Drama.
★★★★★
Hannah (Italia, Bélgica, Francia, 2017, 93 min.). Dir.: Andrea Pallaoro. Int.: Charlotte Rampling, André Wilms, Stéphanie Van Vyve, Simon Bisschop, JeanMichel Balthazar. DRAMA.
He aquí una mujer aplastada por un fuera de campo narrativo. Algo que flota en el aire, un veneno, una sombra, que Hannah intenta llenar (como hacía la Jeanne Dielman del film de Chantal Akerman de 1975) con actos cotidianos, como si negar una maldición fuera suficiente para borrar sus efectos. El director Andrea Pallaoro dosifica con cuentagotas las pistas que nos pueden hacer entender lo que ha ocurrido con el marido de Hannah, al que vemos ingresar en prisión pocas horas después de su última cena doméstica, y lo que significa esa ignominia en la vida de su esposa, que no mueve ni una ceja a pesar de que el mundo parece darle la espalda abiertamente, como si fuera vícti- ma de una conjura extranjera, que habla en otro idioma.
Así es la película, alienante: cada plano parece alejarnos más de una realidad concreta, en un extrañamiento que crece a perpetuidad, como si los mismos objetos que pueblan el apartamento de Hannah la estuvieran juzgando. Huelga decir que Hannah no existiría sin la sobriedad de Charlotte Rampling, sin ese rictus, entre estupefacto y controlado, que parece querer sacudirse de encima en cada escena, cada vez un poco más cerca de mostrarnos la verdad sobre sí misma.
En una película de narrativa tan
PARA LOS AMANTES DEL CINE DE COCCIÓN LENTA Y SABOR AUSTERO. Lo mejor: Rampling y el temblor tras su máscara. Lo peor: al principio, da la impresión de que el film se dejará engullir por sus enigmas.
oblicua, con tantos vacíos que cubrir, su personaje podría resultar un vehículo inerte, un cadáver sin enigmas.
Por el contrario, es ella la que aporta tensión a la puesta en escena, porque su austeridad expresiva nos hace intuir que cada mirada es significativa, y que cuando lleguen las lágrimas, sabremos lo que significa la soledad, un perro en huelga de hambre, un grito gutural, pero sin entrañas.