66º Festival de San Sebastián.
Grandes apuestas autorales, polémicas, estrellas internacionales y una Concha de Oro incontestable han sido algunos de los elementos que han marcado esta efervescente edición de un festival que se esfuerza año tras año por ofrecer una programación que aún
La 66.ª edición del Festival de San Sebastián prometía una mezcla perfecta entre cinefilia y glamour. Esto último se consiguió gracias a la presencia de nombres fundamentales del star system, nacional e internacional. Sin embargo, a pesar del cuidado y la coherencia de la selección, no todos los títulos de la Sección Oficial estuvieron a la altura de las circunstancias, lo que generó una sensación agridulce. Las películas más arriesgadas, las que ocasionaron mayores dosis de discrepancia, fueron las protagonistas de una edición en la que triunfó una obra madura y hermosa, repleta de resonancias evocadoras como es Entre dos aguas, la segunda (y esta vez incuestionable) Concha de Oro que recibe Isaki Lacuesta tras Los pasos dobles hace siete años.
A ritmo de thriller. El género criminal fue uno de los protagonistas de esta edición. Muchos han sido los directores que han elegido el thriller para hablar de los problemas sociales y políticos del pasado, del presente e incluso del futuro, y reflexionar así sobre la descomposición moral que nos rodea. Tanto Brillante Mendoza como Rodrigo Sorogoyen se sumergen en las cloacas del poder para componer un fresco de denuncia en torno a la corrupción sistémica de sus países, Filipinas y España. Alpha, The Right to Kill se introduce en el submundo de las mafias que trafican con droga de una manera áspera y bronca y El reino en los turbios tejemanejes de los partidos políticos a través de un estilo vigoréxico y testosterónico. El coreano Kim Jee-woon demostró su poderío visual en la adaptación de un manga escrito por Mamoru Oshii en Illang: La brigada del lobo, producida por Netflix y en la que el director tira la casa por la ventana en las escenas de acción certificando que no siempre más es mejor. Por el contrario, el argentino Benjamín Naishtat utiliza la contención expresiva en Rojo para hablar de la violencia soterrada y el mutismo de la sociedad argentina en los años previos al Golpe de Estado a través de una película inclasificable que mezcla el noir y la comedia negra con toques de western.
A golpe de riesgo. Las mejores películas del festival fueron también las más cuestionadas (como suele ser habitual) a veces por raras, otras por crípticas e incluso por demasiado exquisitas. Es el caso de Angelo, película austríaca de época dirigida por Markus Schleinzer que eleva su propuesta formalista hasta límites insospechados (e incluso irritantes) para constatar el artificio y los límites de lo representacional y hablar de la exclusión social y el sentimiento de otredad dentro de un entorno cerrado y elitista.
En In Fabric, el británico Peter Strickland volvió a desplegar su rico universo estilizado, hipnótico y fetichista para componer una macabra sátira bizarra, a modo de pesadilla psicodélica, en torno a la sociedad de consumo en la que demuestra que su capacidad de inventiva no tiene límite. Por último, High Life generó opiniones contrapuestas. Aburrida para unos y un