Moonage Daydream
Moonage Daydream (Estados Unidos, 2022, 140 min.). Dir.: Brett Morgen. Int.: David Bowie. DOCUMENTAL.
Qué alivio confirmar que, pese el alud de material a su disposición, alguien siempre tan agudo como Brett Morgen ha evitado de nuevo el wiki-docu al uso: informativo, ilustrativo… Si este experto en figuras excesivas y universos creativos únicos (Robert Evans, Cobain, Goodall, los Rolling Stones…) jamás había estrenado un documental pseudoperiodístico al uso, tampoco era esperable que lo hiciera al enfrentarse a David Bowie; una entidad artística cuyo calibre y heterogeneidad si algo no pide es un macrorreportaje tipo The Sparks Brothers (E. Wright, 2021) –sustancioso, sí, pero reportaje al fin y al cabo–.
Obviando recursos y clichés de rockumental común (bustos parlantes, hitos biográficos, anecdotillas, contexto social, portadas y exhibición de archivo en plan ‘torta’ televisiva), Morgen elabora un ponche de ácido lisérgico sin glosa o exégesis en su fórmula que aspira a la sobrecarga sensorial y te abisma en el cosmos del personaje sin paracaídas didáctico, evocando antes a Kenneth Anger o Adam Curtis que al mejor Informe Semanal posible.
Three Thousand Years of Longing (Australia,
EE. UU., 2022, 108 min.). Dir.: George Miller. Int.: Tilda Swinton, Idris Elba, Pia Thunderbolt, Berk Ozturk, Anthony Moisset. FANTÁSTICA.
Cuando nadie lo esperaba, un cineasta veterano en lucha con un Hollywood moderno sin alma (vendida a algún demonio franquiciado) como George Miller renunció a la artificiosidad de lo digital para devolver al cine su fuerza cinética y analógica con Mad Max: Furia en la carretera (2015). El poder no solo de las imágenes, sino del concepto de la narración como algo tan simple
(tan complejo) como un grupo de autos locos yendo del punto A al punto B y viceversa.
Nadie, ni siquiera quienes se entusiasmaron con esa pureza extrema cinematográfica, podía esperar que Miller regresara con uno de los ejercicios más libres, personales e íntimos que un cine como el actual no estaba preparado para acoger en su fragmentado seno ya sin salas de exhibición y sin un público con la paciencia necesaria para dejarse encandilar y fascinar por los mil y un cuentos que un genio surgido de una lámpara (Idris Elba, entre el Rex Ingram de El ladrón de Bagdad de 1940 y el Louis de Entrevista con el vampiro) le relata a una buscadora e historiadora de las narraciones (Tilda Swinton, tan propensa a dejarse arrebatar por la belleza de lo intangible como la hermana Clodagh de Narciso negro).
Tres mil años esperándote toma el pincel digital para volver a la artesanía de Méliès o Segundo de Chomón coloreando fotograma a fotograma sus fábulas fantásticas que lo eran más porque estaban emulsionadas sobre un medio nuevo y mágico como era el cinematógrafo. Sus relatos dentro de relatos poseen la textura (a veces física: esos artilugios tan de la obra del checo Karel Zeman) de quienes nos encantaron con fantasías de las mil y una noches, pero sobre todo de cuentacuentos y de sus atentos escuchadores. Porque al final, esta ordalía fantástica va de dos personas solitarias en una habitación ajenas a un mundo moderno que se ha empeñado en acabar con la magia. De un autor como George Miller ajeno a un Hollywood moderno que se ha empeñado en desterrar la magia.