The Umbrella Academy. Una familia de lunáticos y depresivos.
La proliferación de biopics sobre políticos da pie al autor a reflexionar sobre la desafección hacia ellos. ¿Acaso no hay líderes que se salven del rechazo?
“QUE NO CUNDA EL PÁNICO: NO TODO ES TAN NEGRO. LA CARTELERA TIENE UN LUGAR PARA LA ESPERANZA”
Solo en democracia se permite a los ciudadanos detestar a sus líderes. Burlarse de los políticos es un privilegio del llamado mundo libre. Una vez estuve en Kazajistán, donde gobierna el mismo señor desde 1991. Nursultán Nazarbáyev tiene dos museos dedicados a su memoria. Y ni siquiera se ha muerto. A todos los kazajos que conocí les pregunté si les parecía normal que Nazarbáyev ganase siempre las elecciones con más del 90 por ciento de los votos. Todos me contestaron que sí. Que allí eran muy felices. ¿Acaso tú has visto a alguien quejarse?, me preguntaban. Yo les juraba que no. Por si acaso. En Pekín, leí titulares de prensa como este: La Asamblea Nacional del Poder Popular dice que todo va muy bien. Los chinos con que conversé parecían más o menos de acuerdo. En Rusia, un admirador del presidente eterno me dijo una vez: Nuestras mafias eran incontrolables y peligrosas. Hasta que llegó Putin y las integró en el Gobierno. Es un genio.
Mientras los líderes de la mano dura despiertan adhesiones incondicionales, nuestros tibios demócratas occidentales aguantan todo tipo de desplantes. No hay cumbre de gobernantes sin manifestaciones en contra (jamás a favor). Los presidentes de Estados Unidos se someten por tradición a una cena anual en la que un cómico cuenta chistes sobre ellos. Los partidos españoles se desean la muerte en Twitter… Y, ahora, además, está el cine.
Se pretende que nos identifiquemos con los personajes de la pantalla. Más de una vez nos hemos sentido como Bridget Jones. O hemos querido ser tan valientes y elegantes como James Bond. Sin embargo, existe un género de películas con protagonistas odiosos y despreciables, deliberadamente construidos para generar rechazo. No son las pelis de asesinos en serie. Son las de políticos.
Han entrado en cartelera El vicio del poder, sobre el exvicepresidente de Estados Unidos Dick Cheney, y Silvio (y los otros), sobre el expresidente italiano Berlusconi. En los viejos tiempos, se esperaba al fallecimiento de las personas para hacer biopics sobre ellas. Ahora, no se les da tiempo ni de jubilarse. Y en el caso de los políticos, tampoco se les admira especialmente.
El vicio del poder y Silvio (y los otros) –como su antecesora W., de Oliver Stone– machacan a sus protagonistas sin piedad, retratándolos como unos millonarios insensibles y narcisistas cuyo único objetivo es conseguir aún más poder. Si vemos El regreso de Ben, o
Un asunto de familia, nos queda claro algo deprimente: tenemos en mejor concepto a los traficantes de drogas y los secuestradores de niños que a nuestros gobernantes.
Pero que no cunda el pánico: no todo es tan negro. La cartelera tiene un lugar para la esperanza. Habita en la pantalla un líder valiente pero compasivo, que no desea el poder para sí mismo, aunque está dispuesto a aceptarlo con tal de ayudar a los suyos. Un hombre cabal y generoso cuya mayor preocupación es mantener la paz entre los pueblos. El problema es que se trata de Aquaman. Y está catalogado como fantasía infantil.