Fotogramas

Christian Bale, por El vicio del poder.

Con ‘The Fighter’, se quedó en los huesos pero ganó el Oscar. ¿Repetirá la jugada con los kilos que ha cogido para encarnar al vicepresid­ente Dick Cheney en ‘El vicio del poder’, la nueva sátira política de Adam McKay (‘La gran apuesta’)? De momento, ya

- Por María Bernal (Los Ángeles).

Cuando FOTOGRAMAS acude al encuentro de Christian Bale (Pembrokesh­ire, País de Gales, 1974), asiste a su enésima transforma­ción: sorprenden­temente, vuelve a ser él. Tras meses irreconoci­ble, el actor que hace ya más de tres décadas nos descubrió Steven Spielberg con El imperio del sol (1987), ha regresado a su look habitual. O casi. Ahora ha adoptado el del conductor Ken Miles, el personaje que interpreta en Ford vs. Ferrari, un drama automovilí­stico que acaba de rodar junto a James Mangold. Otro personaje real, como el responsabl­e de su penúltima metamorfos­is física, el vicepresid­ente Dick Cheney, que Adam McKay, director con el que Bale ya trabajó en La gran apuesta (2015), retrata con su ya habitual mala leche en El vicio del poder: una sátira política que destripa las ambiciones, corruptela­s y cuchillada­s a traición de los pasillos que llevan a la Casa Blanca. Amy Adams, otra vieja conocida, Sam Rockwell y Steve Carell completan el póker de ases de este film, llamado a copar los votos de académicos, profesiona­les y críticos en esta recién estrenada temporada de premios que arranca con cinco nominacion­es a los Globos de Oro. Una muesca más en la carrera, sin pausa y siempre apretando el acelerador, de Christian Bale, uno de los actores más respetados por la profesión.

¿A qué se debe su actual fascinació­n por los personajes reales?

¡Me dan tanta libertad! Los surgidos de la ficción también los disfruto, pero siempre me cuestiono lo que hago, si mi ego me lleva hacia la excentrici­dad, si robo la escena, si voy demasiado lejos… Nunca quiero llegar a eso, aunque en ciertos casos parece parte del carácter del personaje. Pero cuando interpreto a alguien real, mis insegurida­des desaparece­n porque puedo comprobar que sus gestos son como son. Y eso es una liberación.

¿Solicitó un encuentro en persona con Dick Cheney?

Estuve en contacto con un amigo suyo que me iba a servir de puente. Lo considero un tipo muy curtido. Pero como también pienso que es listo y sabía que me pondría a prueba, no quise conocerlo hasta estar preparado. Cuando lo estuve, los representa­ntes legales de la producción, no los de Cheney sino los del estudio, me dijeron que no podía ni debía hacerlo por razones que todavía no entiendo. Tenían miedo de que lo retrasara todo.

¿Cuál fue su punto de partida para interpreta­r a alguien tan temido como el exvicepres­idente de los Estados Unidos?

Siempre empiezas por el físico. Por sus gestos, su manierismo. Pero buscas algo más. Hay imitadores de Cheney mil veces mejores que yo. Quise ir más allá porque de lo contrario habría sido un retrato muy superficia­l.

¿Dónde encontró esos puntos de unión?

Nunca me interesó presentarl­o como el malo de la película. De nuevo, sería aburrido y lo que se espera de un puñado de liberales de Hollywood. El vicio del poder no es eso. Tanto Adam (McKay) como yo somos de mente abierta y nos negamos a que nuestras ideas políticas tiñan este retrato de poder y familia. No me gusta convertir a la gente en santos o demonios. Me atrae mucho más comprender el efecto que tiene en nosotros un nivel de poder como el que tuvo Cheney. Los monstruos no van por ahí con cara de Charles Manson y la esvástica en la frente. En el mundo hay muchos Cheneys que, simplement­e, no han tenido la oportunida­d de mostrarlo. Lo que intenté fue meterme en su mente.

¿A usted le atrae el poder?

Huyo del poder. Ese nivel de responsabi­lidad es también una carga. Me pasé horas observando a Cheney. No podía dejar de hacerlo. ¡Tal despliegue de emociones! Me gustaba imaginar qué debía de estar pensando alguien que cambió el panorama político actual y que se mantiene firme en la creencia de que todo lo que hizo lo hizo por el bien de la nación. No era de los que iba besando niños. No le gustaba esa cara de la política. Supo desde el primer día cómo funcionaba el gobierno. Si los que hoy están en la Casa Blanca entendiera­n la maquinaria de poder como lo hizo Cheney serían todavía más peligrosos.

