Fotogramas

COCINA A FUEGO LENTO

- Por L. Pérez.

Se está labrando una reputación de secundario de lujo, aunque cuando le dan un protagónic­o lo borda. En ‘Esperando a Dalí’ da vida a un álter ego imaginario de Ferran Adrià en una fábula entrañable y vitalista con la gastronomí­a como eje vertebrado­r. Hablamos con él de su carrera, recordamos sus papeles con Iñárritu y Del Toro y avanza (algo) de lo que está por llegar.

Que a un actor apasionado de la cocina le ofrezcan el papel de un Ferran Adrià, que no es exactament­e él, pero que se le parece hasta en el nombre, es un sueño. Eso le sucedió a Ivan Massagué (Barcelona, 1976) cuando lo llamó David Pujol para este proyecto. El director y guionista es el autor del documental elBulli, historia de un sueño (2010) sobre el restaurant­e donde se cocinó una revolución culinaria que cambió el concepto de gastronomí­a. Además, ha dirigido varios documental­es acerca de Salvador Dalí. Así que en esta ficción ha unido a sus dos ídolos y ha jugado a fantasear sobre qué habría ocurrido si ambos personajes se hubieran llegado a conocer. Ese chef inspirado en Adrià es Massagué, quien se define a sí mismo como un foodie que cocina por pura pasión.

Su personaje cabalga entre la persona real de Ferran Adrià, fácilmente reconocibl­e, y la pura invención de una biografía que nada tiene que ver con la suya. ¿Cómo se ha manejado en ese limbo?

De hecho en ningún momento se dice Adrià, simplement­e se llama Fernando y su hermano, Alberto, pero se entiende. No me propuse imitarlo porque no era la idea de nadie, sino que jugué a hacer una composició­n contrapunt­o con Pol López, que interpreta a Alberto, un joven más rebelde. Fernando, sin embargo, tiene más autocontro­l, es más comedido y singular, anotando siempre sus ideas en una libreta. El genio es, generalmen­te, un tipo que se expresa mejor haciendo lo que hace que hablando. Buscaba crear a alguien silencioso, que se centra sólo en su cocina e interviene cuando tiene que intervenir.

¿Le ha ayudado su pasión por la cocina a crear el personaje?

Mucho. Un actor que no cocinara tendría que haber adquirido esa soltura en los fogones. Yo ya venía con el trabajo hecho, con los movimiento­s de sartén y de cuchillos dominados. Hace unos años me fui al restaurant­e de Nacho Solana, en Ampuero (Cantabria), que tiene una estrella Michelin. Le pedí cocinar con él, sin cobrar, y me quedé cinco semanas. Fue una experienci­a increíble y desde entonces no he dejado de cocinar ni un solo día en casa. Soy obsesivo, es mi meditación. Hay gente que hace yoga, yo cocino.

La película está ambientada en Cadaqués y se respira una atmósfera de reducto idílico en una España todavía gris. ¿Qué papel juega el escenario en la historia?

Rodar en Cadaqués era una de las razones que me motivaban del proyecto. Tiene todo una atmósfera como de cuento antiguo, muy luminosa y preciosist­a. Se ve increíble. David (Pujol) es un loco apasionado que ha tratado esta película como su criatura más querida. Aunque sucede todo en verano, rodamos en otoño, con tramontana. Aprovecham­os para conocer todos los restaurant­es de la zona, así que fue un placer.

Este mes le vemos también en Citas Barcelona.

¿Qué puede decirnos de esta serie?

La dirige Pau Freixas, con quien trabajé en la serie Bienvenido­s a la familia, así que con él me siento un poco así, en familia. Comparto capítulo con Belén Cuesta y he descubiert­o que tenemos una manera de trabajar parecida,

y creo que ha quedado muy bien. Ha tenido una etapa hiperactiv­a, con papeles en Las buenas compañías, Culpa mía, Fenómenas y estará en la segunda temporada de El inmortal… ¿Se está labrando una reputación de secundario de lujo?

Tuve un otoño pasado con muchas cosas pequeñitas que fui encadenand­o. Se está bien siendo secundario. Yo firmaría quedarme un tiempo haciendo estos papeles tan bonitos. Es importante esa figura. Hace tres años protagoniz­ó El Hoyo. ¿Tiene la impresión de haber sido el papel que cambió su carrera? Tengo más esa sensación con El barco, porque era la primera vez que hacía un personaje que no era en comedia. Siento que fue entonces cuando se vio que había un actor detrás. Luego volví a hacer comedias y, de repente, llegó El Hoyo. Era material muy bueno y sabía que suponía una buena oportunida­d, pero pensaba que no iba a verlo nadie. Y ha tenido 300 millones de reproducci­ones y ganamos premios en Toronto y Sitges. Pasaron cosas muy bonitas con esa película, estoy orgulloso de lo que aprendí y de lo que significó. Se va a hacer El Hoyo 2, con Milena Smit y Hovik Keuchkeria­n como protagonis­tas. ¿Va a tener algún papel?

Estaré por ahí… Pero de momento no puedo contar más.

Será un rememberin­g bonito, me apetece mucho.

“SE ESTÁ BIEN SIENDO SECUNDARIO. YO FIRMARÍA QUEDARME UN TIEMPO HACIENDO ESTOS PAPELES TAN BONITOS. ES IMPORTANTE ESA FIGURA”.

Tuvo una escena memorable en Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, haciendo de Hernán Cortés. ¿Cómo fue trabajar con Alejandro G. Iñárritu?

Fue un rodaje a lo bestia a la afueras de Ciudad de México. Construyer­on la pirámide, había miles de extras, de tráileres… Rodamos cuatro o cinco días sólo para esa escena. Empezamos con los planos generales y poco a poco se iba acercando, así que llegas al primer plano muy cómodo. Él es cercano y se comunica muy bien con los actores. Rodamos un plano contra plano, pero no se montó y quedó el plano general. Alejandro me dijo: ‘Ivan, lo he intentado. Pero no funcionaba’. Para él Hernán Cortés era un figura misteriosa y no encajaba un primer plano. Uno de sus primeros papeles en cine fue con Guillermo del Toro en El laberinto del fauno. ¿Qué recuerda de aquello?

Era muy pequeño, tenía 24 años. Fue la primera vez que tuve la sensación de que estaba en un proyecto importante. Pensé: ‘Ivan, si aquí hay talento lo tienes que sacar hoy. Es el día’. Tengo muy buen recuerdo, él es un gamberro genial. Luego llegaron otro tipo de proyectos y pensé que esas cosas pasaban una vez en la vida… Pero ocurrió de nuevo con Iñárritu. ◆ ESTRENO: 14 JULIO

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Ivan Massagué es Fernando, un chef virtuoso.
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