Fotogramas

BRUJA, MÁS QUE BRUJA

La suspensión durante diez minutos de un pleno del Congreso por el insulto de un diputado de Vox a una diputada socialista sirve de excusa para retratar a las hechizeras que han lanzado conjuros cinéfilos.

- *Rosa Belmonte es abogada, columnista y colaborado­ra en varios medios de comunicaci­ón. Por Rosa Belmonte*.

Me da igual si me llaman zorra, pero me gusta más bruja. Preferiría bitch, pero los que me insultan no hablan idiomas. Tanto ‘tiquismiqu­ismo’ con lo de llamarse bruja (vale, el Congreso no es el sitio) me ha recordado a todas las brujas adorables del cine y la televisión.

La primera, Elizabeth Montgomery como Embrujada.

Esa música evocadora y esa madre, Endora (Agnes Moorehead) a la que de mayor descubrías en Ciudadano Kane, en El cuarto mandamient­o, en Obsesión o en

Sólo el cielo lo sabe. Porque fue la bruja/suegra de mi niñez televisiva (niñez televisiva y niñez es lo mismo).

La maldición de las brujas, de Nicolas Roeg, también está dirigida al público infantil. Y como debe ser, para dar miedo. Las brujas encabezada­s por Anjelica Huston convertían en ratones a los niños. Ojalá tanta protección de la infancia nunca acabe con uno de los personajes más populares del mundo occidental. Que lo mismo solo dejan

La bruja novata.

Los adultos seguimos temiendo a las brujas, aunque no den sustos. Por eso nos gusta Suspiria, de Dario Argento. Y Jessica Harper. Gusta por ser una película preciosa, con ese color y esa iluminació­n.

Si me gusta Las brujas de Eastwick, de George Miller, es por sus actrices, Cher, Michelle Pfeiffer y Susan Sarandon. Lo que no sé es qué hacen desperdici­ando conjuros para buscar al hombre perfecto. Jack Nicholson nunca ha sido el hombre perfecto. La parte ‘Sexo en Nueva York’ de la película es lo que menos me gusta. Aunque no se puede olvidar que en Me enamoré de una bruja, de Richard Quine, Kim Novak recurre a un hechizo para conquistar a James Stewart (pero ¿quién querría conquistar a James Stewart? Me quedo con Nicholson). Mucho mejor Me casé con una bruja, con esa Veronica Lake lanzando maldicione­s y cobrando vida muchos siglos después para arruinar la vida del heredero de quien la acusó.

Hasta Dreyer toca la brujería en Dies irae (1943), donde un viejo pastor en la Dinamarca de 1623 promete a una mujer condenada a muerte que salvará a su hija de la hoguera si se casa con él. En el otro extremo está Brujería ’70, un disparate de crudeza, profanació­n de tumbas, magia negra, exorcismos, vudú… De un año después son La garra de Satán (con niños adorando al Diablo) y Los demonios (con Richelieu beneficián­dose a las monjas). Esta tuvo problemas de censura, como la italiana Domingo negro, demasiado espantosa para 1960. Y que no se me olvide ¡Bruja, más que bruja!, delirante zarzuela rural de Fernán Gómez donde Mary Santpere era la bruja. La obvia precursora de Amanece, que no es poco.

Si en 1922 Häxan. La brujería a través de los tiempos

(una muda) se hizo a modo de documental, en 1999 se estrenó El proyecto de la bruja de Blair, que no era tan pionera del estilo documental. Pero sí una magnífica película sobre la histeria colectiva.

Y no hay que desdeñar a las brujas que no lo eran en sentido literal. En los años 80 el feminismo no estaba bien visto y la cultura popular mostraba a las mujeres con carrera como monstruos (la Glenn Close de Atracción fatal o la Sigourney Weaver de Armas de mujer). Estaba tan mal visto el feminismo que hasta Susan Sarandon (¡Susan Sarandon!) prefería el término humanista a feminista.

Resulta menos alienante para gente que considera el feminismo como un reducto lleno de zorras estridente­s,

decía. Zorras, brujas, feministas. Pasen e insulten.

“NO HAY QUE DESDEÑAR A LAS BRUJAS QUE NO LO ERAN. EN LOS 80 EL FEMINISMO NO ESTABA BIEN VISTO Y SE MOSTRABA A LAS MUJERES CON CARRERA COMO MONSTRUOS”.

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