EN PORTADA
Kyoto, el espíritu de Japón
La que fuera durante más de mil años capital imperial, conserva 1.600 templos budistas, 400 santuarios sintoístas y más de 200 jardines. Los turistas acuden en masa desde todo el mundo a visitarlos pero ¿cuántos de ellos son capaces de comprender realmente la importancia espiritual de este frágil tesoro? Un viaje a la esencia japonesa con las direcciones más útiles.
Algunos turistas se limitan a visitar el Pabellón Dorado y el templo Kiyomizudera. GEO ha querido ir más lejos y ha cruzado las puertas de los santuarios de la antigua capital imperial para conocer de cerca a sus guardianes: bonzos y sacerdotes que no son tan contemplativos como parecen.
El gran ce rezo japonés aún no ha florecido. Pétalos de nieve revolotean por el jardín de Taizo-in. Daiko Matsuyama, de 40 años, lleva una década dirigiendo este templo zen de la rama Rinzai, fundado en 1404 dentro del complejo Myoshinji, situado en la parte occidental de Kyoto. El complejo alberga otros 46 templos secundarios. Nos recibe en un salón de té con vistas al riachuelo que, por un extraño efecto de perspectiva, parece bajar a toda prisa de las montañas cercanas. El sol hace que brillen las shoji, las puertas correderas de papel de arroz, y que bailen unas sombras doradas en el rostro de color rosado del sacerdote. Un bol de matcha, un té verde espumoso, y tres mochi, pasteles redondos a base de arroz perfumado con yuzu, un cítrico acidulado, nos esperan en el tatami. Todo parece tan perfecto que no nos esperamos sus declaraciones. "Al principio, no quería quedarme aquí, no quería ser sacerdote", nos espeta Daiko Matsuyama, sentado con las piernas cruzadas.
Kyoto es una ciudad sorprendente. Fue la única gran aglomeración japonesa que se salvó de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, lo que le permitió conservar numerosos vestigios del pasado. Alberga pues uno de los patrimonios culturales más excepcionales del mundo. La que fuera durante más de mil años la capital imperial, conserva 1.600 templos budistas, 400 santuarios sintoístas y más de 200 jardines. 17 de sus sitios, que albergan 198 edificios y 12 jardines, están inscritos en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco.
A Kyoto vienen en masa visitantes de todo el mundo. Los extranjeros a menudo confunden budismo con sintoísmo y otras creencias milenarias. ¿Cuántos turistas son capaces de comprender realmente que este frágil tesoro está aún vivo? ¿Y cuántos conocen a los hom- TATAMI, bres y mujeres (muy pocas) que dirigen estos lugares sumamente espirituales?
El escritor Pierre Turlur– autor de
Apprivoiser l’éveil (editorial Albin Michel, 2018), algo así como
Domando el despertar, aunque sin traducir al español– y profesor del Instituto Francés de Kansai y el Liceo Francés de Kyoto, afirma: "Los templos ya solo son para el turismo". Él mismo se hizo zen y adoptó el nombre de
Taïgu. "Solo son museos que presentan formas elegantes y emotivas y que corresponden a una manera de ser del pasado. Las prácticas religiosas auténticas casi han desaparecido."
¡Por desgracia, es cierto!, al menos en parte. Sin embargo, más allá de este duro retrato de una ciudad sobrepasada por su éxito y del desinterés hacia el budismo, hay que atreverse a cruzar las puertas de los templos y prestar atención. Escuchar, mirar. Ahí donde uno intuye que encontrará una herencia inalterable, un universo congelado en el tiempo, conoceremos a hombres inquietos y sinceros que han sabido adaptar su religión a los tiempos presentes. En el sereno recinto de su mundo sagrado, estos monjes y sacerdotes también se dedican a la enseñanza, a dibujar para la prensa, a trabajar de barman, a dar conferencias acerca del zen, a meditar y a recibir a artistas contemporáneos.
