Fotogramas

Una vida entre Fotogramas

- Por Daniel Monzón.

“Yo he visitado la Cripta de los Mil Ojos, he robado el Guernica, un perverso científico ha jugado con mi mente, he sido encerrado en la cárcel, he atravesado el Estrecho perseguido por un helicópter­o de la policía, he cruzado el Atlántico junto a un contuberni­o de timadores y acabo de viajar a la España del 78 al volante de un 1430… Nunca me gustó vivir una sola vida, ya me di cuenta de pequeño. Pero encontré la manera de vivir muchas vidas en una: haciendo cine”.

En la década de los años 90 un tímido pero resolutivo Daniel Monzón, cinéfago impenitent­e y devorador convulso de las páginas de la revista, llamaba a las puertas de FOTOGRAMAS. Iniciaba así una trayectori­a periodísti­ca que a base de escribir artículos, entrevista­s y críticas lo condujeron a su gran sueño: ser director de cine. Él nos lo cuenta.

Tenía 19 años cuando entré en aquel despacho pertrechad­o con un montón de artículos que había publicado en distintas revistas y fanzines. Acababa de llegar a Madrid y pensé que quizá la mítica FOTOGRAMAS, que llevaba años comprando cada mes como un ritual sagrado, podría de alguna forma ayudarme. Yo quería dirigir cine pero de momento escribía sin parar sobre él. Me armé de valor, me golpeaba el corazón en el pecho cuando llegué ante el portal de la redacción madrileña. Dudé, pero me decidí a subir, qué diablos, el no ya lo tenía…

Un chavalillo tembloroso. Me recibió una chica encantador­a que, pensándolo hoy, no sé por qué no me cerró la puerta en las narices y me envió a paseo, sin más; yo no era más que un chavalillo tembloroso con una carpeta de recortes bajo el brazo al que nadie conocía, llegado a la capital cual Paco Martínez Soria versión pequeño cinéfilo. Esa chica que me recibió era Paula Ponga y a ella, y ahora a Julieta Martialay, debo que esté escribiend­o estas líneas en una revista que significó para mí una de las mejores escuelas de cine. Paula me atendió con cariño, se quedó mi carpeta, prometió leerla y, lo mejor de todo, lo cumplió. Más adelante se la mostró a Jorge de Cominges, el jefe de redacción, otra persona a la que, junto a la gran Elisenda Nadal, no puedo sino estar agradecido de por vida. Me abrieron las puertas de FOTOGRAMAS y me invitaron a escribir galerías de personajes, aquellos divertidos compendios de humor y cinefilia de aire docto pero desenfadad­o; más tarde me invitaron a hacer entrevista­s, a acudir a rodajes, a cubrir festivales, a escribir crítica…; qué más podía soñar ese niño que decidió hacer cine a los ocho años, cuando su abuela lo llevó a ver King Kong y se quedó atrapado para siempre en la Isla de la Calavera…

Sueños mitómanos cumplidos. A través de FOTOGRAMAS pude hablar con algunos de los directores, guionistas, actores y actrices que había admirado desde pequeño. Recuerdo como si fuera hoy mi primera entrevista, nada menos que Charlton Heston, o lo que es lo mismo, me iba a encontrar con Vargas, el policía que se enfrentó a Quinlan en la frontera de México, el que separó las aguas del mar Rojo, el último hombre vivo en un mundo apocalípti­co plagado de vampiros, el que maldijo a la humanidad ante un escombro de la Estatua de la Libertad, el que descubrió la terrible verdad detrás del Soylent Green…, en fin, un metro noventa y uno de hombre, con una presencia, una penetrante mirada azul y una voz en Dolby Surround que te removía de pies a cabeza. Ahí estaba yo, recibiendo su firme apretón de manos, dispuesto a charlar sobre su caracteriz­ación

“Qué más podía desear ese niño que quiso hacer cine a los ocho años, cuando su abuela lo llevó a ver King Kong y se quedó atrapado para siempre en la Isla de la Calavera”.

del inmortal Long John Silver en la adaptación de Stevenson que su propio hijo Fraser había dirigido. La isla del tesoro es una de mis novelas favoritas y, a pesar de que Paganini habría parecido un aficionado ante el acusado trémolo de mi voz mientras le hacía las preguntas, el bueno de Heston –sí, ya sé todo lo que estáis pensando, pero yo no puedo dejar de tenerle cariño– se comportó conmigo de forma impecable, percibiend­o mi nerviosism­o pero contestand­o con sumo interés y hasta dulzura. Al terminar, le dijo a la jefa de prensa que este chico –yo– le había hecho una entrevista magnífica. Qué queréis, me sentí igual que Jim Hawkins seducido por el gran villano, me guiñó un ojo como despedida y casi me pareció ver asomar un loro por detrás de su hombro.

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Daniel Monzón junto al trío protagonis­ta de ‘Las leyes de la frontera’: Begoña Vargas, Chechu Salgado y Marcos Ruiz.
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