Fotogramas

PELICULERA

- Por Anabel Vázquez*. *Anabel Vázquez es periodista, columnista y colaborado­ra en varios medios de comunicaci­ón. Consultora de comunicaci­ón y fundadora de Laconicum, es autora de ‘Piscinosof­ía’ (Libros del KO).

La devoción por el cine, por sus historias y por quienes las cuentan ha marcado la vida de generacion­es a lo largo de su historia. Vidas vomo la de nuestra cronista que nos habla de su rendido amor al séptimo arte a través de imágenes que, desde que las vio en la pantalla, la acompañan para siempre.

Soy peliculera y a mucha, muchísima honra. Soy lo que soy (sea eso lo que sea) gracias a las películas que he visto, veo y veré y, sobre todo, al lugar que les he dado en mi vida, que ha sido inmenso. Desde que era una niña les dije: pasad, esta es vuestra casa. Mis películas son tan reales como el pan con jamón y el rooibos que acabo de desayunar.

Hay personas (que votan y tienen hipotecas) que utilizan la palabra de manera despectiva: eres una peliculera. Me han acusado con frecuencia de serlo y con ello implican que soy soñadora, que me refugio en el invento de otros y que, en el fondo, soy una cobarde. Soy culpable, condénenme y llévenme a la cárcel con otros peliculero­s y noveleros y teatreros y musiqueros; ya verán qué bien lo pasamos. Pregunto a la lingüista Lola Pons por la naturaleza de este término y me cuenta que peliculero es un adjetivo curioso, porque en puridad se podría aplicar sin ninguna tendencios­idad como algo derivado de película: el guion peliculero podría, en español, significar algo como guion cinematogr­áfico, pero mi impresión es que todos lo usamos como equivalent­e a ‘fantasioso, inventivo’. Aquí creo que puede estar ocurriendo una cosa maravillos­a pero común: el paso de un adjetivo relacional a adjetivo calificati­vo. Y menciona que Unamuno, en 1923, ya lo usaba. Viva la lengua.

Un ser peliculero no es alguien con conocimien­to enciclopéd­ico ni quien se zampa 150 películas al año o recita las últimas diez Palmas de Oro; ojo: si me pongo, me salen, pero no. El peliculero vive con intensidad, no pasa las horas delante de una pantalla y en ese existir trenza cine y vida. Pregunto a Alberto Rey, que publica este mes un libro magnífico, lleno de corazón y de cine, con ese título, Peliculero (Ed. Península) si serlo le ha hecho la vida más fácil o difícil. Intuyo la respuesta, pero quiero escucharla:

Mi peliculeri­smo no me ha salvado de una existencia miserable (nunca la tuve), pero sí me ha hecho ser quien quiero ser y tener los amigos que tengo. No hay más preguntas, señoría.

“No hay más preguntas, señoría”. Esa frase la aprendí en el cine, como tantas otras. Cuando alguien me pregunte la receta del gazpacho y no recite la que da Carmen Maura en Mujeres al borde de un ataque de nervios, llamad al médico: quizás esté enferma. Salí de ver Rivales queriendo la camiseta que dice ‘I told ya’. En muchas historias de amor esforzadas me he tenido que preguntar, como en La boda de mi mejor amigo: “¿De verdad le quieres? ¿O es solo que no soportas perder?”. Cuando hago espaguetis pienso colarlos en una raqueta, cuando veo a alguien con un vaso de leche pienso que me va a envenenar. Cuando supe que la casa de Anatomía de una caída se alquilaba miré su precio. He reservado tres veces en un hotel solo porque se parecía a la casa de Barbara Stanwyck en Perdición. Cada vez que voy a La Mamounia recuerdo que a Hitchcock se le ocurrió allí la historia de Los pájaros y miro al cielo. Siempre que monto en bici pienso en cómo sería elevarse con un extraterre­stre en la cesta. Cuando estoy ‘plof’ veo un episodio de El ala oeste de la Casa Blanca, porque los peliculero­s también podemos incluir algunas series en nuestro estar en el mundo. Si quiero sufrir veo Herida y subo el volumen de la banda sonora de Preisner. Me gusta sufrir en el cine, es como si haciéndolo ante una película ya gastara puntos del cupo de sufrimient­o de la vida. Cada cierto tiempo vuelvo a ver el monólogo final de Vania en la calle 42, para que no se me olvide: Todo lo que podemos hacer es vivir. Viviremos un sinfín de días y sus interminab­les tardes y sobrelleva­remos las pruebas que nos impone el destino… Y así pasan mis días con sus interminab­les tardes. Bendito adjetivo. ◆

“EL PELICULERO VIVE CON INTENSIDAD, NO PASA LAS HORAS DELANTE DE UNA PANTALLA Y EN ESE EXISTIR TRENZA CINE Y VIDA”.

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