La Firma Invitada.
De cómo los genios se elevan de la anécdota a la categoría, o el arte de superar lo inequívocamente español: genoma berlanguiano.
SECCIONES
El verdugo, una indiscutible obra maestra del cine español, se rodó en 1963 bajo una dictadura franquista que fusiló aquel mismo año al dirigente comunista Julián Grimau y ajustició con garrote vil a los anarquistas Francisco Granado y Joaquín Delgado. A pesar de ello, eran tiempos en los que el régimen intentaba abrirse al exterior con la llegada de los primeros turistas mientras millones de trabajadores españoles soñaban con emigrar a Alemania o Francia en busca de una vida y un trabajo dignos. En una palabra, El verdugo responde a un momento histórico y a un país muy concretos, pero a la vez trasciende una época y un lugar para convertirse en una parábola universal. No es solo un estremecedor alegato contra la pena de muerte: su importancia llega mucho más lejos, al plasmar la lucha por la vida de la gente humilde. De hecho, el núcleo central de El verdugo apunta, en clave de tragicomedia, a la necesidad de un hombre, incapaz de matar una mosca, de aceptar ese detestable oficio para conseguir un piso de protección oficial. Así, en el caso de Luis García-Berlanga se demuestra una vez más que los genios logran convertir historias locales en universales. Porque otros filmes clave de su carrera parten también de tramas y personajes aparentemente localistas para elevarse de la anécdota a la categoría. ¿Quién podría discutir que Plácido critica la falsa caridad cristiana de una Iglesia nacional-católica, pero en el fondo nos está reflejando la hipocresía social y la incomunicación? ¿O acaso puede negarse que La escopeta nacional aborda en la superficie una crisis ministerial durante una de las habituales cacerías del franquismo, aunque en realidad nos habla de las entretelas del poder, de esa mezcla de ambición, sexo y dinero? Otros títulos de la filmografía de Berlanga, desde Esa pareja feliz hasta París-Tombuctú, también han resistido muy bien el paso del tiempo y no han envejecido porque el cineasta valenciano supo mostrar en imágenes las miserias y aspiraciones de cualquier ser humano. Por ello su cine alcanza un carácter universal sin dejar de ser inequívocamente español.
Un observador atento y compulsivo como Luis GarcíaBerlanga, apasionado del cine, la literatura y el periodismo, defensor de la comedia como género, se nutrió tanto de los clásicos norteamericanos (Chaplin, Keaton, los
Marx, Wilder…) como de la tradición española del sainete o del humor absurdo e iconoclasta de una revista como
La Codorniz. No en vano, dedicó su Goya de 1993 por
Todos a la cárcel al dramaturgo Carlos Arniches o cultivó la amistad de dibujantes y escritores vinculados a La Codorniz
como Antonio Mingote, Edgar Neville o Antonio de Lara, ‘Tono’. Por no hablar de su muy fructífera colaboración durante casi dos décadas y 10 largometrajes con Rafael Azcona. Todo ello explicaría esa mirada entre tierna y cruel, ese gusto por el humor negro, irreverente y grosero, esa crítica despiadada de los poderosos, esa maestría en retratar personajes diversos, ese esperpento realista.
Junto a la proyección universalista, el cine de Berlanga resulta imprescindible para comprender la segunda mitad del siglo XX español. Pero no estamos hablando de la macrohistoria, de grandes acontecimientos o carismáticos líderes, sino de la cotidianidad de las vidas de nuestros padres y abuelos, de nuestras madres y abuelas, de esas figuras que encarnaron con tanta brillantez actores favoritos de Berlanga como José Luis López Vázquez, José Isbert, Amparo Soler Leal, Luis Ciges, José Sacristán, Guillermo Montesinos, Luis Escobar o Concha Velasco. Sería una magnífica noticia que el centenario que celebramos de Luis García-Berlanga sirviera para que las nuevas generaciones se acercaran a su cine y descubrieran así el genoma de su identidad. *Miguel Ángel Villena es periodista y autor de ‘Berlanga. Vida y cine de un creador irreverente’ (Tusquets).
“EL CINE DE BERLANGA ES IMPRESCINDIBLE PARA COMPRENDER LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX ESPAÑOL. NO LA MACROHISTORIA, SINO LA COTIDIANIDAD”.