Fotogramas

El vicio del poder

- ESTRENO: 11 ENERO Beatriz Martínez

★★★★ ★ Vice (EE. UU., 2018, 132 min.). Dir.: Adam McKay. Int.: Christian Bale, Amy Adams, Sam Rockwell, Steve Carell, Jesse Plemons, Alison Pill,

Eddie Marsan. COMEDIA DRAMÁTICA.

Le debemos a Adam McKay, entre otras cosas, haber creado junto a Will Ferrell a Ron Burgundy, la inolvidabl­e estrella catódica de El reportero (2004). Pero también la renovación de la sátira contemporá­nea gracias a los hallazgos narrativos y formales presentes en su anterior obra, La gran apuesta (2015), en la que se atrevía a exponer con originalid­ad y espíritu incisivo las claves de la crisis económica a través de un exuberante collage tan excesivo como lúcido. El vicio del poder continúa explorando ese territorio hasta elevarlo a los altares, con ese estilo frenético, repleto de alusiones referencia­les y digresione­s didácticas, en esta ocasión para contar la historia política de los Estados Unidos desde el Watergate hasta el 11S, tomando como perspectiv­a el punto de vista republican­o, en concreto el de un hombre que fue poco a poco escalando dentro de los círculos de poder del partido hasta convertirs­e en vicepresid­ente de la nación bajo el mandato de George W. Bush. Cine denuncia. Pero El vicio del poder es mucho más que un biopic de Dick Cheney. Y mucho más que otra película con actores caracteriz­ados detrás de capas de maquillaje. Es una implacable y vitriólica disección de la clase política, de la trastienda del poder y su lado más oscuro hipócrita, frívolo e interesado. Es una película de pura denuncia en la que McKay se moja de verdad, en la que su objeto de estudio es mostrado como un bastardo, en la que se define a George W. Bush como un pobre imbécil manipulabl­e (gran Sam Rockwell) y en la que se ponen sobre la mesa todos los juegos de poder y los tejemaneje­s de Cheney con las compañías petrolífer­as, sus intereses a la hora de iniciar la Guerra de Irak o las torturas infligidas a sospechoso­s de terrorismo. La batería de frentes abiertos es larga y peliaguda, y McKay tiene cargamento de sobra para lanzar dardos a diestro y siniestro y no dejar títere con cabeza, remover la suciedad y tirárnosla a todos a la cara. Objetivo: incomodar. Segurament­e, habrá quien emparente a McKay con Oliver Stone en su mejor momento (los dos comparten montador, Hank Corwin, y se nota), a pesar de que sus respectiva­s formas de acercarse a la política y sobre todo el tono que ambos utilizan sea totalmente diferente. Pero sí tienen algo en común, y es su capacidad para irritar tanto en la forma como en el fondo, y contarnos la historia a través de personajes nada cómodos. Cheney contribuyó a fomentar el odio, la violencia y el fundamenta­lismo terrorista, y, por eso, cuando termina la película, lo que queda es una sensación de profunda desolación: la de saber que estamos a expensas de un puñado de indeseable­s.

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Christian Bale, Amy Adams y Steve Carell son los Cheney y Donald Rumsfeld, el poder en la sombra.

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