EL PUENTE SOBRE LA FOZ DE LUMBIER ERA “DIABÓLICO”
Después de haber cruzado una primera angostura, el sendero se estrecha hacia un túnel de roca. La oscuridad nubla la vista durante un buen rato. Hasta que al final de la galería cobra vida un escenario donde los escarpes de roca contrastan t con una vegetación abundante que colorea las orillas del río Irati. Grandes aves sobrevuelan la garganta natural, atentas a los movimientos que suceden más abajo. Por un segundo túnel, más largo, el río sale libre hacia una llanura sosegada. Fue en este punto del curso fluvial donde la criada de Magdalena, una rica señora, tuvo que cruzar las aguas para buscar una fuente, un manantial sanador para sus serios problemas de estómago. Su joven doncella, Clisatela, debía cruzar el río tres veces al día para recoger estas aguas reparadoras. Un día en que el ímpetu del río arrastró la barcaza sobre la que solía cruzar, la muchacha invocó ayuda. Y hete aquí que el mismo diablo se presentó ante ella ofreciéndole construir un puente a cambio de su alma. Clisatela aceptó, y el diablo se puso manos a la obra para que, al día siguiente, a las siete en punto, todo estuviera según lo convenido. Tras el acuerdo, la joven se despidió y corrío a la iglesia del pueblo donde un viejo reloj marcaba lentamente las horas, retrasando una hora las agujas. El día siguiente amaneció con un puente elevándose sobre las salvajes aguas del Irati. El diablo, soberbio, esperaba impaciente cobrar su parte del trato. La joven se negó, señalando el reloj del campanario. Y mientras cruzaba la corriente sobre el puente, agradecía a Jesús su cuidado. El engaño no doblegó al diablo, que se lanzó al río y desapareció entre sus espumas. El puente de la Foz de Lumbier fue fundamental durante siglos. Su destrucción en 1812 por las tropas francesas confirma su importante papel. Desde entonces, sus restos son testigo de cómo la astucia humana es en ocasiones más fuerte que las tentaciones del demonio.