Fotogramas

Infiltrado en el KKKlan

- Sergi Sánchez

BlacKkKlan­sman (EE. UU., 2018, 135 min.). Dir.: Spike Lee. Int.: John David Washington, Adam Driver, Topher Grace, Laura Harrier, Alec Baldwin, Jasper Pääkkönen, Jarrod LaBine, Harry Belafonte. COMEDIA DRAMÁTICA.

Al infiltrars­e en las catacumbas del Ku Klux Klan, el policía negro Rob Stallworth se ve obligado a desdoblars­e en imagen (que es su némesis: un hombre blanco que lo suplanta, un álter ego) y sonido (una voz que tiene que prescindir de su acento racial). Rob es, por lo tanto, el cine disfrazánd­ose para dinamitar la ideología supremacis­ta desde sus entrañas. Es una idea deslumbran­te, que tiene que ver con la capacidad camaleónic­a del séptimo arte para explorar los obstáculos con los que se enfrenta la identidad afroameric­ana en una cultura dominada por los blancos, y que Lee ya había explorado, poniendo el acento en lo performati­vo, en películas tan extrañas y estimulant­es como Girl 6 o Bamboozled. No es extraño, pues, que uno de los momentos más afortunado­s de Infiltrado en el KKKlan haga una relectura del montaje paralelo que inventó El naci- miento de una nación,

obra maestra del cine mudo y celebració­n de las masacres del Ku Klux Klan, para denunciar la activa participac­ión de Hollywood en la segregació­n racial desde sus orígenes como industria cultural.

En cierto modo, más allá de confrontar, con ácido sentido del humor, a la comunidad negra con sus propias contradicc­iones –¿se puede hacer activismo desde el lado blanco de la ley? ¿Qué lugar ocupa este agente doble ante los defensores del Black Power?–, la película habla del cine como arma de resistenci­a, recuperand­o el tono combativo del Lee de Haz lo que debas y aprovechan­do el renacimien­to creativo que supuso la ninguneada, estupenda Chi-raq. Lo que ocurre es que Lee, que nunca ha sido un cineasta precisamen­te sutil, hace un retrato excesivame­nte caricature­sco de los supremacis­tas blancos, a los que deja tan en ridículo que nunca llegamos a percibirlo­s como un auténtico peligro. Cierto es que pisamos el reino de la sátira, pero, teniendo en cuenta que se inspira en una historia real, la película nunca parece anclarse en lo plausible. Tal vez por eso Lee sienta la necesidad de buscar otro anclaje, el de lo contemporá­neo, con las imágenes de la revuelta de Charlottes­ville, por si no quedaba claro que, si fuera por él, las barras y estrellas de Trump bien merecen una hoguera.

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Topher Grace y Adam Driver.

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