SOY MITÓMANA PORQUE MI MUNDO ME HA HECHO ASÍ
La cinefilia a veces nace de la fascinación hacia un intérprete o director que pasa a ser una pequeña obsesión para quien la padece. Una seducción irremediable por su filmografía y, en ocasiones, también por su vida.
Viví dos años en el edificio en el que se crió Scorsese. Creo que esta primera frase es suficiente para continuar leyendo. Buscaba piso en Manhattan, como la protagonista de una película indie, muy indie. Los vi grandes y pequeños, arriba y abajo; todos tenían su pequeña historia, hasta que encontré el que tenía la grande. Estaba en Elizabeth Street, en Little Italy, tenía escalera de incendios y un cuarto de baño del tamaño del de un avión. La ciudad era una jungla inmobiliaria pero la dueña de este apartamento, Kaye, una diseñadora de vestuario de cine y ópera que había nacido el mismo mes, día y año que yo, me aceptó. Antes de desmayarme y decir sí, necesito dejar de dormir en sofás de amigos, ella soltó un aquí se crió Scorsese. ¿What? ¿Scorsese?, farfullé yo al borde del fallo multiorgánico. Toma mi dinero y el de mi familia, Kaye.
Así somos las personas mitómanas, seres salvajes capaces de vivir en un micropiso si eso implica respirar el aire que respiró quien rodó Casino y La Edad de la Inocencia.
La mañana en que me instalé en mi nuevo piso también supe que mi vecino sería Vincent Gallo y que Christina Ricci tenía un casa en la misma planta, pero que apenas aparecía. El siglo XX estaba a punto de acabar y ellos eran dos estrellitas que no estaban a la altura de Marty, pero a una pobre española mitómana le servían. El resto de mis amigos vivían en lugares amplios en Brooklyn y Queens y yo apenas tenía armario para colgar mi ropa, pero a cambio yo tenía una historia que contar y ellos no. Eso lo compensaba todo. Pienso en esa casa estos días en los que esperamos el estreno de la nueva película de ese señor que fue monaguillo en la iglesia de St. Pat, a pocos metros de su casa, de nuestra casa. Se llama Los Asesinos de la luna y promete ser una de las películas del año.
Soy mitómana. Ya lo he dicho. No viste mucho confesarlo, sobre todo cuando en nuestro trabajo tenemos acceso directo a estrellas y cineastas y conocemos muchos secretos del oficio. Ojo, soy una mitómana extraña porque soy exquisita: solo me interesan los grandes nombres, mis grandes nombres: Chus Lampreave era un mito. Si sueño, sueño bien, si rodeo a alguien con un halo, lo hago mirando hacia arriba, no a mi alrededor, y si persigo un recuerdo es el de Greta Garbo. Mis mitos están por todas partes y los llamo mitos porque es más corto que personas que han alegra do mi vida. Soy también una mitó man acallada: ni molesto, ni pido fotos ni me interesa lo que desayunan, aunque una vez le robé una foto a Ginger Rogers. Mis mitos son también lugares, sobre todo lugares. Cada verano pienso en reservar una habitación en Domaine de l’Oumède, donde Deray rodó La Piscine. Ni confirmo ni desmiento que quiera cruzar corriendo la Passerelle de Valmy, en Paris, como Jules, Jim y Catherine. Tampoco que buscara en Londres, bajo la lluvia, la casa en la que vivía Juliette Binoche en Herida. Los mitómanos somos, además, gentes que tendemos a la fabulación. Escuchar y contar historias nos consuela, nos pierde y nos cura. Somos entretenidos.
Nunca vi a Scorsese por el barrio, pero no importaba, porque muchos días, la calle Elizabeth se parecía a un set de Uno de los Nuestros. Entonces, aún se veía a niños jugando en piscinas hinchables en verano, a señores con polo de rayas de manga corta parloteando en italiano. A cambio, me encontraba a Vincent Gallo en el supermercado de la esquina y me saludaba con voz suave. ¿Seguirá viviendo allí? ◆
“SOY UNA MITÓMANA CALLADA: NI MOLESTO, NI PIDO FOTOS NI COTILLEO LO QUE DESAYUNAN, AUNQUE UNA VEZ LE ROBÉ UNA FOTO A GINGER ROGERS”.