INMA GALLEGO
De los cambios en la industria originados por las plataformas digitales no podía estar exento el sector del doblaje. La autora relata con ironía cómo se han visto afectadas las condiciones de su trabajo.
La voz de Ygritte en Juego de tronos es nuestra Firma Invitada y aporta una irónica reflexión sobre cómo las plataformas digitales afectan a la industria del doblaje.
No se empeñen: los actores de doblaje no tenemos la culpa de casi nada. En la antigua Roma, a los actores, prostitutas y gladiadores se les consideraba infames porque no tenían voluntad sobre sí mismos; eran otros los que mandaban sobre su cuerpo y su vida. Algo parecido nos pasa a los actores de doblaje con nuestras voces y nuestras interpretaciones. Cada cierto tiempo, el doblaje, aunque fiel a su andamiaje de pantalla, micro y voz, se reinventa. A veces, son modas de un sola temporada, veleidades de despacho que se trasladan a los atriles para su experimentación, con más o menos éxito. Cuando llegaron y se instalaron en nuestras vidas las grandes plataformas de streaming, que pusieron todo patas arriba y cambiaron la forma en la que consumimos series y películas (sí, los actores de doblaje también somos espectadores críticos y quejosos), apostaron
–¡oh, sorpresa!– por el doblaje. Espectadores de medio mundo aceptaban con naturalidad los productos del otro medio que les llegaban, por primera vez, en su propia lengua. Nuevos amos, nuevas reglas. A veces, no solo atendiendo a cuestiones artísticas, sino de pura logística. Por ejemplo, de la noche a la mañana, donde hasta hace poco presumíamos de buscar labios y, sobre todo, miradas, nos sometimos al imperio de la onda. Asumimos hasta la obsesión que la raspa generada en la pantalla del ordenador debe encajar exactamente con la del original, aunque el ojo y la experiencia puedan estar pidiéndonos otra cosa. Si en las series de alguna plataforma concreta, y solo en esa, notan que a los personajes les duelen los rodillas al sentarse aunque no hayan rebasado la treintena, resoplan desproporcionadamente al sostener un bebé, mastican como cavernícolas o aspiran el humo del cigarrillo como si no hubiese un mañana, sospechen: estamos siguiendo instrucciones. Y así con casi todo. Pero nuestra misión es ejecutar como mejor sabemos esas instrucciones particulares del dueño del producto, sin traicionar el sagrado original ni el sentido común.
Aumentó el volumen de trabajo. Los catálogos se llenan con series y películas de todo el planeta, de manera que ya
tampoco vivimos plegados a los calendarios de las grandes cadenas americanas, que en verano solían dejar yermos los estudios de doblaje. Será en los espectadores sobre quienes recaiga la responsabilidad de no rebajar nunca el nivel de exigencia, si a corto o medio plazo (o quizá ya esté pasando) esta buena noticia desemboca en la desprofesionalización y el amateurismo. Hemos tenido la oportunidad de doblar coreano, danés, inglés, chino, polaco, hindi, turco, sueco... Y nos ha encantado poder escuchar a tantos actores españoles muy bien doblados a otras lenguas. Les confirmamos también que seguimos sin hablar con fluidez ninguno de esos idiomas, a pesar de rozarnos a diario con su fonética y su musicalidad. Ya antes del reinado de la plataformas, habíamos empezado a padecer en nuestras carnes las consecuencias de los estrenos simultáneos, algo que como consumidores celebramos. El actor de doblaje se siente a ratos bombero o cirujano de urgencias. El teléfono suena y el actor deja lo que está haciendo y corre a cubrir un gesto que la toma preliminar no incluía. El mundo puede seguir girando.
La inmediatez ha convertido además a simples curritos en algo que nunca pedimos ser: ¡guardianes de secretos! Se supone que para ayudar a protegerlos, nuestras pantallas se han llenado hasta el absurdo de marcas de agua superpuestas. Doblar es una yincana en la que se esquivan logos, barras deslizantes, ¡números de teléfono!... Así, no es imposible descubrir solo el día del estreno mundial que la actriz a la que has estado doblando era una pelirroja muy pelirroja. Pero no nos pongamos melodramáticos: tampoco importa demasiado conocer el color del cabello o el número de pecas del personaje al que prestas la voz. Al fin y al cabo, recuerden, somos solo infames, gladiadores de la onda.
“NOS HEMOS CONVERTIDO EN ALGO QUE NUNCA PEDIMOS SER: ¡GUARDIANES DE SECRETOS! DOBLAR ES UNA YINCANA”.