Eigg, la isla adquirida por sus habitantes
TIENE 30 KILÓMETROS CUADRADOS, 105 HABITANTES, UNA SOLA CARRETERA… ESTA PEQUEÑA JOYA DE LAS ISLAS HÉBRIDAS INTERIORES FUE COMPRADA POR SUS RESIDENTES EN 1997. AL CABO DE 20 AÑOS, HAN INVENTADO SU PROPIO ESTILO DE VIDA.
Estamos en febrero y es miércoles, el día de la semana en que hay barco en la isla de Eigg. Es mediodía y el ferry procedente de Mallaig, un puerto situado a 25 kilómetros de la isla, atraca en el extremo del malecón azotado por fuertes ráfagas de viento. Media docena de pasajeros desembarca mientras otros esperan para embarcar. Se saludan, recogen bultos...
El gerente de una pensión ha venido a buscar a tres turistas que llegan en plena temporada baja. Un alegre alboroto reina en el pequeño edificio que alberga un pub y una tienda de comestibles y al que suele venir la gente para entrar en calor y charlar tomando una cerveza o un café. Al día siguiente, ya sin barco, el refugio permanecerá cerrado. Así que mejor aprovechar hoy que hay buen ambiente. Hay unas 30 personas en el local, es decir un tercio de los habitantes del pueblo, o mejor dicho sus copropietarios. Porque Eigg, una joya de las Hébridas Interiores con su áspera landa dominada por el imponente pico Sgurr (393 metros de roca volcánica que pare ce habers e s olidif icado en plena carrera) no es una isla cualquiera: hace 21 años, fue adquirida por sus habitantes.
Antes, esta roca de nueve kilómetros de largo por cinco de ancho perteneció a ricos y sucesivos propietarios que vivían lejos de ahí, como Keith Shellenberg, un exdeportista de bobsleigh que se la vendió, por 1,6 millones de libras en 1995, a un extraño artista alemán que hizo muchas promesas... que nunca llegó a cumplir.
Cuando el artista volvió a poner la isla a la venta, sus habitantes aprovecharon para abrir una suscripción que tuvo gran repercusión en todo el Reino Unido e incluso en el extranjero. “Unas 10.000 personas participaron y hubo una que llegó a donar 750.000 libras”, recuerda Maggie Fyffe, de 69 años, que fue uno de los artífices de la aventura. En 1997, tras conseguir 1,5 millones de libras, los isleños pudieron concluir la compra de Eigg.
Dicho acontecimiento fue portada de los medios de comunicación británicos por su simbol i s mo: e n Es c o c i a , e n a quel momento, la mayoría de las tierras estaban en manos de grandes terratenientes. En 1993, mientras se estaba intensificando un movimiento a favor de una reforma territorial, los granjeros de la región de Assynt, en el norte, fueron los primeros en recomprar sus tierras. Poco después de la compra de Eigg, Escocia restableció su Parlamento por primera vez desde el siglo XVIII. La cuestión territorial fue una de sus prioridades. Así fue como la gesta de la pequeña isla se inscribió en la historia.
Al recorrer la única carretera que atraviesa su “propiedad”, desde el puerto hasta la aldea de Cleadale, los isleños pueden