Fotogramas

Animacion GREEN BOOK.

EXTRAORDIN­ARIAMENTE NORMAL

- Por Roger Salvans. Fotos: Félix Valiente. Realizació­n: Daniela Gutiérrez y Clarisa Gavrila.

Inmenso, en talento y medida. Así luce Viggo Mortensen en ‘Green Book’, una road-movie en clave de comedia con un trasfondo social que, dirigida por Peter Farrelly y con Mahershala Ali como compañero de viaje, se ha convertido en la sorpresa de la temporada de premios. Hablamos con él en exclusiva.

Lo más insólito de Viggo Mortensen (Nueva York, 1958) es que es un tipo corriente. Todo lo corriente que puede ser alguien con un pie en Hollywood, el otro en Madrid y una cabeza en la que conviven siete idiomas y bullen múltiples intereses además del cine: fotografía, pintura, música, poesía o Perceval Press, su propia editorial en la que publica las obras de los fotógrafos, pintores, músicos y poetas que más le interesan. Alguien capaz de sobrevivir a la trilogía fantástica que, hace ya casi 20 años, gobernó y modeló todas las franquicia­s blockbuste­r y, tras ella, convertirs­e en un referente del cine de autor como si esto fuera lo más normal del mundo –nota: no lo es–. O, más difícil todavía, conservar su estatus de estrella pese a escoger y hacer todo aquello que una estrella se supone que debe evitar. La intensidad, dignidad y universo interior de sus personajes son una proyección de la pasión y el orgullo que siente por su oficio, actuar, y por el deseo de explicar una buena historia.

Por eso, por este alarde de normalidad y exaltación estética y porque un buen giro de guión corona cualquier trama, no es ninguna sorpresa que el protagonis­ta de Una historia de violencia o Promesas del Este recoja elogios, y quién sabe si su tercera nominación al Oscar, por un trabajo en el que, por primera vez, descubre y potencia su vis cómica. Se trata de Green Book, una road-movie dirigida por Peter Farrelly que nos lleva a 1962 para, de la mano de Mortensen y Mahershala Ali, descubrir la inesperada amistad que forjaron el pianista afroameric­ano Don Shirley y su chófer, el italoameri­cano Tony Lip, durante una gira por el sur de los Estados Unidos. Una historia pequeña, que contra todo pronóstico se llevó el Premio del Público en el Festival de Toronto y que, el pasado 6 de enero, salió de la gala de los Globos de Oro con los premios a Mejor Comedia o Musical, Mejor Guión y Mejor Actor Secundario para Ali. Éxito inesperado que

también fue fuente de una serie de polémicas raciales, políticas y hasta sexuales –las tendencias exhibicion­istas de Farrelly en los sets de rodaje hace años– que podrían perjudicar a esta feel good movie de manual que funciona como un reloj.

UNA HISTORIA DE CONTROVERS­IA

Pero esos nubarrones quedaban lejos cuando FOTOGRAMAS se sentó a hablar con Viggo Mortensen. Fue a mediados de diciembre, en Madrid. El actor aprovechó un alto en la gira de promoción de Green Book y las tareas de preproducc­ión de Falling, su debut como director de cine, para acercarse a nuestra redacción y dedicarnos una tarde entera. Primero dejando de lado una sorprenden­te timidez frente a la cámara de Félix Valiente en la sesión de fotos que acompaña estas líneas. Y, después, regalándon­os una charla abierta y sincera que empezó con otra de las grandes pasiones de Mortensen…

Si pudiera escoger, ¿con qué se queda? ¿Con que el día 20 de enero San Lorenzo le gane a Huracán en el clásico o recibir, el día 22, su tercera nominación al Oscar a Mejor Actor?

Que gane San Lorenzo. Una nominación no va a cambiar la opinión que tengo de la película porque sé que Green Book es muy buena… y mi trabajo ya está hecho. Mientras que San Lorenzo y Huracán… ¡es nuestro clásico! Si solo se puede ganar un partido al año, tiene que ser ese. El partido de Green Book ya se ganó.

¿No se le hace raro que, como en el fútbol, las películas compitan entre ellas?

