En Glasgow, tras los pasos de la vanguardia
LA MAYOR CIUDAD DE ESCOCIA HA VIVIDO UNA ESPECTACULAR TRANSFORMACIÓN EN LOS ÚLTIMOS 30 AÑOS. ESTA ANTIGUA CAPITAL OBRERA Y DESFAVORECIDA SE HA CONVERTIDO EN UNA URBE FLORECIENTE QUE MIRA AL FUTURO SIN MIEDO Y SIN PERDER SU ALMA.
Está irreconocible! A cualquiera que regrese a Glasgow por primera vez en 30 años le costaría muchísimo orientarse. En los años ochenta, la ciudad más poblada de Escocia, conocida por aquel entonces como
the sick man of Britain –el hombre enfermo de Gran Bretaña–, sufría el estigma de una brutal desindustrialización. Paro, delincuencia, alcoholismo, drogas, precariedad generalizada... Había perdido un tercio de sus habitantes y solo mostraba un triste panorama de dinteles desconchados, viviendas sociales sin alma y barrios bajos tenaces.
En la actualidad, los muelles del río Clyde, que entretanto han sido peatonalizados y son las joyas arquitectónicas de la ciudad, brillan a la luz del sol: el Riverside Museum, diseñado por Zaha Hadid, el Auditorio de Norman Foster, conocido como “El Armadillo”, o la sede de la BBC Escocia totalmente transparente. Y en el centro de la ciudad, en las calles Sauchiehall y Buchanan, las fachadas victorianas han recuperado su esplendor.
¿Cómo ha sido? “A finales de los años ochenta, la ciudad empezó a limpiar los muros”, nos cuenta Jonathan Engels, que instaló su destilería artesanal en un antiguo mercado del East End. ¡Pudimos comprobar que la mugre tapaba edificios bonitos! Las fachadas de arenisca rosa hicieron revivir a los
glaswegians (habitantes de Glasgow) su pasado glorioso. Las fachadas fueron remozadas, lo que les devolvió su amor propio.” El glorioso pasado de la ciudad es el de un puerto comercial que, gracias a la Revolución Industrial, consiguió erigirse como la “segunda ciudad del Imperio”. La ciudad miraba al Nuevo Mundo y el tabaco le generó prosperidad en un primer momento. Luego, ya en el siglo XIX, Glasgow conoció un espectacular desarrollo industrial. En los años 1890, uno de cada dos buques salía de los astilleros del río Clyde. Míticos transatlánticos, como el Lusita
nia y el Queen Mary fueron construidos en dichos astilleros en el siglo XX. Tan intensa actividad alimentó nuevas vocaciones. En 1871 y con apenas 23 años, Thomas Lipton abrió su primera tienda de comestibles. Al cabo de 20 años, ya poseía unas 300. La fulgurante expansión de la ciudad fue acompañada de un crecimiento demográfico sin precedentes. Glasgow pasó así de 77.000 habitantes en 1800 a cerca de un millón en 1912. Dicho desarrollo favoreció la inmigración interior y atrajo a irlandeses e italianos que huían de la miseria, y a judíos de Europa oriental que querían escapar de los pogroms. Ciudad-escenario que dista mucho de ser ciudad-museo
Glasgow conserva muchos vestigios de aquella época gloriosa, hasta tal punto que es un escenario de ensueño para cineastas. El inglés Ken Loach privilegió los suburbios populares ( Mi nombre es
Joe y La parte de los ángeles). Danny Boyle rodó un gran número de escenas de Trainspotting en el centro de la ciudad y en particular en D’Jaconelli, un café que conserva el mismo aspecto que cuando se abrió en 1951 y que es famoso por sus helados italianos.“A las producciones de Hollywood les encanta Glasgow porque les recuerda cómo eran las ciudades estadounidenses a principios del siglo XX”, afirma Erika Silverman de 30 años.
Erika, miembro del servicio de desarrollo y regeneración de la ciudad y curadora de exposicio-
nes, llegó hace nueve años a Glasgow procedente de Filadelfia, para acabar su carrera de cine.Aquí se siente como en casa. Y afirma: “Glasgow no es ni chic ni estirada. Su pasado obrero y de clase media está muy presente en las producciones artísticas, contrariamente a Edimburgo, que es mucho más burguesa y académica.”Videastas, artistas plásticos, DJs… los jóvenes artistas disfrutan además de un mercado inmobiliario que les es favorable. “En Dennistown, en el East End, se puede alquilar un piso de dos habitaciones por 500 euros al mes”, nos cuenta Erika. Los londinenses pueden palidecer de envidia porque lo mismo les cuesta cuatro veces más. “Incluso con un contrato a tiempo parcial, un artista puede conseguir alojamiento y compartir un taller.”
