Fotogramas

El blues de Beale Street

- Más informació­n en pág. 86 ESTRENO: 25 ENERO Beatriz Martínez

Podríamos considerar a Barry Jenkins dentro de la nómina de nuevos directores que abordan en sus películas los conflictos de identidad racial a través de una óptica contemporá­nea, ya sea mediante historias ancladas en la actualidad o de episodios del pasado que adquieren una nueva dimensión cuando se miran desde los ojos del presente. Tanto Moonlight como ahora

El blues de Beale Street parten de relatos mínimos y sobre todo muy íntimos, historias de soledad, incomprens­ión, impotencia que terminan transformá­ndose en delicadas metáforas en torno a una sociedad herida por el odio en la que late el racismo, la homofobia y la diferencia de clases. Pero además del trasfondo reivindica­tivo, lo que de verdad diferencia a Jenkins del resto de compañeros de generación es su vir- tuosismo formal, su capacidad para componer planos de una belleza estética exquisita y su talento para metamorfos­ear la realidad a través de la poética de las imágenes. Vuelve a demostrar que sabe cómo contar un relato en el que late el compromiso social, en este caso basado en una novela del activista James Baldwin en la que se ponen de manifiesto las tensiones raciales y la indefensió­n de los afroameric­anos en el turbulento Harlem de los setenta. Pero en realidad, lo que le interesa filmar es una historia de amor, de un primer amor, el que viven Tish (impresiona­nte debut de KiKi Layne) y Fonny (Stephan James) y de qué manera resulta imposible que la pureza de esa relación pueda mantenerse en medio del entorno hostil en el que habitan. Al igual que ocurría en In the Mood for Love, de Wong Kar-wai, lo importante es la experienci­a sensorial en la que nos sumergimos. Jenkins convierte en lirismo una simple mirada, un gesto bajo la lluvia. Es un director superdotad­o a la hora de crear atmósferas íntimas, por eso funciona tan bien en las distancias cortas. Su cámara envuelve a los personajes y consigue crear momentos realmente especiales, tan evocadores como sensitivos. Aísla a sus personajes del mundanal ruido e impregna la imagen de calidez y emoción. Puede que todavía necesite pulir algunas cosas, abandonar ciertos subrayados (en su parte final), pero estamos ante un director con una mirada realmente auténtica.

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KiKi Layne y Stephan James.

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