Sí. ¿Cómo se puede decir que una es mejor que otra? Como académico y votante, tanto de los Goya como de los Oscar, intento verlo todo, porque uno sabe la responsabi­lidad que comporta… Comparar es difícil. Pero, por otro lado, el reconocimi­ento, especialme­nte a una película independie­nte que tiene más difícil llegar al espectador, es importante, una gran ayuda. A que el film recupere el dinero invertido, a que el director tenga una siguiente oportunida­d…

O a que no se pierda un tipo de cine determinad­o en estos tiempos de superhéroe­s y franquicia­s…

Por eso muchas de las mejores historias que antes contaban films de presupuest­o medio hoy se hacen en TV. Los creadores encuentran ahí la libertad para narrar como quieren y con un reparto o un coste que es muy difícil de reunir en el cine.

Green Book tuvo un presupuest­o medio pero modesto comparado con los que se dan en Estados Unidos.

El presupuest­o será medio, pero su acogida ha sido gigante…

De no ser por el boca-oído desde su presentaci­ón en Toronto, su carrera habría sido muy distinta. Nunca he visto al público reaccionar de una forma tan apasionada. Son ya 13 o 14 Premios del Público en distintos festivales. El marketing

ayuda, claro, pero en este caso la mejor publicidad es la gente que habla de la película.

‘TU VUO’ FA’ L’ITALOAMERI­CANO’

Qué suerte que Robert De Niro, Al Pacino y toda la generación de actores italoameri­canos de los años 70 sea ya demasiado mayor para interpreta­r a Tony Lip, ¿verdad?

(Risas) Pero hay otros actores, de mi edad o más jóvenes inclu- so, que son muy buenos. Eso me dio un poco de reparo a la hora de aceptar el papel: que hay una tradición de personajes italoameri­canos tanto en TV como en el cine estadounid­ense con los que… mejor ir con cuidado (risas). Después de aceptarlo quise conocer a la familia de Tony y visité a Nick Vallelonga, su hijo y guionista. Quería aprender, tener el punto de vista del personaje para no juzgarlo y entenderlo. Conocerlos, ver sus gestos, la forma de hablar, los acentos, cómo comían y su relación entre primos, tíos, las historias que contaban, el sentido del humor… Todo eso me ayudó a construir el rol.

¿Le sorprendió ese carácter? Usted creció en Argentina, pero viene de una tradición distinta.

Crecí en Argentina pero mi genética y mi crianza es nórdica. Y de ambos lados: mi padre, danés y mi madre, estadounid­ense descendien­te de escoceses e ingleses. Menos italiano, imposible. Pero en Argentina la influencia italiana está muy presente, sobre todo en Buenos Aires. Amigos míos tenían esos gestos y la música del castellano argentino tiene mucho del italiano.

Y el haberse trasladado tanto, el haber vivido en tantos sitios distintos… ¿no le hace más difícil sentirse de un lugar, tener raíces?

Bueno, todos estamos solos, aunque estemos acompañado­s. Todos somos irrepetibl­es y nunca nos van a explicar por qué vinimos al mundo y por qué nos tenemos que ir. Eso me preocupa y duele. Pero tú estás hablando de una cierta descolocac­ión…

… que tiene mucho que ver con el oficio de actor.

Y con el de cantante, músico o deportista. Es cierto. Pero será que me gusta, ¿no? Me crie cambiando de hogar, de país y de cultura en un tiempo, los años 60 y 70, en el que, sin Internet ni móviles, perdías el contacto. Cuando nos fuimos con mi madre a Estados Unidos, perdí el vínculo con la cultura argentina. Con mis dos hermanos habíamos hablado entre nosotros solo en castellano. Yo era el mayor, y en Argentina hablaba con mi madre en inglés, pero el pequeño se negaba. Pues al llegar a Estados Unidos, él con 6 años, el mediano con 8 y yo con 11, empezó a hablar inmediatam­ente y fue el primero que olvidó el español. Yo conservé libros, cómics, mi camiseta de San Lorenzo… y no lo perdí. O eso creía porque, cuando regresé en el 94 o 95, me decían que hablaba como un abuelo, con el mismo argot que en los 60.

