Infiltrado en el KKKlan
BlacKkKlansman (EE. UU., 2018, 135 min.). Dir.: Spike Lee. Int.: John David Washington, Adam Driver, Topher Grace, Laura Harrier, Alec Baldwin, Jasper Pääkkönen, Jarrod LaBine, Harry Belafonte. COMEDIA DRAMÁTICA.
Al infiltrarse en las catacumbas del Ku Klux Klan, el policía negro Rob Stallworth se ve obligado a desdoblarse en imagen (que es su némesis: un hombre blanco que lo suplanta, un álter ego) y sonido (una voz que tiene que prescindir de su acento racial). Rob es, por lo tanto, el cine disfrazándose para dinamitar la ideología supremacista desde sus entrañas. Es una idea deslumbrante, que tiene que ver con la capacidad camaleónica del séptimo arte para explorar los obstáculos con los que se enfrenta la identidad afroamericana en una cultura dominada por los blancos, y que Lee ya había explorado, poniendo el acento en lo performativo, en películas tan extrañas y estimulantes como Girl 6 o Bamboozled. No es extraño, pues, que uno de los momentos más afortunados de Infiltrado en el KKKlan haga una relectura del montaje paralelo que inventó El naci- miento de una nación,
obra maestra del cine mudo y celebración de las masacres del Ku Klux Klan, para denunciar la activa participación de Hollywood en la segregación racial desde sus orígenes como industria cultural.
En cierto modo, más allá de confrontar, con ácido sentido del humor, a la comunidad negra con sus propias contradicciones –¿se puede hacer activismo desde el lado blanco de la ley? ¿Qué lugar ocupa este agente doble ante los defensores del Black Power?–, la película habla del cine como arma de resistencia, recuperando el tono combativo del Lee de Haz lo que debas y aprovechando el renacimiento creativo que supuso la ninguneada, estupenda Chi-raq. Lo que ocurre es que Lee, que nunca ha sido un cineasta precisamente sutil, hace un retrato excesivamente caricaturesco de los supremacistas blancos, a los que deja tan en ridículo que nunca llegamos a percibirlos como un auténtico peligro. Cierto es que pisamos el reino de la sátira, pero, teniendo en cuenta que se inspira en una historia real, la película nunca parece anclarse en lo plausible. Tal vez por eso Lee sienta la necesidad de buscar otro anclaje, el de lo contemporáneo, con las imágenes de la revuelta de Charlottesville, por si no quedaba claro que, si fuera por él, las barras y estrellas de Trump bien merecen una hoguera.