El amor en su lugar
Ante el furibundo ataque de la crítica a Ser o no ser, Lubitsch decidió publicar en 1942 una carta abierta en The New York Times para defenderse de acusaciones como la de utilizar una tragedia real con fines cómicos. Es muy probable que Rodrigo Cortés no precise de este método, porque estamos ante un nuevo prodigio marca de la casa.
Un tour de force titánico a la altura de la que es, o mejor dicho, era su mejor película hasta hoy, Buried. Desde ese plano secuencia inicial que nos conduce por el gueto de Varsovia que ya huele a muerte anunciada, el director, como
Lubitsch en su film, huye de las recetas aplicadas a los géneros moviéndose en todos ellos con una pasmosa facilidad, llegando de forma precisa y virtuosa al alma del espectador.
Y lo hace reivindicando el arte y la risa como liberación para unos, los cómicos, que han de comerse sus dramas y sacar su mejor versión porque la función debe continuar, y como alimento del alma y refugio ante la adversidad para los otros, ese público que se siente humano y digno durante 90 minutos entre esas cuatro paredes de un destartalado teatro, preludio de un triste final.