EL TRABAJO MÁS GRATIFICAN­TE DEL MUNDO

Usted empezó a actuar bastante tarde.

Comparado con otros sí. Tendría unos 22 o 23 años.

¿Por qué no empezó antes?

Siempre me había gustado ir al cine, desde muy chiquito. Mi madre sembró la semilla llevándome con cuatro o cinco años a ver Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago… Me fascinaba pero nunca se me pasó por la cabeza hacer teatro en el colegio. Hasta que, con 20 o 21 años, algo hizo clic. Creo que fue cuando empecé a ver cine de autor: Pasolini, Ozu, Bresson, Dreyer, Bertolucci, cine francés, escandinav­o… Esos años estuve en Dinamarca y en Inglaterra, trabajando y estudiando, un poco de todo. Pero cuando me fui a vivir a Nueva York empecé a trabajar en un cine de dobles sesiones, con lo que veía más cine todavía. Y ahí comprendí que quería saber dónde estaba

Cuando todo funciona, actuar es el trabajo más maravillos­o del mundo. Cuando no, puede ser deprimente y humillante

Empecé a actuar porque quería descubrir el truco de los actores: cómo conseguían hacerme creer, reír o llorar

el truco; cómo conseguían hacerme creer, reír o llorar, y cómo lograban transporta­rme a otro mundo. Y quise probarlo en el anonimato que da Manhattan. Poco a poco me di cuenta de que me atraía no solo el trabajo del actor, sino el colectivo: el director, el fotógrafo, el guión, la música, el montaje. Esta idea de trabajo en grupo es lo que siempre me ha empujado a seguir, incluso en los periodos más frustrante­s. Y este oficio los tiene.

¿Ha pasado por muchos de esos momentos?

Sí, sobre todo al principio. Tardé muchos años en ganarme la vida actuando. Siempre tenía uno o dos empleos más. He sido camarero,

barman, mozo de mudanzas… Pero si sigues es porque te ha enganchado y porque si algo hay que aprender en este oficio es a ser flexible.

Y a sobreponer­se al rechazo. Eso tiene que ser duro.

Pero cuando todo fluye y conectas es maravillos­o: el trabajo más fácil y gratifican­te del mundo. Y al contrario, cuando no funciona, es lo más vergonzoso, humillante y a veces deprimente que existe.

Sus primeros films no funcionaro­n: antes de participar en Único testigo (P. Weir, 1985) rodó en 1984 con Jonathan Demme (Chicas en pie de guerra) y en 1985 con Woody Allen (La rosa púrpura de El Cairo), pero cortaron su papel en el montaje.

Fue una gran decepción porque nadie te llama para avisarte… Yo se lo había contado a toda la familia. ¡Y no salía ni en los créditos! La segunda vez que pasó, mi madre me llamó

¿Qué estás haciendo en Nueva York? He oído que hay una epidemia de crack… ¿Estás metido en eso? (Risas). Pero, aunque te saquen de la película, has hecho el trabajo. Muchos de mis mejores recuerdos en estos

35 o 36 años de hacer cine son de momentos que no están en el montaje final: tomas descartada­s, ensayos, cosas irrepetibl­es, conexiones únicas con tus compañeros, con el director…

Precisamen­te está preparando su debut como realizador, Falling. ¿Por qué ahora?

Porque era lo que me faltaba, dirigir (risas).

Empezamos a rodar en febrero. Es como el tercer guión que he escrito. A mediados de los 90 intenté arrancar un film en Dinamarca, pero no conseguí la financiaci­ón. Después compré los derechos de El cazador de caballos, la novela de Mari Sandoz, pero sería muy cara y complicada. Y después escribí este guión, muy personal, de un presupuest­o asumible y que me apetece mucho contar. La idea no era actuar, pero estar en el reparto ayudaba a conseguir la financiaci­ón.

Como actor acostumbra a trabajar en un proyecto al año, más o menos. Dirigir le llevará más tiempo…

Bueno, últimament­e incluso he trabajado menos. No he hecho nada desde Captain Fantastic, y eso fue hace tres años.

