La cripta embrujada
EL VALLE DE LOS MUÑECOS
Son tantas las cosas que me alegran el día de Willy’s Wonderland (Divisa) que no sé siquiera por dónde empezar. Como si el hecho de enfrentar a Nicolas Cage con un montón de muñecos animatrónicos diabólicos en medio de la nada no fuera ya suficiente, la máxima estrella psicotrónica del siglo XXI nos ofrece una de sus mejores interpretaciones de todos los tiempos. Elevando a la enésima potencia el personaje de ‘silencioso hombre sin nombre’ que Leone/Eastwood y Melville/Delon, tirando de orientalismo bien entendido, convirtieron en epítome del (anti)héroe de la posmodernidad, El Conserje (como figura en los créditos) hace que los protagonistas de Winding Refn parezcan insoportables parlanchines y, superando lo improbable ya que no lo imposible, desbanca los gloriosos personajes de Mandy o Furia ciega con un recital de hostias como panes, expresiones paródicas minimalistas y gestos automáticos, programados entre el puro TOC y el alma de metal de un autómata de Westworld (la película), que no puede más que hacernos aplaudir en nuestro imaginario cine de barrio interior cada vez que despanzurra un muñeco infernal convertido en piñata sangrienta. Irresistiblemente divertida, rápida y truculenta, Willy’s Wonderland enfrenta a sus teleñecos posesos, en una ensalada colorista de puro cartoon sádico y new bizarre que no desmerece de las locuras grotescas de Laura Lee Bahr o Carlton Mellick III, con la única fuerza –¿de la naturaleza?– que puede vencerlos: un mudo Geyperman mutante llamado Nicolas Cage. El más inquietante de los pobladores de este inquietante valle de los muñecos, que nos recuerda que en el cine de género, más que un buen diálogo, más que un derroche de efectos, lo que importa es que, a veces, el silencio es oro.