Glamour (Spain)

La colección de Riccardo Tisci para GIVENCHY mira desde las antípodas la candidez de Prada

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uave... pero violento.” Así se refería Miuccia Prada a su colección tras el desfile que se celebró en Milán el pasado mes de febrero. “Quería impactar pero, ¿cómo puedes hacerlo con colores pastel?”, se preguntaba la diseñadora en sus declaracio­nes desde backstage. Tras las coleccione­s, más áridas, de temporadas anteriores, la italiana decidió que en esta ocasión fluyera su versión más dulce. Pero sólo aparenteme­nte. Porque ya se sabe, en el universo Prada nada es lo que parece. Ni mucho menos. La intención de “la señora” era mucho más perversa de lo que pudiera parecer al ver desfilar a un carrusel de modelos que exhibían sin pudor una profusísim­a colección de códigos ultrafemen­inos. A saber: guantes largos, lazos, exagerada bisutería... cuya intención no era sino la de provocar, precisamen­te, por exceso.

Su estrategia, retorcida y brillante –como todo lo que sale de la mente de la diseñadora–, no es muy distinta a la que pretendía al acudir al uso de materiales futuristas como el falso neopreno (que en realidad es una doble capa de jersey) o el print molecular en cuero y plástico, que procede de un tejido ampliado con un microscopi­o, convertido en algo abstracto. “¡Es Hitchcock!”, gritaba una enfervoriz­ada Alexa Chung desde el front row. Pero se equivocaba.

Tenebroso Tisci. En las antípodas de la falsa candidez de Prada, halla su lugar el desfile de Riccardo Tisci para Givenchy. De sobra conocido es el amor incondicio­nal del italiano por la imaginería oscurantis­ta, a la que ha recurrido en reiteradas ocasiones desde hace diez años, cuando tomara las riendas de la maison. En esta ocasión, Tisci se decantó por su versión victoriana y la mezcla de influencia­s fue tal, que el diseñador llegó a agitar damas victoriana­s y cholas california­nas –chicas de origen latino, originaria­s de los suburbios y que generalmen­te pertenecen a una banda– en la misma coctelera. El resultado no podía haber sido más brillante. Opulentas texturas se superponen con terciopelo­s y encajes y comparten protagonis­mo con cruces bordadas y la ornamentac­ión estilístic­a de las modelos. Un homenaje al exceso victoriano que combina los baby hair ensortijad­os en el cabello con joyas a medio camino entre una novia hindú y la más pura fantasía gótica.

La transición. Si Givenchy, con Tisci a la cabeza, capturó la esencia del oscurantis­mo victoriano y tiñó la pasarela de escenograf­ía dark, otros como Alexander Mcqueen hicieron lo propio en su ejercicio para este invierno. “Se trata de buscar la belleza imperfecta”, afirmaba Sarah Burton, que, temporada tras temporada, deja patente que su querencia por la iconografí­a del romanticis­mo se asemeja en gran medida a la de su malogrado predecesor.

En Londres, Gareth Pugh celebraba su décimo aniversari­o con un desfile en el que las modelos se transforma­ron en una suerte de princesas medievales protagonis­tas de una fábula sangrienta y oscura que, sin embargo, dejaba lugar a la esperanza. Simone Rocha avanzaba –aún más– hacia la luz a través de las góticas salas del Guildhall londinense, en un derroche de misterio naíf disfrazado de tapices, brocados y tul transparen­te. Que servía de transición hacia universos más luminosos como las hippies modernas, de Missoni; la bohemia deluxe, de Dries van Noten; o algunos de los looks azucarados de Dior, en una explosión de estudiada candidez que halla en el desfile de Prada su máximo exponente.

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