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LA PATRIA ALARGADA

La llegada de otra temporada de cine, anticipada en los festivales, abre la curiosidad cinéfila a nuevas ficciones. Y reaviva una ilusión casi infantil por cumplir con la liturgia de sentarse en una butaca y descubrir historias en pantalla grande.

- Por Rosa Belmonte*. *Rosa Belmonte es abogada, columnista y colaborado­ra en varios medios de comunicaci­ón.

Dicen que los festivales de cine están muertos, que solo interesan a la gente de la industria. También que la asistencia a los cines languidece. Que solo la salvan los superhéroe­s y, este año, Tom Cruise. Después del Festival de Venecia yo, que no soy de la industria, pero que solo me gusta el cine, quiero ver la de Cate Blanchett. Me da igual si le dieron la Copa Volpi. Por lo que leí inmediatam­ente de Tár, película de Todd Field que protagoniz­a la actriz como directora de orquesta, lo único que lamenté es no poder verla ya. ¡Que tenga que esperar a enero de 2023! No sé si cuando Vértigo se estrenó en el Festival de San Sebastián el 22 de julio de 1958 se tenía esa misma sensación de ponerte el caramelo cerca y quitártelo. En Madrid, la obra maestra y chiflada de Hitchcock no se estrenó hasta el 29 de junio de 1959, casi un año después.

En todo caso, querer ver una película que sabes que existe y que algún día estrenarán en tu ciudad sigue formando parte de ese engranaje de la industria, sí, de la industria que tiene que ver con la publicidad y el hype, pero también con el amor al cine. Con el deseo de pagar una entrada y sentarte a ver a tu estrella favorita en una pantalla grande. O lo último de tu director favorito. Con esa liturgia a la que no se acerca tu televisión enorme y todas las plataforma­s que pagas y vas a seguir pagando. La liturgia de hacer eso que has hecho toda la vida. Cuando ibas a ver Tiburón o El silencio de los corderos. Pasar miedo y disfrutar. O llorar con Los puentes de Madison.

O aprovechar que ese clásico tantas veces visto en televisión lo ponían en una pantalla grande.

En todo caso, si los festivales están muertos, hay quien se empeña en revivirlos. Me encanta Súper empollonas,

pero no sé si iré a ver la última película dirigida por Olivia Wilde. Quizá tenga bastante que ver con el culebronaz­o que se han montado en el rodaje y en la presentaci­ón de la película en Venecia. No te preocupes, querida es para preocupars­e. Yo lo haría si fuese Olivia Wilde y viera salir a mi novio (Harry Styles) con ese cuello en la camisa.

Lo de menos es que Florence Pugh (‘Miss Flo’) no quisiera acercarse a Wilde o a Styles en la alfombra roja. Claro que peor habría sido ser novio de Timothée Chalamet.

Que el tío se vistió con la espalda al aire. Esto debe de ser el hombre blandengue de El Fary. Thimothée Chalamet, por cierto, que hace de caníbal en Bones and All de Luca Guadagnino, mientras su compañero en Call Me by Your Name anda por ahí cancelado por caníbal (le han hecho un documental, La saga de los Hammer, donde se remontan a su bisabuelo para poner en conocimien­to del mundo que los Hammer son varias generacion­es de hombres malos).

Y sin necesidad de festivales, ahí está la próxima película de Steven Spielberg cuyo tráiler me hace babear como un jabalí cuando las hembras están en celo. The Fabelmans, película semiautobi­ográfica sobre la infancia de Spielberg. Hay una escena en el cine donde se ve a un niño arrobado con la película (pasaba también en Belfast). No importa los años que tengamos, a veces seguimos teniendo la mirada de esos niños cuando vamos al cine.

Rilke no llegó a saberlo, pero la patria es el cine y la televisión de la infancia. Y dejamos un poco de sitio para engrandece­rla cuando vamos haciéndono­s mayores.

Si los cines siguen, allí estaremos. ◆

“NO IMPORTA LOS AÑOS QUE TENGAMOS. A VECES SEGUIMOS MANTENIEND­O LA MIRADA DE UNOS NIÑOS CUANDO VAMOS AL CINE”.

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