La cripta embrujada
EL NACIMIENTO DE UNA TRAICIÓN
Es posible que para un público actual, con poco o nulo interés en la historia del cine y su evolución, El nacimiento de una nación, el drama épico estrenado por D. W. Griffith en 1915, se convierta en un triste ejemplo de narrativa racista, imperialista y reaccionaria que, según las peores interpretaciones posibles, contribuyó a la resurrección del nefasto Ku Klux Klan y, según las mejores, en espejo de la siniestra imagen, sesgada y distorsionada que de los afroamericanos tenía (y sigue teniendo) una parte de la sociedad estadounidense, justificando así lo a todas luces injustificable. Es posible, pero no deseable. Porque además y aparte de ello, El nacimiento de una nación supone, prácticamente, el nacimiento del arte cinematográfico tal y como lo conocemos, entendemos y disfrutamos, incluso hoy en día.
La lujosa reedición del film de Griffith, acompañado por numerosas piezas breves del director, que acaba de publicar Divisa, es buen motivo no solo para revisar la película, sino también para revisar nuestra propia conciencia y saber si somos capaces o no de ver, entender y disfrutar una obra de arte revolucionaria, que creó el lenguaje cinematográfico y sin la cual no habrían existido tampoco Murnau, Lang, Eisenstein o Vidor, independientemente de su contenido ideológico, al menos en la medida justa y necesaria. Cancelar (eufemismo de moda para la censura) El nacimiento de una nación no sería sino traicionar al propio cine, sin que ello cancelara el racismo o la injusticia ni hiciera retroceder la historia, eliminando la esclavitud o la Guerra Civil americana. Quizás el arte, y el cine como tal, sea la única prueba de que del Mal puede, a veces, surgir algo bueno.