Fotogramas

Licorice Pizza

- Pablo Vázquez

★★★★★

Licorice Pizza (EE. UU., Can., 2021, 133 min.). Dir.: Paul Thomas Anderson. Int.: Alana Haim, Cooper Hoffman, Sean Penn, Tom Waits, Bradley Cooper, Benny Safdie. COMEDIA DRAMÁTICA.

Se tiende a relacionar cada película que estrena Paul Thomas Anderson con una indigestió­n festiva, una borrachera sensorial de ideas e imágenes con su correspond­iente resaca ad infinítum. No se va tan desencamin­ado si hablamos de un tipo capaz de fundir fondo y forma de la misma manera que las emociones de quien muestra y quien degusta o interpreta, esto es, autor y espectador, como si sus obras acabaran tocadas por ese don de la ebriedad al que se refería el poeta Claudio Rodríguez. Es justo lo que ocurre en su película más liviana y accesible, quizá también más libre y redonda, desde Embriagado de amor (2002), esta virtuosa zambullida en el valle de San Fernando de los años 70 que relata el improbable tira y afloja amoroso de dos criaturas cautivadas por la vida y el deseo: Cooper Hoffman, hijo del protagonis­ta de Capote (B. Miller, 2005), y una soberbia, deslumbran­te Alana Haim, ambos nacidos para sus personajes. Fetichismo, ternura y goce. Más que mitómano o nostálgico,

Licorice Pizza es un film fetichista, obsesivo hasta el trastorno a la hora de capturar la esencia de una era con un espléndido trabajo fotográfic­o del director y de Michael Bauman, una colección de luminosas viñetas saturadas de cameos, codazos a las farisaicas nuevas sensibilid­ades (el personaje de John Michael Higgins), una playlist formidable y una catarata de guiños, explícitos o soterrados (James Bond, Barbra Streisand, William Holden, Love Story…) sobre un tapete epidérmico que funciona como caja de resonancia­s, álbum de cromos y atlas de geografía sentimenta­l. El director de Magnolia (1999) emplea el coming of age en una declinació­n sui géneris, integrándo­se en una tradición genuinamen­te usamerican­a,

que va de Scott Fitzgerald

(A este lado del paraíso) a Rick Moody y Jonathan Franzen pasando por Philip Roth. Pero, ante todo, Licorice Pizza triunfa como humanísimo y rendido homenaje a un cine perdido, tal vez imposible en el contexto actual: el de autores como Mike Nichols, Robert Altman, Robert Mulligan, Paul Mazursky o Hal Ashby, a los que Anderson rinde efervescen­te pleitesía. Sería fabuloso que su mera existencia lograra que las escurridiz­as nuevas generacion­es se sumergiera­n en títulos olvidados como El volar es para los pájaros (R. Altman, 1970) o

Próxima parada, Greenwich Village

(P. Mazursky, 1976). Al final va a resultar que la posmoderni­dad tenía corazón.

ESTRENO: 14 ENERO

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Alana Haim y Cooper Hoffman, al volante del último trabajo de Paul Thomas Anderson.

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