Mis padres estaban enfermos y falleciero­n los últimos dos años y quise estar con ellos. En las idas y vueltas a Estados Unidos, mientras estaba con ellos, he escrito bastante. Y tomado fotografía­s, dibujado, editado libros de otros… Y tengo un nuevo libro de poesía que tendré listo pronto.

Esas distintas facetas artísticas suyas, ¿cómo complement­an su trabajo como actor?

Vienen del mismo sitio, de la necesidad de contar historias. Aunque a veces, muchas sean solo para mí. Al ver una escena de una de mis películas, recuerdo dónde rodamos, quién

era mi novia o qué cosas pasaban en mi familia. Por ejemplo, el suéter que llevaba en una escena de Captain Fantastic era uno que mi padre le regaló a mi abuelo. Está muy remendado. Lo llevo en la escena en que estoy tocando la guitarra… y eso tiene un significad­o especial que solo sé yo. Son como un álbum personal, recuerdo por qué tomé esa foto, por qué escribí ese poema… momentos que marcan un instante de mi vida… Actuar, la poesía, la fotografía son todas distintas ramas artísticas que vienen de un mismo árbol.

TODOS TENEMOS UN PLAN (O NO)

Hablando de distintas ramas, y volviendo a Green Book, Tony Lip no se parece a ninguno de sus roles. Y ha encarnado unos cuantos.

Hay personajes que reconozco que han sido más arriesgado­s porque se alejan mucho de mi forma de ser. Y probableme­nte Tony está entre ellos. O Sigmund Freud. O el mismo Ben de Captain Fantastic.

Ha sido el héroe, como con Aragorn, y hasta el mismo demonio…

Sí, Lucifer en Ángeles y demonios, junto a Christophe­r Walken.

Pero nunca habíamos visto que tenía vis cómica. ¿Ha descubiert­o a otro Viggo actor gracias a Tony Lip?

Me lo pasé bien, mucho… Aunque al principio me preocupó. Siempre he admirado a los actores cómicos, me parece que tienen un talento que yo no poseo. Pero me di cuenta de que no es tan diferente: todo tiene que ver con escuchar y reaccionar a tiempo. La suerte es que, por un lado, la comicidad surge del contraste entre mi personaje con el de Mahershala Ali. Y, por el otro, a que los dos conectamos inmediatam­ente. ¿Le ha picado el gusanillo de la comedia? ¿Seguirá esta senda?

Qué sé yo. No tengo un plan, ni una lista de personajes a interpreta­r o de directores con los que trabajar. Claro que hay cineastas con los que me encantaría colaborar, pero yo solo busco historias. Y Green Book me gustó porque invitaba a pensar y a sentir sin adoctrinar­te. Hay quien dice que es como una película para todos los públicos de las de antes ¡como si fuera malo! Desde luego que hay otra clase de films realizados desde un claro posicionam­iento ideológico que hablan de la misma injusticia… Pero son películas que no llegarán a tanta gente. Quizás quien vea Green Book se preguntará cosas y buscará respuestas. Esa es otra de las suertes de este oficio. Y soy afortunado. Por muy frustrante que a veces sea esta profesión, la mayoría de los actores se darían por satisfecho­s si tuvieran en su carrera una película como Green Book, o un Captain Fantastic, Una historia de violencia o una trilogía como

El señor de los anillos. Yo he tenido la suerte de hacerlas todas. Ese es el premio, no el Oscar.

Por supuesto. Aunque no te engaño si te digo que me encantaría ver a Peter Farrelly, el director de Dos tontos muy tontos,

en el escenario recogiendo un Oscar. Sería todo un momentazo (risas). Yo ya estoy acostumbra­do a este juego, a quedarme sentado y aplaudir cortésment­e al otro actor al que premian. Pero, aunque Pete no gane ni esté nominado, queda la película. Y es una historia con ecos de Preston Sturges, de Frank Capra o, ya que estamos aquí, de Berlanga: divertida, para un gran público y al tiempo con un importante mensaje social.

Y al final, lo que queda es eso.

No tengo un plan, ni una lista de personajes a interpreta­r o directores con los que trabajar. Yo solo busco historias

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain