51º Festival de Sitges.
El bermellón fue el leitmotiv de esta excelente edición, que vio resurgir terrores clásicos y asistió al nacimiento de otros nuevos. Diez días inolvidables con visitas como las de Nicolas Cage, Ed Harris, Pam Grier, M. Night Shyamalan, Peter Weir, Douglas
Rojo perturbador. El de la reinterpretación giallo que Luca Guadagnino ha hecho en su, personal, Suspiria, imaginado estudio político del terror a la italiana a mayor gloria de Tilda Swinton. Rojo sangría y coreografía orgánica autodestructiva la de la gran vencedora del año: Climax, de Gaspar Noé, o el Poe de La máscara de la muerte roja
en pura lisergia. Rojo vestido maldito el de la hipnótica y adictiva In Fabric, de Peter Strickland, o Rod Serling emborrachado en humor pop. Color asimismo del descenso a los infiernos del torturado Nicolas Cage de Mandy,
de Panos Cosmatos, o el del irónico Matt Dillon, álter ego de Lars von Trier en la inabarcable La casa de Jack.
Fluidos corporales y abducciones aliens tomaron esa tonalidad en el perro verde de esta edición: Tous les Dieux du ciel, de Quarxx, o cómo buscar al David Lynch más hermético y terminar en la añorada mugre de Joe D’Amato. Menos logradas fueron las hemorragias sadomaso hipster de Piercing, de Nicolas Pesce, y la hipócrita, reaccionaria e inofensiva a la postre Nación salvaje, de Sam Levinson.
Rojo clásico. El del cuarto oscuro de la nostálgica Verano del 84, de François Simard y Anouk y Yoann-Karl Whissell, juvenil carta de amor a Stephen King con una vuelta de tuerca final muy valiente. Rojo en la catedral arbórea de la diosa de Apóstol, de Gareth Evans, virulento retorno al folk horror pagano británico setentero. O en el útero donde se refugia el simpático demonio de la hindú Tumbbad, de Rahi Anil Barve y Anand Gandhi, cuento de las mil y una noches con aroma Ray Harryhausen. Sueros de mad doctor nazis para la divertida hazaña bélica producida por J.J. Abrams Overlord, de Julius Avery. Y peleona algarabía cíborg microchip en la festiva Upgrade(Ilimitado), de Leigh Whannell. Clasicismo en tonalidad roja la que acompaña a la imaginería católica y de culpa en la estupenda
St. Agatha, de un Darren Lynn Bousman fiel al Polanski de La semilla del diablo. Fidelidad al terror encarnado de toda la vida (caserón encantado, muñecas malditas…) la del francés Pascal Laugier en la bienvenida
Ghostland. Lo mismo que el inteligente y perverso hemoglobínico retorno de Michael Myers (y Laurie Strode) en
La noche de Halloween, de David Gordon Green. O la preciosa y triste fábula entre Rossellini, Pasolini y
Olmi que es Lazzaro feliz, de
Alice Rohrwacher.
Rojo atardecer. El del disparatado fin del mundo cine-dentro-del-cine zombi en la delirante cinta japonesa One Cut of the Dead, de Shinichiro Ueda. Menos alocado y más calmado, como esas puestas de sol y ocasos en la rutina tipo la novela Soy leyenda de Peter Dinklage y Elle Fanning en la incomprendida
¿Estamos solos? (I Think We’re Alone Now), de Reed Morano. Rojo fue el tampón de L’heure de la sortie, de Sébastien Marnier, cuya premisa a lo
El pueblo de los malditos, con esos adolescentes superdotados ‘extraños’, toma unos derroteros blanditos en su apocalíptica conclusión. Para nada lo que ocurre con la magistral Lo que esconde Silver Lake, de David Robert Mitchell, el fin de los días como una fiesta sin fin en un Hollywood construido sobre referencias, mitos y películas muertas. La cultura popular como una hemorragia eternamente vieja.
Rojo noir. El de ese majestuoso y rabioso responso al género policíaco que
S. Craig Zahler realiza en la mayúscula
Dragged Across Concrete, mucho más elaborado que dos pequeñitas muestras de la serie negra (manchada de sangre) que fueron la crepuscular Asher, de Michael Caton-Jones a mayor gloria de un entonado Ron Perlman, y la algo cansina Galveston, de Mélanie Laurent. Mucho mejor fue la reformulación de
El Gran Gatsby vía serial killer que hace Lee Chang-dong en Burning.
O la juerga de miembros y cráneos machacados de The Night Comes for Us, de Timo Tjahjanto.
Rojo en castellano. Las aportaciones españolas fueron de la simpática y azconiana puesta de largo en el cine de Superlópez, de Javier Ruiz Caldera, al robusto thriller de atracos a lo Brian De Palma de Koldo Serra 70 Binladens, pasando por El año de la plaga, de C. Martín Ferrera, insatisfactoria transformación de la excelente novela de Marc Pastor en una comedia romántica convencional. De Argentina llegaron los rojos sobrenaturales de una pequeña sorpresa, Aterrados, de Demian Rugna, o Expediente Warren
con humor Fontanarrosa, y también el dilema moral muy de derechas (los pobres son las sanguijuelas de las personas de bien) de Animal, de Armando Bo, o la criatura dentuda de la irregular Muere, monstruo, muere, de Alejandro Fadel. Colombia aportó Siete cabezas, de Jaime Osorio Márquez, malrrollismo ecológico y bíblico.