TALENTO DE LEYENDA
Con Bette Davis como entusiasta madrina, los Premios Donostia a una trayectoria artística, que este año recibirán, entre otros, la actriz Juliette Binoche y el director David Cronenberg, se han ganado, desde su creación en 1986, un lugar en el panorama internacional y son seña de identidad del Festival de San Sebastián. FOTOGRAMAS cierra este repaso a las joyas fotográficas del archivo del certamen en su 70º aniversario recordando a algunos galardonados míticos*.
El paso de Bette Davis por el Festival de
San Sebastián, en 1989, marcó un antes y un después en la entonces breve y hoy brillante historia del Premio Donostia. Su presencia en el certamen, que la protagonista de Eva al desnudo planificó con la precisión de una operación militar, como narra el documental
El último adiós de Bette Davis (Pedro González Bermúdez, 2014), supuso el despegue definitivo del galardón, creado tres años antes. La actriz aceptó después de hablar con Gregory Peck, el primer galardonado, que quedó tan satisfecho de su viaje al festival, junto a su mujer, Veronique Passani, que se convirtió en su mejor publicista. Sonrisas y lágrimas. La de Lana Turner, en 1994, fue otra de las presencias más recordadas. No solo por el entusiasmo que demostró cuando William Hurt le entregó el premio. Su visita coincidió con la de Mickey Rooney, que acababa de publicar sus memorias, en las que afirmaba que había tenido una hija secreta con ella, y la protagonista de El cartero siempre llama dos veces había prometido partirle la cara en cuanto lo viera. El azar quiso que el temido encuentro no se produjese. El abrumador baño de aplausos con el que el público recibe al galardonado, ya un momento clásico de Zinemaldia, ablanda hasta los corazones más duros. Glenn Ford, por ejemplo, no pudo contener las lágrimas en 1987 al recordar a Rita Hayworth, que había fallecido poco antes y fue su pareja, entre otros films, en Gilda, la película que cerró la ceremonia de su homenaje. Lifting al galardón. A mediados de los años 90 se empezó a entregar más de un Donostia por edición y, sobre todo, a estrellas más jóvenes. Esta circunstancia llevó a Susan Sarandon a recibirlo, en 1995, con un guiño cariñoso: Voy a agradecer solo la mitad de este premio, y guardaré la otra mitad para después de los 25 años que les debo aún y que me gustaría compartir con ustedes. Quien mejor supo resumir el sentimiento de los premiados fue Lauren Bacall, en 1992: I love you Donostia.
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