LA LEYENDA DEL IMPECABLE
Paul Newman
Lee Strasberg, su director en su paso por el Actors Studio de Nueva York, dijo de él que habría podido ser tan buen actor como Marlon Brando si no hubiera sido tan guapo. Y así pasó Paul Newman toda su vida profesional, luchando contra lo inevitable. No eran sus ojos azules (el azul más azul de Hollywood), era su mirada. No eran sus labios, sino su sonrisa burlona. Y una apabullante seguridad en sí mismo forjada en clásicos como La gata sobre el tejado de zinc (1958), El buscavidas (1961), La leyenda del indomable (1967) o tantos otros que ponen en entredicho las palabras de Strasberg. Pero Newman fue más que cine: coches, salsas, obras de caridad, la lealtad al amor de su vida, Joanne Woodward, y una despreocupada elegancia natural que lo hacía distinto a todos. Un lujo inmortal del que disfrutamos gracias a un daltonismo que le impidió cambiar su destino como piloto de la Marina.