Fotogramas

CARMEN MACHI

Una de las actrices españolas más prolíficas, que estrena ‘Perdiendo el este’, recuerda con especial cariño ‘Que se mueran los feos’, una película llena de amigos, de buen rollo… ¡y de vacas!

- Por Carmen Machi.

En cartel este mes con Perdiendo el Este, recuerda en Qué película la de aquel rodaje una de las filmacione­s que más feliz la han hecho: Que se mueran los feos.

Aunque no soy demasiado buena recordando anécdotas, no me puedo olvidar del verano de 2009. Fueron dos meses maravillos­os en los que además de compartir experienci­as con grandes amigos de profesión (y más allá de ella) descubrí el ‘mundo vaca’. Yo venía de un año agotador en el que había presentado los Goya, rodado Pájaros de papel, de Emilio Aragón, y La mujer sin piano, de Javier Rebollo. Al día siguiente de haber terminado esta última, me cogí un tren a Huesca. Nacho García Velilla, director de Que se mueran los feos, había escrito el guión pensando en mí y en mi amigo del alma, Javier Cámara. Los tres habíamos estado juntos en la serie 7 vidas, y Nacho fue el creador de Aída…, nuestras carreras han ido en paralelo y nuestra relación personal es muy potente.

Fue llegar allí, donde está ambientada la película, cerca de Jaca y Ansó, y se hizo la luz. Lo recuerdo como el rodaje de la felicidad. Javi es capaz de crear un ambiente maravillo-

so siempre, es una bendición. Allí estaba Hugo Silva, amigo desde que debutó en teatro conmigo, y Juan Diego, maestro al que me gustaría parecerme solo un poquito… Pero lo que más me emociona es recordar la secuencia del parto real de una vaca. Había cinco ‘a punto’ en la granja, y teníamos que estar preparados en cualquier momento para grabar el alumbramie­nto, de madrugada, sábado, domingo, ¡lo que fuera! Un día, a las cuatro de la mañana, llamaron al hotel porque la primera vaca estaba

de parto. Se rodaba en plano secuencia con cámara al hombro y tenía que ser auténtico, Javi debía sacar al ternero con sus manos. Nos separaban unos kilómetros de la localizaci­ón y, cuando llegamos, la vaca ya había parido. Así cuatro veces. Cuando solo quedaba una vaca preñada, decidieron programar el parto. Javi sacó el ternero (supervisad­o por veterinari­os y por el vaquero, por supuesto) y yo estaba con él. En cuanto lo sacamos empezamos a llorar y a abrazarnos. ¡Fue tan bonito! También recuerdo mis paseos a las cinco y media de la mañana con ‘mi vaca’, la que presento en la película a un concurso de belleza. Al final nos hicimos amigas, yo la llamaba y ella venía, le cantaba canciones. Nunca pensé que las vacas podían ser tan listas y tan cariñosas.

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