24º Festival de Málaga.
El 24º Festival de Málaga se ha convertido en la mejor cantera para jóvenes cineastas dispuestas a cambiar el panorama cinematográfico de nuestro país. Junto a ellas, el genio irreductible de Agustí Villaronga.
El Festival de Málaga ha vuelto a reafirmarse como la mejor plataforma para el descubrimiento de talentos femeninos. Las óperas primas hechas por mujeres han sido las auténticas protagonistas de un certamen que ha encontrado así su verdadera seña de identidad. Porque, esa búsqueda del equilibrio entre el cine de autor y el comercial que siempre los ha caracterizado, no termina de funcionar, convirtiéndose la Sección Oficial en un cajón de sastre con propuestas radicales junto a otras indignas de participar en cualquier tipo de competición. Para entendernos, es una galaxia lo que separa a la excelente Destello bravío, de Ainhoa Rodríguez, de la irregular Hombre muerto no sabe vivir, de Ezekiel Montes. Y eso genera un desconcierto injustificable a la hora de valorar el nivel general del certamen. Entre esos dos universos, un nombre veterano, el de Agustí Villaronga, terminó por acaparar un palmarés que apostó por reivindicar su genio radical y a contracorriente.
Villaronga, el gran vencedor. Seis premios acumuló El ventre del mar, una película tan rara como estimulante que habla del drama de la inmigración en nuestro presente, entablando un diálogo con un hecho real ocurrido en el siglo XIX narrado en un relato de Alessandro Baricco. Una película surgida en la pandemia, rodada con pocos medios y mucha imaginación, en la que el director demuestra su capacidad para combinar texturas y diferentes niveles narrativos con los que configurar un relato repleto de vasos comunicantes entre disciplinas artísticas y en el que laten la muerte y la poesía.
En clave de mujer. Mientras, la armada femenina ha sido contundente, y también vencedora gracias a un puñado de películas valiosas: Judith Colell con
15 horas, una magnífica disección de la violencia machista desde la mirada de una joven que toma la decisión de dejar a su poderoso marido en un país repleto de prejuicios como República Dominicana; la jovencísima Júlia de Paz Solvas y su valiente e incómoda propuesta sobre la maternidad en Ama (con premio para su actriz Tamara Casellas); Carol Rodríguez con Chavalas, un luminoso acercamiento en clave generacional a la vida de extrarradio; Claudia Pinto con Las consecuencias, una reflexión sobre la naturaleza del ser humano, contra la que, a veces, es necesario luchar, y la mencionada Ainhoa Rodríguez con
Destello bravío, una mirada al entorno rural a medio camino entre el costumbrismo y la psicodelia.
Entre dos mares. El apartado latinoamericano aportó menos sorpresas y quizás por esa razón no obtuvo demasiado reconocimiento en el palmarés a excepción de Karnawal, de Juan Pablo Félix, que consiguió varios galardones, entre ellos el de Mejor Actor de Reparto para Alfredo Castro, en una de esas interpretaciones al límite que tan bien sabe manejar.
Secun de la Rosa abrió la competición a ritmo de música pegadiza con
El cover; Óscar Aibar nos adentró en los ochenta para contar la insólita historia de un grupo de nazis afincados en Benidorm en El sustituto, y Hugo Martín Cuervo trajo la simpática road movie Con quién viajas. La producción más ostentosa fue Live is Life en la que Dani de la Torre cambia de registro para hacer una especie de
Cuenta conmigo a la gallega con guion de Albert Espinosa.