Con la nariz en la turba de Islay
YODO, CEBADA Y UNA TIERRA FÉRTIL… DE ESTA QUÍMICA MUY SCOTTISH NACEN WHISKIES ÚNICOS EN EL MUNDO. UN ARTE QUE LOS HABITANTES DE ESTA PEQUEÑA ISLA DE LAS HÉBRIDAS INTERIORES REINVENTAN CONSTANTEMENTE.
El acontecimiento fue portada del periód i c o l o c a l . “¡ Dos nuevos alambiques en Islay!” anunció el Ileach en el mes de diciembre pasado. Desde el muelle de Port Askaig en la costa oriental, el semirremolque precedido por un gaitero, avanzó lentamente hasta Ardnahoe, a cinco kilómetros más al norte. Su misión: entregar dos mastodontes de cobre –9.500 y 12.000 litros– a una nueva destilería inaugurada en la primavera de 2018. Es la novena en una isla cuya superficie se asemeja a la de Ibiza. Nueve destilerías para una población de 3.500 habitantes, ¿Quién da más?
Islay, también conocida como la reina de las Hébridas Interio- res, es la isla más meridional del archipiélago. Es muy famosa entre los amantes del whisky por sus prestigiosas destilerías: Bowmore, Laphroaig, Ardbeg, Lagavulin, Bruichladdich... Unos espirituosos poderosos y yodados, al igual que la tierra de la isla, una landa ondulada, azotada por las olas y vientos salados. Un paraíso natural de color rojizo, salvo en verano, y poblado de águilas reales, ciervos, focas y nutrias.
La tierra de la isla es fértil y húmeda y, al quemarse, libera un humo muy aromático: la turba. Se utiliza como combustible para secar los granos de cebada, y es lo que le da a los whiskies locales un sabor único. Es el más “turbado” de Escocia. Gracias a su fuerte personalidad, los whiskies de Islay han podido resistir el colapso del mercado durante los años ochenta, que provocó un gran número de quiebras y cierres. La isla disfruta de una nueva edad de oro, gracias al éxito de los whiskies puros de malta. Estas bebidas alcohólicas, producidas con una combinación de whiskies de malta procedentes de una misma destilería, son muy apreciadas por los entendidos, sobre todo en Francia y España.
En 1997, tras una interrupción de 16 años, la destilería de Ardberg reabrió sus puertas después de s er s a lvada por el i lust re grupo escocés Glenmorangie, con sede en las Tierras Altas. Al cabo de cuatro años, unos apasionados reactivaron la producción de Bruichladdich, adquirida
en 2012 por el grupo francés Rémy Cointreau.
En el oeste de la isla, la joven destilería de Kilchoman, fundada en el año 2005, es la única que está situada tierra adentro, mientras que las demás casas históricas están instaladas en la costa. Esto se debe a que antaño todos los intercambios de la isla se hacían por mar. Es fácil reconocer la antigua granja, rodeada de cultivos de cebada, por sus muros de piedra, dado que las demás f a c h a d a s e s t á n pi nt a d a s d e blanco. Cada destilería se esfuerza en destacar su especificidad: Bowmore, fundada en 1779, es la más antigua de las que permanecen activas. Bruichladdich produce el whisky más “turbado” del mundo. Caol Ila es la mayor de las destilerías de la isla y vende más de seis millones de litros cada año
A los 70 años, el genio de los alambiques vuelve al trabajo
Frente a estas prestigiosas instituciones, la “granja” de Kilchoman se vanagloria de no pertenecer a ningún grupo internacional y de producir un whisky “100% de Islay” a partir de cebada cultivada en la isla y de turba local. Pero para los empleados, la competencia entre destilerías solo es aparente. En la isla apenas 300 personas trabajan en el sector del whisky y todos se conocen. A lo largo de sus carreras, los stillmen (destiladores), los maltmen (malteros) y los conferenciantes pasarán seguramente de un trabajo a otro.
A unos diez kilómetros de ahí, alrededor de Port Charlotte, un pueblo blanco situado a ras del agua, el paisaje recuerda tanto Bretaña como Patagonia. ¡Next stop, America!, suelen decir bromeando por aquí. Las olas del Atlántico Norte se precipitan en el Lochindaal, una bahía que penetra profundamente hacia tierra firme.