"En Japón, los monjes pueden comer carne, beber alcohol, casarse y tener relaciones sexuales", añade Pierre Turlur/
Taïgu. Aquí la religión no tiene nada que ver con el ascetismo, las privaciones o la moral estúpida que obliga a rechazar el cuerpo, unos afeitándose la cabeza y retirándose en pequeños monasterios, mientras otros viven plenamente su vida cotidiana." El retrato seduce.
Pero si no hay prohibiciones ¿qué significa entonces ser monje? "Significa practicar
"En Japón, los monjes pueden comer carne, beber alcohol y mantener relaciones sexuales" SOBRE EL ESPERAN UN BOL DE MATCHA YTRES MOCHI CON YUZU
el zazen, la meditación sentada, llevar el kesa (vestido). También significa organizar retiros en todo el mundo y dedicar su vida a los demás. Cuando me siento, dejo de lado toda la parafernalia y pretendo que soy alguien. Es una postura dolorosa, pero es una presencia en el mundo que hace caso omiso de lo que se cuenta. En el zen, lo que importa es la experiencia personal. Lo universal se vive a través de nosotros."
El camino seguido por el propio Pierre Turlur para convertirse en el monje
Taïgu no fue una senda de rosas. Este hombre sabio procede de una familia católica, y se interesó por el zen a los trece o catorce años. Tardó poco en convertirse, pues fue la manera de escapar a la violencia de su padre. Tras un doloroso divorcio en Inglaterra, decidió dejarlo todo e irse a Japón, donde se introdujo en el takahatsu, la mendicidad del cuenco. Llevaba
waraji, unas rudimentarias sandalias de cuerda, y un kasa, un sombrero de paja de boca ancha, así como un koromo, el largo vestido negro de los monjes.
Pierre/ Taïgu se echó a las calles de Kyoto para pedir limosna con un cuenco en la mano. Y recuerda: "Era un monje zen extranjero y además sin templo: la gente no lo entendía. A veces me maltrataban, pero no tenía derecho a reaccionar. Y el cuenco seguía vacío. Veía cómo las estre- llas se reflejaban en la laca. Y el poco dinero que conseguía, se lo daba a asociaciones caritativas. Era pobre, pero en realidad tenía de todo."
Una fórmula de quietud. Cuando Kyoto se convirtió en capital en 794, y hasta la Restauración Meiji en 1868, la ciudad se llamó Heiankyo, "la capital de la paz y la tranquilidad". Hoy en día, estos sentimientos siguen dominando sus templos.
Sin embargo, la evolución personal de cada religioso no siempre es sinónimo de serenidad. "Nací en este templo budista, era el hijo mayor y por lo tanto se suponía que tenía que tomar el relevo", nos cuenta Daiko Matsuyama, que dirige el templo Taizo-in. "Creía que todo lo que me rodeaba era normal. Crecí en este jardín, jugaba al béisbol entre los templos del complejo Myoshinji. Mi futuro estaba escrito desde mi nacimiento. Pero, sin embargo, odiaba esta idea." Daiko Matsuyama está acostumbrado a las paradojas: ¡cursó sus estudios secundarios en un colegio cristiano! Explica su escolaridad con una comparación culinaria. Y nos dice: "Cojan una comida occidental cualquiera: todo se articula alrededor de un plato principal. ¡Pero los menús japoneses son totalmente distintos! La cocina kaiseki es una sucesión de pequeños platos. Desde la entrada hasta el bol de arroz final, todos tienen la misma importancia. Nosotros los japoneses consideramos todas las religiones por igual. No discriminamos ninguna y preferimos apreciar sus filosofías y sus valores morales comunes."
A la edad de 20 años, tras cursar estudios de agronomía en la Universidad de Tokio, Daiko Matsuyama pasó seis meses en una granja cerca de Nagano, a 280 kilómetros de Kyoto. Un día, conoció al monje local que “NO DISCRIMINAMOS NINGUNA RELIGIÓNY PREFERIMOS APRECIAR SUSVALORES COMUNES”
Hasta 1868, la ciudad se llamó Heiankyo, la "capital de la paz y la tranquilidad"