UN CHRISTIAN BALE DISTINTO

En su caso el mayor peligro fueron los kilos que ganó para el papel. ¿Cómo le afectó la subida de peso?

Si hubieran sido kilos de músculo no estaría tan mal, porque sentirte fuerte

sienta bien. Pero en este caso fueron de grasa, y eso altera tus emociones, te hace más nervioso. A medida que me fui librando del peso me sentí más feliz. Me sirvió de limpieza no solo para el cuerpo sino para la mente. ¿Qué pensó su familia?

Mi esposa estaba encantada. Así se vio más delgada a mi lado. Me odia cuando pierdo peso. Y con los niños, fue interesant­e. Solo les importa la mirada. Mi hijo estaba encantado, le gustaba saltar en mi barriga y me trató como si fuera Baloo. Pero le da igual que esté gordo o delgado, afeitado o barbudo, calvo o melenudo. Me mira a los ojos y no duda por un segundo que soy su papá.

¿Y en su caso? ¿Alguna vez se pierde en sus personajes? Quienes lo conocen como Amy Adams, con quien ya ha trabajado en tres ocasiones, dicen que en cada rodaje conocen a un nuevo Bale.

También son muchos los que dicen que soy un actor de método. Más bien soy un actor sin método. Nunca estudié a Stanislavs­ki. Nunca estudié ninguna otra técnica. Simplement­e es maravillos­o disfrutar de la oportunida­d que tengo de proponer ideas. Me debo a mí y a los demás implicados en la producción ofrecer lo mejor de mí mismo. Y la mejor forma de darlo todo es estar dispuesto al fracaso más miserable. Solo así, aceptando el riesgo, poniéndote en situacione­s en las que puedas fracasar, quizá triunfes.

PREMIOS Y EGO

La Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood ha reconocido su trabajo con una nominación a los Globos de Oro y su candidatur­a al Oscar está cantada. ¿Está contento con su trabajo?

Disfruté mucho interpreta­ndo a Cheney. Algún lugar en mi interior sonríe cuando ve su cara y piensa ¡este es mi Dick! Porque no solo rodamos un film hilarante y entretenid­o cebándonos en la ridícula naturaleza de la política, sino que El vicio del poder también nos habla de quiénes somos como nación. Y como film debería de estar a la cabeza de las historias de amor. Porque toda la carnicería que acompaña a Cheney no es más que el lado oscuro de la pasión que siente por Lynne, su esposa [encarnada por Amy Adams]. Como ella ha dicho y él reconoce, nada de esto habría pasado sin Lynne. Ella habría convertido en vicepresid­ente a cualquiera que se hubiera casado con ella.

El vicio del poder coincide con el lanzamient­o en Netflix de Mowgli:

La leyenda de la selva, donde desaparece su rostro y solo queda su voz y sus movimiento­s capturados como Bagheera. ¿Cómo lo llevó su ego?

No sabría qué decirte. No me lo planteo en esos términos. Disfruté traba- jando con Andy [Serkis, director de la cinta] y es lo que cuenta. Quizás, dentro de un tiempo, la motion capture sirva para transforma­rnos tanto en pantera como en un personaje real, como Dick Cheney.

O en Batman. ¿Le quedan ganas de retomar el Bale oscuro y fantástico de esa gran saga?

Por muy grande que sea la producción de Mowgli: La leyenda de la selva, en el fondo no dejaron de ser tres días jugando con Andy en una habitación. No te dabas cuenta de la escala, algo que nunca me pasó con la trilogía de Batman. No soy de los que descarta nada, entre otras razones porque en estos momentos tengo la suerte de poder elegir lo que quiero. Así que no te diré que no. Pero Batman tampoco me dice nada en estos momentos.

ESTRENO: 11 ENERO

Vice (Estados Unidos, 2018, 132 min.). COMEDIA DRAMÁTICA.

“SI LOS QUE HOY ESTÁN EN LA CASA BLANCA ENTENDIERA­N LA MAQUINARIA DE PODER COMO LO HIZO CHENEY SERÍAN TODAVÍA MÁS PELIGROSOS”

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4 1, 2 y 3. Bale ganó 20 kilos, se afeitó la cabeza, blanqueó sus cejas y realizó ejercicios para hacer más denso su cuello. Y aunque siguió los consejos de una nutricioni­sta, cuenta que engordó a base de comer tartas. 4. En duelo interpreta­tivo con Sam Rockwell quien encarna al presidente Bush.
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