Oficios de cine. Sonia Grande, diseñadora de vestuario.
Habitual de Woody Allen (y ya van cinco largometrajes con el aún inédito ‘Rifkin’s Festival’), Almodóvar (acaba de vestir a su nueva musa, Tilda Swinton) o Amenábar (su último Goya ha sido por los diseños de ‘Mientras dure la guerra’), hablamos con una de nuestras figurinistas más internacionales sobre un oficio que exige pasión, rigor y minuciosidad para que cobren vida los personajes.
Anne Seibel, diseñadora de producción de Woody Allen, director que catapultó a Sonia Grande (Oviedo, 1964) al panorama internacional tras trabajar juntos en Vicky Cristina Barcelona (2008), dijo de ella que es el Sherlock Holmes del vestuario. Todo un logro para una profesional autodidacta a la que barrer el escenario del Teatro Español le ayudó a conectar con su pasión infantil de crear figurines para los personajes de las novelas que leía. Estudió Arte Dramático e incluso debutó como actriz. Pero el salto a la televisión como ayudante de vestuario junto a Miguel Narros y Andrea D’Odorico en El Quijote de Manuel Gutiérrez Aragón cimentó su destino.
Diez años en el Teatro Español vistiendo a los clásicos fueron su escuela.
Y fue la mejor. Haber pisado un escenario me ayudó muchísimo a la hora de componer el externo del actor, saber lo que necesita para contar su historia. Fueron años de aprendizaje extraordinario. Durante unas pruebas de vestuario a Meryl Streep, en No es tan fácil (2009) de Nancy Meyers, me dijo que habría querido ser diseñadora de vestuario. En Estados Unidos nuestro trabajo es admirado. Aquí, no siempre.
¿Cuestión de presupuesto?
¡Claro! Uno de mis últimos trabajos ha sido Icon, de Roland Joffé ( La misión,
1986) sobre la vida de Jesús de Nazaret, y yo tenía un millón de euros de presupuesto. En España, con ese dinero, casi ruedas la película entera.
¿Cómo logró el espectacular despliegue de
Mientras dure la guerra, su último Goya?
Mi oficio no consiste en esperar a que el director me diga lo que quiere ver. Trabajo con referencias, y me apoyo en dibujos, fotografías, cuadros… Hay un trabajo de investigación detrás
para saber qué geografía van a habitar los personajes. En Mientras dure la guerra hay unos 1.800 trajes. Me fui a Inglaterra a los mercados de piezas antiguas y las personalicé. La ropa de los años 30 era exquisita, y no puedes hacerla toda igual. Me traje un sastre de Italia que corta época como los ángeles. Tiene otro Goya por La niña de tus ojos de Trueba. ¿Son esos sus mejores trabajos?
Ambos han sido estupendos, pero
Los otros (Amenábar, 2001) lo merecía, se hizo un diseño muy distinto. Y Medianoche en París (Woody Allen, 2011), de producción española, que casi llega a los Oscar y aquí ni fui nominada. ¿El comienzo de su trabajo pasa por saberse el guion al milímetro?
Absolutamente. Eres como un pintor. Si tienes 500 figurantes, el vestuario influye en que la secuencia sea luminosa o más oscura. Siempre se va corrigiendo.
Acumulará infinidad de anécdotas.
Mil, algunas contables y otras no. En
Romasanta, la caza de la bestia (Paco Plaza, 2004), por ejemplo, yo quería experimentar con el encerado de capas de la época. No dominaba la técnica, y el supervisor de vestuario utilizó una para que la capa de Julian Sands luciera espléndida. En una escena, Elsa Pataky, con un vestido de seda amarillo corría hacia él y se abrazaban. ¡Se quedó pegada como una mosca! ¡Menos mal que al director le dio por reír!
¿Cuál ha sido su gran reto?
Por el tiempo, Z, la ciudad perdida
(2016), de James Gray. Me dio siete semanas para un periodo que abarcaba desde 1902 a 1928. Fue una aventura fascinante e inolvidable.
¿Algún complejo con el vestuario que se hace en cine español?
Hemos mejorado, pero las series están destruyendo el concepto de excelencia. Se trabaja rápido y se produce muy barato. Y esa es la escuela de la gente que liderará nuestro futuro cinematográfico.
¿Cómo es Woody Allen, director con quien ya ha trabajado en cinco ocasiones, la última en Rifkin’s Festival?
Es un genio, generoso y encantador. Hubo entendimiento desde el principio. Te deja toda la libertad para preparar tus referencias y eso provoca que seas más creativa. Durante el rodaje de esta última, en San Sebastián, creó un ambiente de paz extraordinario. Le apasiona España, lo decía siempre. Recuerdo la primera entrevista que me hicieron en sus oficinas de Nueva York. Me recibieron su hermana y la productora, Helen Robin. Durante toda la conversación tuve ‘un viaje’ y pensé que la hermana era Woody disfrazado de ella. Sin querer, me había fabricado una historia que muy bien podría ser de un guion suyo. Desde Vicky, Cristina, Barcelona
me llovieron las ofertas en Estados Unidos. Y él me ayudó muchísimo. ¿Alguna musa en su carrera?
No soy nada mitómana, pero después de vestir a Tilda Swinton para el último trabajo de Almodóvar (un cortometraje adaptación de La voz humana de Jean Cocteau) hay un antes y un después. Hay cuerpos, personalidades, que hacen que un traje se convierta en obra de arte. Y ella tiene esa virtud.
Dígame una referencia siempre viva.
Danilo Donati en el cine de Fellini, ¡lo mejor de la historia del cine!
¿Hasta qué punto el universo de la moda tiene que ver con su trabajo?
El cine tuvo mucho que ver con la alta costura. Pero la moda ahora se ha industrializado y ha perdido personalidad. Excepto en dos grandes talentos: John Galliano y Demna Gvasalia, el último diseñador de Balenciaga.
¿Se encargaría del vestuario de una película que no le inspirase calidad?
Mientras me lleguen los ahorros, no.