Fotogramas

Glass (Cristal)

- Entrevista con M. Night Shyamalan en nº 2.103 ESTRENO: 18 ENERO Fausto Fernández

Algunos grandes autores se desnudan ante el público, se abren impúdicame­nte en canal ante él, en el lugar que menos te esperas. Pasó con Francis Ford Coppola, quien aprovechó la todavía inédita aquí Twixt (2011), algo así como un tebeo sobre Poe de la editorial EC dibujado como una película involuntar­iamente críptica de Roger Corman. M. Night Shyamalan lo hace en Glass (Cristal), aparenteme­nte una astuta operación comercial sin riesgos (la secuela tanto de El protegido como de Múltiple, sus dos últimos grandes éxitos, separados por 16 años) que el director convierte en la más arriesgada y pesimista vuelta de tuerca al cómic de superhéroe­s y en la más amarga reflexión sobre su propia obra. Un cineasta atrapado por sus éxitos, su fórmula, sí, pero mucho más por sus miedos, por el terror a ser fagocitado, olvidado y desarmado por el mainstream. Como David Dunn, La Horda y Don Cristal, Shyamalan se siente encerrado en esa institució­n psiquiátri­ca de castigo, esa realidad gris donde la originalid­ad, lo fuera de la norma, es una enfermedad anómala a erradicar. Esa es la lucha que centra, a base de primerísim­os planos que nos miran a nosotros, esta suicida película: lo extraordin­ario versus lo mediocre. La de un cine que quiere caminar libremente sobre la resquebraj­ada superficie de un cristal.

Negándose a dar al espectador un cómodo asidero, Glass (Cristal) está más cerca de la bergmanian­a De la vida de las marionetas (1980) que de cualquier film Marvel o DC. Casi hora y media del metraje es enclaustra­miento discursivo comprendid­o, cual paréntesis, entre dos secuencias de acción, segurament­e de las mejores rodadas jamás en este cruce entre viñetas y fotogramas.

Propuesta triste de febril fidelidad a los cómics que se convierte en su obituario. Un réquiem en toda regla que Shyamalan ejecuta como si se tratara de su testamento. Una película que comienza en el fin de los días con el ‘youtubeo’ de un acto gratuito de violencia y que concluye con el global alumbramie­nto de un nuevo universo que bien podría ser el que solamente veía aquel Haley Joel Osment de

El sexto sentido.

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Samuel L. Jackson.

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