La Firma Invitada.
Un cómico veterano y respetado, que ha capeado crisis de todos los signos, reflexiona sobre los efectos de la pandemia en su sector y lamenta que la Cultura no sea prioridad en tiempos de zozobra.
Enfilamos hacia el verano de este desgraciado 2020 marcados por el desconcierto, por la incertidumbre. Si la suspensión de espectáculos, que las hubo y muy largas en ocasiones, se debió en el pasado a otras causas: muerte de reyes o infantes, epidemias de cólera o peste, guerras civiles, y de ellas el mundo del espectáculo salió bastante maltrecho, tardando años en recuperarse (en España la Guerra Civil de 1936 redujo brutalmente los rodajes y a su fin los estudios de cine carecían de las condiciones adecuadas para retomar una actividad regular), creo que es la primera vez que se produce un confinamiento masivo como el que esta ocasión ha propiciado y, sobre todo, con la incertidumbre añadida de cómo va a ser el desarrollo posterior de espectáculos públicos, rodajes de cine o grabaciones y doblajes de series; ante qué perspectiva nueva nos vamos a encontrar; cómo va a ser lo que se ha venido a llamar ‘normalización’.
Nadie sabe, a ciencia cierta, qué nos depararán los próximos meses, aunque los augurios no son nada tranquilizadores. Cuando escribo estas líneas nada se sabe de lo que realmente va a ocurrir con lo que se estaba rodando o grabando para el cine y la televisión cuando todo se paralizó en un fin de semana de marzo. Solo quedaron promesas en el aire y una realidad en tierra: nadie iba a trabajar el lunes y, por lo tanto, a partir de ese momento cesaba toda la actividad productiva y todos los ingresos derivados de ella. El paro total sin una fecha de reactivación, sin unas perspectivas a corto plazo. Desconozco, en líneas generales, en qué medida ha podido afectar a la parte empresarial ese cierre obligado, traumático; y cuando hablo de afectar me refiero a si productores, gestores, programadores, distribuidores, etc. tenían unas reservas económicas que les permitan seguir pagando sus facturas, recibos e hipotecas si las tuvieran. Solo sé que en el caso de actrices y actores, salvo un muy reducido número de ellas y ellos, esta situación los ha dejado en la pura calle o en ese ámbito social que hoy se califica, eufemísticamente, de vulnerables. Según datos bastante fiables, se ha calculado que entre el sector audiovisual y el teatral solo en el mes de marzo se habrían dejado de percibir cerca de los ocho millones de euros en salarios lo que hace presumir que en estos meses de confinamiento podría alcanzarse la cifra de casi cincuenta millones de euros en pérdidas por la no percepción de salarios. AISGE, entidad que gestiona los derechos intelectuales de los actores de imagen y voz, bailarines y directores de escena, que presido, ha recibido en estas semanas un aluvión de peticiones de ayuda económica que, en parte, podrán ser atendidas gracias a la Fundación AISGE que preside Pilar Bardem y que está íntimamente ligada a la Sociedad de Gestión. También se está tratando de adelantar el pago de los derechos de imagen y sonido antes de los plazos señalados para su abono a las socias y socios que lo están solicitando. Es la única ayuda económica con la que actrices y actores cuentan. No voy a tratar aquí del despido fulminante en series que se estaban grabando de técnicos y actores, de la misma forma que se ha hecho en películas y doblajes. Tiempo habrá de analizar, por parte de los sectores sindicales, la legalidad o ilegalidad de esta medida y otras. Desde mi punto de vista, el solo hecho de que esas productoras hubiesen abonado una semana más a sus contratados habría significado un acto de justicia. Hay actos legales que no son justos. El resto, como diría el personaje hamletiano, es silencio. La inoperancia absoluta del mal llamado ministro de Cultura que solo atiende a la obediencia del Ministerio de Hacienda y que ha retrasado ya por dos veces la toma de decisiones acerca del sector hace que nuestra confianza y esperanzas en él sean escasas. No esperamos mucho de sus palabras y menos de sus posibles obras. La realidad actual es la que describo. Entiendo las dificultades en que todo el país se encuentra y la necesidad de unirnos para recuperar el terreno perdido, pero me temo que la burocracia excesiva de nuestro país, la incomprensión absoluta de la Cultura por parte de muchos funcionarios y asesores de la Administración no augura nada bueno fuera de nuestra propia toma de decisiones. Creo que esto no es una guerra contra un virus, es algo más: es una lucha para no perder nuestras ya debilitadas señas de identidad.