CHARLES BOYER, SEDUCTOR A SU PESAR
En la pantalla, fue ese gran amante con el que soñaba toda mujer y el símbolo del ‘savoir-faire’ francés en Hollywood, sin renunciar nunca a su independencia ni a su intimidad. Charles Boyer se suicidó en agosto de 1978, hace ahora 40 años.
No soy un donjuán, ni en la escena ni en privado, y nunca hice nada para merecer ese título. Charles Boyer fue el galán que conquistó en la pantalla a las diosas más deseadas del firmamento cinematográfico de los años 30 y 40. De Greta Garbo y Marlene Dietrich a Hedy Lamarr, Joan Fontaine, Katharine Hepburn, Rita Hayworth, Olivia de Havilland, Lauren Bacall o Ingrid Bergman. Sus admiradoras fueron legión en todo el mundo, pero jamás se identificó con la imagen que el público se forjó de él. Siempre me he considerado un actor de carácter y no un amante irresistible. Sus grandes ojos oscuros, con cuya caída rendía a cualquier mujer, y su voz, profunda y envolvente, junto a su encanto personal y elegancia natural, fueron, sin embargo, su pasaporte para ser una de las estrellas mejor pagadas de Hollywood. Admirado por las mejores. El hablar con acento en América se asocia con ser cortés y besar las manos de las damas, bromeaba sobre una de sus señas de identidad más marcadas, el deje francés. Sus compañeras de reparto destacaban, sin embargo, otras cualidades en él. De todos los buenos actores con los que he trabajado, es el mejor, aseguró Bette Davis tras protagonizar juntos El cielo y tú (Anatole Litvak, 1940). El actor más inteligente con quien he trabajado y uno de los más encantadores, contó Ingrid Bergman, con quien surgió la amistad en el plató de Luz que agoniza (George Cukor, 1944), film por el que Boyer ganó la tercera de sus cuatro nominaciones al Óscar como mejor actor. Éxito con escala en París. En contra de lo que pudiera parecer, el hombre que simbolizó para la meca del cine el cosmopolitismo francés no procedía de París. Había nacido el 28 de agosto de 1899, en Figeac, pequeña localidad del sudoeste del país que abandonó a los 19 años con la disculpa de estudiar Filosofía en la Universidad de la Sorbona.
En la capital se matriculó, en cambio, en Interpretación en el Conservatorio, desde donde no tardó en incorporarse al mundo teatral de la ciudad, y de ahí, al cine, en el que debutó, siendo este aún mudo, con El hombre
del mar (Marcel L’Herbier, 1920). Llamó por primera vez a la puerta de Hollywood a finales de los años 20, cuando irrumpió el sonoro y, como no existía aún el doblaje, los estudios rodaban sus películas en varios idiomas con actores de diferentes países. Hasta tres veces se volvió decepcionado y vencido a Europa.
Un amor inesperado. Al cuarto intento de abrirse camino en la meca del cine, no sólo cambió su suerte, sino que se enamoró, además, de Patricia Pat Paterson, aspirante a estrella inglesa, extranjera en Estados Unidos como él, con quien se casó en la festividad de San Valentín de 1934, a los 22 días de conocerse. Cuando era joven, hice lo imposible por no enamorarme, y cuando creía que se me había pasado la edad para esas cosas, me llega el amor, comentó. La felicidad fue completa cuando nació su hijo, Michael. Con él llegó, también, su desdicha. El suicidio del joven, en 1965, con 21 años, de un disparo por el abandono de su novia, ensombreció los últimos años del actor. La muerte de Pat, de cáncer, fue la puntilla para él. Dos días después, el 26 de agosto de 1978, Charles Boyer se quitó la vida ingiriendo una dosis letal de barbitúricos.