interesant­e. La serie comienza con un tono que puede descolocar al espectador, pero, a medida que vas conectando con los personajes, también aumenta ese humor. ESTR.: 25 MAYO EN MOVISTAR (COMPLETA)

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