L o c h i n d a a l e s t a mbié n e l nombre de un pub sin pretensiones, donde se bebe el whisky half and half –es decir, un vaso de whisky y una caña– delante de la chimenea donde suele chisporrotear un buen fuego. L a carta de whiskies ofrece 75 referencias, de las cuales 59 son producidas en la isla.
Todos tienen sus propias preferencias. Y aunque es imposible que se pongan de acuerdo sobre cuál es el mejor whisky, hay un nombre en boca de todos: Jim McEwan, una nariz y un genio de los alambiques. Él es el creador del Octomore, un whisky que elaboró para Bruichladdich y que se distingue por su espectacular concentración de turba. Jim, de 70 años, tenía pensado retirarse... Pero no es tan fácil como parece y ahora trabaja para Ardnahoe, una destilería inaugurada en mayo de 2018. Pretende encarrilarlos y formar a sucesores. “Trabajaremos a la antigua usanza, respetando la tierra y solo manualmente”, nos dice Jim. “Buenos whiskies, envejecidos en buenos barriles de bourbon. Durante mi carrera he creado cosas inverosímiles, pero ahora lo haremos de forma sencilla, basándonos en el arte de la destilación y la calidad de la madera de roble para envejecerlo.” Es un viaje que nos lleva de regreso a los orígenes.
La fama de la producci ón l o c a l e s t á c a mbi a n d o e l a s - pecto de la isla. De forma sutil. “En Port Charlotte, en la calle Main y en temporada baja, se ven menos luces encendidas a través de las ventanas”, señala Pierre Quillet, un barman del pub Lochindaal. “Eso demuestra que cada vez hay más residencias secundarias aquí.” Entretanto se está construyendo un hotel imponente cerca del aeródromo, así como un campo de golf de 18 hoyos. Los B & B crecen como la espuma. “La isla no fue nunca tan próspera como ahora”, afirma Jenni Minto, que se encarga del pequeño museo local. “Ahora hay más empleados en los centros de visitantes de las destilerías que en sus zonas de producción.”
Además, y para acompañar o incluso superar el auge del mercado, las casas nobles están invirtiendo. Por ejemplo, Kilchoman propone series limitadas envejecidas en barriles de Sau- ternes o de vino tinto, lo que le permitirá doblar su capacidad de producción con dos nuevos alambiques.
Una piscina climatizada y con sauna en la “capital”
To dos est án esp erando la reapertura en 2020 de la destilería de Port Ellen, mítico establecimiento fundado en 1820 y que cerró en 1983 por la crisis, en el sur de la isla. Las botellas de esta casa aún se venden por varios miles de euros. Pero por ahora, Port Ellen, un pueblo que forma un arco alrededor de una pequeña bahía, sigue adormecido, apenas sacado de su letargo por los cargueros que descargan toneladas de cebada procedentes en su inmensa mayoría de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Solo la maltería logra aquí su máxima capacidad productiva.
A diez kilómetros más al norte, Bowmore, la “capital” de Islay, está más animado, aunque el pueblo apenas tiene 860 habitantes y una sola calle principal que baja hacia el mar desde la curiosa iglesia redonda de Kilarrow. Hay algunas calles perpendiculares, un puñado de tiendas y... una atracción muy popular en una isla que no tiene ni sala de cine y donde las diversiones son escasas: una piscina con sauna.
La piscina está climatizada, tanto en invierno como en verano, con los vapores canalizados de la destilería colindante. Desde la sala de gimnasia situada en el primer piso, las vistas se difuminan en el Lochindaal. Se organizan unos pocos conciertos en el Gaelic Centre y en mayo se celebra el Fèls Ile, el festival de la malta y la música.
Pero cuando el viento sopla con fuerza y el ferry permanece atracado, ocurre a menudo que a los isleños, enclaustrados en su paraíso de bolsillo, les parece que el tiempo pasa lentamente. En ese caso, no lo dudan y aprovechan para tomar un wee dram, es decir un sorbo de los excelentes licores locales.