Fotogramas

UN PAR DE ANÉCDOTAS

El director de ‘El día de la bestia’ rememora vivencias de un rodaje extremo, realizado casi en plan comando y con la sensación constante de jugarse la piel. Un film que le dio a Santiago Segura el Goya al Mejor Actor Revelación.

- Por Álex de la Iglesia.

Recuerdo un frío atroz y un viento congelador. Me había gastado la totalidad de mi sueldo como director antes de terminar la película, y rondaba en mi cabeza la idea de trasladarm­e al sofá de Santiago, cuando vivía en Carabanche­l, en la calle Arévalo (todo encajaba). Allí pasé varios meses de mi vida entre película y película, disfrutand­o de sus tebeos y conociendo a sus amigos, personajes únicos a los que aún quiero y recuerdo.

En aquel rodaje, Santiago y Álex eran, más que actores, soldados o mártires entregados a la causa. No teníamos obviamente ni roulottes ni nada parecido: nos refugiábam­os en los cajeros para entrar en calor. En un momento determinad­o, Santiago tenía una parrafada larga y recuerdo decirle: Muy bien, pero no te entiendo nada. — ¿Por qué? ¿Arrastro mucho las palabras? — No, es que estás tiritando, y el castañeteo de dientes tapa lo que dices. Así que imaginaos a dos tipos gordos como personajes de Peñarroya, corriendo a las cuatro de la mañana por el centro vacío de Madrid, dando vueltas a la manzana para entrar en calor. Agotados, volvíamos al set y rodábamos a toma única, porque aquello no estaba como para ponernos artísticos.

La jornada acababa cuando salía el sol y volvíamos a casa, arrastránd­onos por la Gran Vía. Dormíamos unas pocas horas, la mañana como mucho y a la tarde ya preparábam­os el rodaje de esa noche.

Santiago cada día estaba mejor en la peli, lo mismo que Angulo, al que yo ya conocía del teatro Karraka, la compañía de Ramón Barea. Tenía callo de acero y Santiago se enfrentaba a pelo con un grande. Creo que su colaboraci­ón, el tándem que formaron es de lo mejor de la película y donde Santiago demostró que es mejor actor que showman, aunque no quiera reconocerl­o (risas amiguetile­s). Nos habían concedido el permiso para rodar en Schweppes esa misma semana. Llegó el día del rodaje en decorado. Armando, Santiago, Álex y yo contentos porque por fin haríamos la secuencia demente del neón. Recuerdo nuestras caras al comprobar en vivo que, a pesar de ser un decorado, el neón estaba a 7 metros de altura, y la caída era mortal, exactament­e igual que en el edificio real. Armando, Cavan en la película, empezó a sufrir una crisis nerviosa muy divertida, en la que aseguraba que él no iba a rodar eso. Yo me reía, porque la cantidad de sufrimient­o que arrastraba para lograr que esa secuencia pudiera convertirs­e en realidad era tan grande que no habría dudado en arrastrarl­o personalme­nte al neón y colgarlo agarrado del cuello. Aquello obviamente no podía verbalizar­lo, pero Santiago sí, que le susurraba

no le falles al amiguete ahora. Cuando subimos, aquello era temible. Las colchoneta­s eran una especie de broma azul a 7 metros bajo sus pies. Reyes Abades juraba que no había peligro, pero Cavan no terminaba de verlo.

¡Tengo vértiga!, gritaba. El tema de que dijera

vértiga nos provocaba una risa que no ayudaba a suavizar la tensa situación. Yo estaba colérico porque no teníamos –como siempre– tiempo material para acabar la secuencia, eran muchos planos y muy complicado­s. De acuerdo, rodemos sin él. Álex y Santiago comenzaron a actuar y Armando no quería. Tengo vértiga, tengo vértiga, gritaba sin parar. Santiago me miraba y preguntaba:

¿Qué hacemos? Y yo le grité (estaba abajo –ejem–, con la cámara): Da igual, actuad vosotros. Y así terminamos la secuencia. No podía escapar porque estaba atado. Si alguien se fija lo suficiente puede que encuentre en los labios de Cavan la palabra Desde aquí un beso gigantesco, Armando.

RICHARD JENKINS (La forma del agua) Y MARIANO RAJOY

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