PLATÓ DELUXE
Alfred Hitchcock, Billy Wilder o Jerry Lewis encontraron en los hoteles más exclusivos la magia para rodar los clásicos ‘Atrapa a un ladrón’, ‘Vértigo’, ‘Con faldas y a lo loco’ o ‘El botones’. Personajes como James Bond no existirían sin ellos.
La deliciosa aventura de viajar descubrió a su mejor aliado en el cine. Porque la fábrica de sueños no solo nos lleva a los lugares más increíbles del planeta sino que, además, nos invita a vivir experiencias únicas en sus hoteles más lujosos. Como el señorial InterContinental Carlton de Cannes, que Alfred Hitchcock convirtió en la localización principal de Atrapa a un ladrón (1955), con una majestuosa Grace Kelly abriéndonos las puertas de aquél universo cosmopolita.
La actriz, poco tiempo después princesa, volvía a poner en evidencia en aquella película que el mago del suspense encontraba en los hoteles el hechizo que no siempre era posible recrear en un estudio. Se lo confió al también cineasta François Truffaut en su ya clásico libro El cine según Hitchcock al hablar de Vértigo: Cuando James Stewart seguía a Madeleine (Kim Novak) en el cementerio, utilizamos filtros de niebla, con lo que conseguíamos un efecto coloreado de verde por encima del brillo del sol, y eso la hacía bastante misteriosa. Más tarde, cuando Stewart encuentra a Judy (de nuevo Kim Novak), la hice residir en el Hotel Empire porque tiene en su fachada un neón verde que parpadea. Esto me permitió provocar, sin artificio, el mismo efecto de misterio. Al salir del baño de la habitación la ilumina el neón, y parece que vuelve en verdad de entre los muertos.
Inútil buscar en la actualidad el Hotel Empire en San Francisco. Hace años que cambió su nombre por el actual de... Hotel Vertigo. ¡La fuerza del cine! Bond, James Bond. Si hay un personaje viajero en la pantalla capaz de hablar de las excelencias de los hoteles de los cinco continentes, de los más urbanos a los más exóticos, ese es James Bond. Quedó patente desde su primer film, Agente 007 contra el Dr. No, en el que Sean Connery, en la piel del famoso espía inglés, convertía en ‘cuartel general’ el paradisíaco Couples Sans Souci, en Jamaica. Lugar al que regresó, una década más tarde, ya encarnado por Roger Moore, en Vive y deja morir.
Sus peligrosas misiones le han llevado a alojamientos de ensueño, como el Shiv Niwas Palace Udaipur de la India,
en Octopussy; el Danieli de Venecia, en Moonraker; el Mandarin Oriental, de Bangkok, en El hombre de la pistola de oro, o con Daniel Craig en el papel, al Grandhotel Pupp de Karlovy Vary en Casino Royale, rebautizado en la ficción Hotel Splendide. Rodando siempre en las propias instalaciones y resaltando sus valores como localizaciones naturales, al Fontainebleau Miami le cupo el honor de albergar uno de los momentos más recordados de la saga, ese de James Bond contra Goldfinger en el que sale una mujer pintada por completo de oro.
Cuestión de estilo. El Fontainebleau Miami fue el escenario también de
El guardaespaldas, El precio del poder y El botones.
Esta última cinta, casi sin diálogo, estaba escrita, producida, dirigida y protagonizada por Jerry Lewis, que aprovechó cada infraestructura y tarea del hotel para rendir homenaje a los grandes maestros del slapstick o humor físico silente. Contó con el asesoramiento de su admirado Stan Laurel, el flaco, y llegó a ofrecerle a Billy Wilder la dirección del film. El cineasta austriaco, fan declarado del no menos cinematográfico Chateau Marmont, había estrenado poco antes Con faldas y a lo loco, el clásico protagonizado por Marilyn Monroe, Jack Lemmon y Toni Curtis cuya acción se desarrollaba en un resort junto al mar, el Hotel del Coronado, en San Diego. A pesar de todas las leyendas y rumores sobre el film, el realizador le aseguró a Cameron Crowe, en el libro Conversaciones con Billy Wilder,
que no guardaba malos recuerdos del rodaje. Fue divertido. Nos lo pasamos bien. Yo buscaba algo que se pareciera a los hoteles de Florida. Me enseñaron ese y me decidí. Era el estilo. Todo salió de acuerdo a lo previsto.
Los hoteles son, en realidad, escenarios que pueden adaptarse a cualquier género cinematográfico. Desde propuestas intimistas como la icónica
Lost in Translation, en el Park Hyatt de Tokio, a tramas futuristas tan complejas como las de Ex machina,
en el Juvet Landscape de Noruega, o Langosta, en los irlandeses Eccles Hotel y Parknasilla Resort.
Hotel Orfila, un clásico del siglo XXI.
Escenario perfecto para crear o protagonizar un argumento de cine, la gran baza de este refugio deluxe, ideado en el que fuera el palacete de la aristocrática familia Gómez Acebo construido en 1886, es su diseño. Miembro de la exclusiva cadena francesa Relais & Châteaux, el Orfila acaba de reabrir sus puertas como hotel boutique aplicando, sin perder su encanto clásico, unas reformas que incorporan los últimos adelantos de la domótica a sus 32 habitaciones, doce de ellas suites. La estética actual, que armoniza elegancia y vanguardia con descarados toques contemporáneos, se debe al interiorista y anticuario Lorenzo Castillo, premio AD Mejor Decorador 2014, y cuyo punto de partida fue respetar los diseños del decorador original, Jaime Fierro. Ubicado en el corazón de Madrid, junto a la plaza de Colón, en un entorno insólitamente tranquilo en el que se respira paz recreando una atmósfera digna del cine de Luca Guadagnino, la joya del edificio es su terraza, presidida por una coqueta fuente, punto de reunión de la alta sociedad madrileña decimonónica y donde se estrenaron, incluso, obras teatrales. Aquí hoy está su restaurante El jardín de Orfila, a cuyo frente está, como chef ejecutivo, Mario Sandoval, galardonado con dos estrellas Michelin por el restaurante Coque. Toda una experiencia sensorial que confirma que la gastronomía es otro punto fuerte de este icónico hotel boutique.
Los hoteles son escenarios que se adaptan a cualquier género del cine.