Fotogramas

El cine como la vida misma.

Realidad y ficción. Vida cotidiana y películas. Desde aquí nos hablará cada mes el autor Roncagliol­o de esta inagotable conexión. Si eres padre, te interesará esta primera entrega. Si eres hijo, también.

- Por Santiago Roncagliol­o*.

“La mayoría de los problemas están en nuestra cabeza, no en la de los niños”

Cuando salí con mi primera chica, mi padre se sintió obligado a tener la conversaci­ón. Qué asco. Me llamó al salón, se sentó a mi lado y no supo qué decir. Yo le devolví una mirada que decía: Por favor, no. Él balbuceó. Carraspeó. Y finalmente, me entregó una caja de condones sin decir nada y salió corriendo. Desde que me convertí en padre, he esperado con terror el momento de la conversaci­ón. Pero, sin querer, el cine y las series han salido a rescatarme.

La cosa es que odio soplarme las tonterías que ven los niños. Me niego a someterme a Tori y su escuela para artistas o a Jessie, la canguro de los niños ricos.

En casa, si mi hija de siete años quiere ver películas con su padre, tiene que ver unas que nos gusten a los dos. ¿Que no está de acuerdo? Pues yo tampoco estoy de acuerdo en que no trabaje y haya que mantenerla. Pero me aguanto. ¿Verdad?

Claro que procuro selecciona­r con criterio. Podemos ver dibujos animados como Des(encanto), sobre una princesa que, a veces, no está usando drogas ni alcoholizá­ndose. Y también podemos poner historias de acción y fantasía: las temporadas en blanco y negro de La dimensión desconocid­a son muy imaginativ­as.

Hace poco vimos La forma del agua de Guillermo del Toro. Yo quería que la niña pillase el mensaje sobre la gente diferente y el amor. Pero se me habían olvidado las escenas de masturbaci­ón femenina, sexo de casados y sexo con monstruo.

Afortunada­mente, la masturbaci­ón está más o menos disimulada. Y el sexo con monstruo es como poético, así. Pero el sexo de casados sí que ocupa la pantalla entera. Así que llegó la pregunta inevitable:

—Papá, ¿qué están haciendo?

Qué remedio.

—El amor, cariño. Es lo que se hace para tener bebés. —¿Y duele?

Dios mío.

—… No… Es… más bien agradable.

—¿Y por qué la señora está llorando?

Qué repugnante.

—No está llorando. Hace como en gimnasia ¿Comprendes? Ah, ah…

Otro día vimos Verónica de Paco Plaza. La niña no se asustó con la monja tuerta, ni con las escenas de terror. Pero preguntó:

—Papi, ¿qué es la muestració­n?

Y ahí fuimos de nuevo.

Es difícil abordar ciertos temas porque uno no sabe por dónde empezar, ni cuándo, así que va retrasando el diálogo. Y, sin embargo, la mayoría de los problemas están en nuestra cabeza, no en la de los niños. Así que no viene mal darles ocasión de preguntar para que sepan que pueden hablar con nosotros. (Aunque mi esposa no está convencida de mi método pedagógico).

El caso es que, hace unos días, mi hija dijo frente a un amigo mío:

—Yo ya sé cómo se hacen los bebés.

Él le sonrió con ternura.

—¿Te lo ha explicado tu padre?

La niña respondió:

—Él no me enseña nada. Aprendo viendo películas. Y, bueno, es verdad.

Supongo que suena mal.

Pero chica, te has ahorrado la bochornosa conversaci­ón de los condones. No sabes qué suerte tienes.

*Santiago Roncagliol­o, escritor peruano autor de célebres novelas llevadas al cine como Abril rojo y Pudor, acaba de publicar El material de los sueños (Arpa), que explora la relación entre realidad y ficción.

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