El hecho de que un camión de producción de la BBC esté permanentemente aparcado delante del Centre for Cultural Alternative (CCA), en la calle Sauchiehall, significa que el organismo no para: conciertos, actuaciones, talleres, conferencias… Esta sede histórica de la contracultura en la que han estado artistas de la talla del poeta de la generación beat Allen Ginsberg, o la estrella del punk Kathy Acker, se ha convertido en toda una referencia de la cultura. “Glasgow es al mismo tiempo una gran ciudad y un pueblo donde todos los artistas se conocen entre ellos”, señala la joven curadora del CCA, Ainslie Roddick. “Independientemente de su disciplina, se interesan siempre por el trabajo de los demás, lo que crea vínculos entre ellos, incluso entre estrellas y artistas desconocidos. Así que es muy fácil poder charlar, por ejemplo, con un Premio Turner.” En 1996, el videasta Douglas Gordon fue el primer glaswegian en obtener tan preciado galardón, concedido por la Tate Britain. Desde entonces, han sido galardonados otros seis artistas que han pasado por la Escuela de Arte de Glasgow. Todos son protagonistas del Glasgow miracle, como llaman aquí esta abundante creación contemporánea. Aquí los artistas no están acomplejados, porque los propios habitantes no se toman en serio. Prueba de ello es el sombrero que le han puesto a la estatua del duque de Wellington: un cono de obra.
En cuanto a la música, la ciudad ha dado a luz a grandes nombres, como Simple Minds o más recientemente Belle and Sebastian o Franz Ferdinand. Cualquier pub ofrece música en vivo varias veces a la semana. Se organizan festivales durante todo el año, como el Celtic Connections, uno de los mayores eventos mundiales de música celta. “Glasgow se ha convertido en un centro de conexión para los músicos”, nos explica Catriona MacDonald, de 48 años y miembro de las String Sisters, un grupo de fiddle (violín folk). “Muchos de mis amigos sueñan con poder actuar aquí: es un trampolín y un escaparate internacional.” Y los grupos siempre empiezan sus giras por Glasgow, donde el público es muy entregado y receptivo. Les da confianza para el resto de la gira. El eslogan oficial de la ciudad,
People make Glasgow, lo dice todo. Los habitantes de la ciudad, ya sean artistas o simples ciudadanos, son solidarios... y tenaces. “En la orilla sur del río Clyde, los Govanhill Baths, un bello ejemplo de arquitectura eduardiana que cerró en 2001, iban a ser derribados”, nos cuenta Erika Silverman.“Los ribereños se movilizaron y les dieron la razón. Hoy en día, los baños son el verdadero pulmón cultural y social de todo un barrio.”
¿Glasgow salvada por sus habitantes? No solo, porque los poderes públicos han invertido mucho dinero para transformar la antigua capital obrera en una ciudad de arte y cultura. A modo de ejemplo, señalemos que el 80% del presupuesto del CCA procede de subvenciones. Ha sido todo un éxito: Ciudad Europea de la Cultura (1990), Ciudad Europea del Arte y el Diseño (1999), Capital Europea del Deporte (2003)... La ciudad que fue sede de los Juegos de la Mancomunidad en 2014, es alabada como modelo de regeneración urbana. Y ya es el tercer destino turístico del Reino Unido.
A pocos minutos del centro urbano y hacia el oeste, se sitúa Finnieston. En 2016 y según el Times, este barrio entró a formar parte de la lista de los 20 lugares más felices de Reino Unido para vivir. En apenas diez años, en esta antigua tierra de nadie atrapada entre el elegante West End y los muelles del río Clyde se han instalado bares y restaurantes de moda que están siempre llenos.“Glasgow se ha convertido en una ciudad de gastrónomos”, afirma Kevin Dow, el gerente del Gannet, que abrió en 2013 en la calle Argyle. Este local atrae a gourmets que huyen de la sofisticación de la gran cocina y ofrece una “cocina escocesa contemporánea” que combina hierbas, raíces, productos del mar, caza... lo que le valió este año un “Bib Gourmand”, distintivo concedido por la Guía Michelin para recompensar una cocina de gran calidad a precios moderados. La cocina vegana también está de moda. Glasgow se ha autoproclamado “la ciudad más
vegan-friendly del Reino Unido”: los restaurantes veganos crecen como la espuma y a veces están adosados a una sala de conciertos... ¡Uno no cambia!
HIERBAS, RAÍCES, CARNE DE CAZA… LA CREATIVIDAD TAMBIÉN ESTÁ EN LOS PLATOS