La Firma Invitada.
El cineasta mexicano recuerda casi tres décadas de complicidad con Santiago Segura: cómo nació gracias a pasiones compartidas y cómo ha crecido, gracias al cine y también a lo que hay al margen de él, convirtiéndolos en grandes amigos y compañeros de ofic
Para hablar del amiguete Santiago Segura es necesario hablar brevemente de la vertiginosa transformación de la cultura en España en las últimas décadas. La movida trastocó las estructuras morales de una cultura sofocada y con ella vino una explosión de fanzines, cineastas, escritores y artistas plásticos. Santiago es parte de la generación siguiente. Junto con la vena iconoclasta, esta quinta abrazó su herencia pop y amplió los horizontes de los géneros poco prestigiosos en el cine nacional, entre ellos la comedia, el horror, la ciencia ficción, etc. También abrazaron el cómic underground, el pospunk, el viejo star-system español, las figuras de la tele, el porno de los viernes, la voluntad de escándalo y el humor castizo a partes iguales. Pero, lo más importante, no se detenían ante nada. Es difícil imaginar lo que significó en su momento la aparición, la invocación, de Torrente en el imaginario español. Mitad grotesca, mitad picaresca, la figura de Torrente encapsulaba perfectamente la parte más oscura de un país progre. La reformulación y reinvención de figuras como Tony Leblanc o José Luis Moreno, el aquelarre de ‘ismos’ (racismo, sexismo, fascismo) que contenía José Luis Torrente, la tonalidad de su comedia –basta, inmisericorde, brutal– conectó directamente con el público. Quizás por eso resulta, para algunos, confuso el abismo que separa al creador, Segura, de su criatura.
Santiago vive allá, en el Viejo Continente, y yo vivo acá, en estas tierras lejanas, pero nos une un amor por el cómic, el cine y el coleccionismo que hemos fomentado a corta y larga distancia desde 1993 o así, ya casi tres décadas. Nos gusta comer –Santiago siempre con culpas, yo sin siquiera una duda (aunque debiera)–; nos gusta conversar sobre actores y directores y sobre el oficio de hacer cine. Los ratos que pasamos son siempre gentiles, solitarios (ambos somos, curiosamente, muy afectos a estar a solas). Debo decir que admiré a Santiago como actor. En un registro cómico es capaz de encontrar momentos de empatía y fragilidad como en Muertos de risa (1999) o dotar de energía pura al heavy de El día de la bestia (1995), y cuando ha hecho algún cameo amiguetil en Blade II, Hellboy o Pacific Rim, siempre tiene ideas brillantes para el personaje (que siempre resultaban en más tiempo en pantalla) o ideas visuales para su vestuario o utilería. No muchos lo saben, pero Santiago es un buen artista plástico –dibuja, pinta y esculpe con considerable destreza– y pone a buen uso esas virtudes.
Hace ya mucho tiempo, nos encerramos a escribir nuestros guiones individuales, Santiago, Fernando Trueba y yo. Esto tuvo lugar en un departamento que Santiago tenía por allá en la Gran Vía. Trueba era muy diligente y disciplinado con el oficio, generaba casi a diario el mismo número de páginas y las discutíamos a fondo. Yo tengo más de 30 guiones escritos y estoy acostumbrado a esa rutina en solitario. Pero también escribo a cuatro manos y funciono bien con una o dos personas en el proceso. Santiago es un asunto aparte. Tiene una mente enormemente fértil y todos los días persigue docenas de ideas y situaciones, todas brillantes, pero chilla y se retuerce a la hora de consignarlas en papel. Parece tener una aversión al acto físico de escribir. Siempre pide un momento para ir por un ‘cafelito’ para todos, o unos bocadillos o propone ir a una terraza porque está tan bonito el día. Y, sin embargo, cuando por fin se sienta a escribir, cuando consigna en el papel aquella idea bizarra y brillante, veo que su mente es única. Nadie construye historias de esa manera, a la vez cruel y solidaria, llena de compasión a veces, pero ferozmente nueva.
Al correr del tiempo y tras mis dos aventuras españolas ( El espinazo del diablo y El laberinto del fauno) nos hemos visto de manera infrecuente, aunque lo llamo a veces para hablar de sus últimas cintas o sus apariciones en Tu cara me suena (su acento en inglés es un crimen), para discutir sus andanzas teatrales o sus hallazgos de planchas originales de cómic (él siempre está a la caza). Y terminamos hablando una hora o así. Curiosamente el tema que nos ocupa frecuentemente son nuestras familias, el ser padres, el ser hijos, los detalles domésticos. Y ese es el Santiago que me viene siempre a la mente. Ese tipo entrañable, cálido, inteligente y de voz suave. Ese hombre que vive a dieta, pero siempre la rompe. Ese gordete amiguetil que se mantiene delgado por las angustias de rechazar la horchata o los fartones. Ese hombre que siempre está abierto a recibir una crítica o consejo respecto a nuestro oficio. Porque Santiago ha vivido el éxito, pero no termina de creérselo. Nos conocimos a los 30, más o menos, y en un poco tiempo estaremos en nuestros 60. Y me agrada confirmar que dentro de ese hombre gentil y mediático hay una imaginación aún feroz, aún no domesticada, y que, estoy seguro, lo mantiene activo, atento y amiguetil. Siempre amiguetil.
“EL SANTIAGO QUE ME VIENE A LA CABEZA ES ESE TIPO ENTRAÑABLE, CÁLIDO, INTELIGENTE Y DE VOZ SUAVE”.