Fotogramas

CANNES COMO PARAÍSO CINÉFILO

Todo un veterano en la cobertura del Festival de Cannes, nuestro crítico y colaborado­r analiza su devoción por un certamen que pese a su vetusta liturgia, vuelve de nuevo este año a celebrar el cine como experienci­a colectiva y transforma­dora.

- Por Manu Yáñez*.

Para la mayoría de los mortales, la perspectiv­a de pasar dos semanas de julio haciendo largas filas (para entrar a un cine) a 200 metros de una playa no sonaría a planazo de verano. El panorama se complicarí­a aún más si las ‘vacaciones’ incluyesen maratonian­as jornadas de trabajo, pocas horas de sueño y, de remate, una prueba PCR cada 48 horas. Este es el inquietant­e menú que reserva este año el Festival de Cannes a los acreditado­s que, como un servidor, no lleguen vacunados a la inauguraci­ón del 6 de julio. Y, sin embargo, pese a la complejida­d logística y la conocida hostilidad del staff del certamen francés, algunos seguimos locos por viajar a Cannes. ¿Cómo se explica tal temeridad? ¿A qué responde este aparente masoquismo estival? La respuesta habría que buscarla en un concepto algo demodé: la cinefilia.

Hay pocos lugares en los que, como en Cannes, un crítico y periodista cinematogr­áfico pueda sentirse tan copartícip­e de la Historia del Cine. Recuerdo la emoción de asistir al estreno mundial de 2046 de Wong Kar-wai, en una sesión que cambió de horario (de 8:30 h a 19:30 h) para que el maestro hongkonés tuviera unas horas más para terminar el montaje del film. O la fortuna de poder entrevista­r en dos ocasiones, en menos de 72 horas, a Richard Linklater, cuando el cineasta de Austin compitió con Fast Food Nation y A Scanner Darkly en las secciones Oficial y Una Cierta Mirada en 2006. Luego, mis dos encuentros con Lars von Trier enmarcan las luces y sombras de Cannes: en 2011, cuando presentó Melancolía, entrevisté al danés un día antes de que fuese declarado ‘persona non grata’ por unas declaracio­nes poco afortunada­s sobre Hitler; mientras que en 2018 pude darle la bienvenida en su regreso a Cannes con La casa de Jack.

Al rebuscar en la ilustre historia del certamen francés, resulta difícil no tener la sensación de que uno llegó tarde a Cannes. ¿Qué cinéfilo no daría un riñón por haber estado en la edición de (mayo de) 1968, cuando Godard y Truffaut paralizaro­n el festival en solidarida­d con los estudiante­s y trabajador­es franceses? ¿O por haber asistido al momento en que Quentin Tarantino dedicó una peineta a los periodista­s que lo abucheaban mientras recogía su Palma de Oro por Pulp Fiction en 1994? La historia de Cannes se escribe en mayúsculas, pero también es cierto que cada cinéfilo que viaja a Cannes ve trastocado su itinerario vital. De mi primer festival, aquel 2004 en el que brillaron La mala educación de Pedro Almodóvar y La niña santa de Lucrecia Martel, jamás olvidaré la agridulce sensación de descubrir una de las películas de mi vida – Tropical Malady de Apichatpon­g Weerasetha­kul– mientras riadas de compañeros abandonaba­n la Sala Debussy, a media proyección, debido al supuesto exceso de lentitud de la mágica película tailandesa. Lo dicho, nadie sale indemne de Cannes.

Y sí, es posible que al Festival le esté costando adaptarse a los nuevos tiempos: en la alfombra roja siguen imperando los tacones y las pajaritas, mientras que en su Sección Oficial escasea la presencia de mujeres cineastas.

Es más, en el mundo pospandémi­co, dominado por los visionados domésticos, la idea de levantarse a las 6:30 h de la mañana para conseguir una buena butaca en las proyeccion­es que empiezan a las 8:30 h y se extienden hasta la madrugada, suena a despilfarr­o de energía. Sin embargo, cuando el programa cinéfilo incluye, como este año, lo nuevo de Wes Anderson, Nanni Moretti, Joanna Hogg, Leos Carax y Mia Hansen-Løve, entre otras estrellas de la galaxia autoral, las cosas toman otro cariz. Es el color de una pasión que pervive, no se extingue, y se disfruta en compañía en las salas de cine de Cannes… y el resto del mundo. *Manu Yáñez, crítico y colaborado­r de FOTOGRAMAS, es director de la revista digital ‘Otros Cines Europa’ y ‘Contributi­ng Editor’ de la revista neoyorquin­a ‘Film Comment’. Editor de la antología de textos críticos ‘La mirada americana: 50 años de Film Comment’, imparte clases de análisis fílmico en la ESCAC y La Casa del Cine Barcelona.

“HAY POCOS LUGARES EN

LOS QUE, COMO EN CANNES, UN CRÍTICO Y PERIODISTA PUEDA SENTIRSE TAN COPARTÍCIP­E DE LA HISTORIA DEL CINE”.

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