Glamour (Spain)

Los hombres franceses saben de amor... Màxim Huerta nos lo cuenta

Según la última encuesta realizada por Babel, aplicación para el aprendizaj­e de idiomas, el acento francés es, sin dudas, el más erótico. ¿Será esta caracterís­tica la impulsora de que hablen tan bien de amor? ¿De que lo entiendan? ¿Y disfruten tanto? Lo a

- Texto: Màxim Huerta

nos lo han dicho desde niños: ¡ sonríe para la foto! Pa-ta-ta . Y sonreímos. Es barato, fácil y chispeante para el recuerdo. Pero la vida nos va cansando y, con los años, la s sonrisas salen menos naturales que al principio. A veces, incluso, ni apetece : “No me pidas que sonría”, “No teng o el día”… y otras excusas para no alarg ar la comisura . El resultado es que la sonrisa , con el tiempo, se va convirtien­do en mueca. Algo estático, ríg ido, frío y muy artificial.

El antídoto perfecto, la risa . Está científica­mente demostrado que la risa sincera , la espontánea, desencaden­a procesos bioquímico­s muy beneficios­os para nuestro body. Sigmund Freud atribuyó a las carcajadas el poder de eliminar energ ía negativa . Lo cierto es que g enera endorfinas, encefalina­s y todos esos ingredient­es ricos para la alegría . Alivian el dolor y le envían mensajes al cerebro diciéndole : “Todo i rá bien”.

Si recuerdo la última vez que me reí de verdad, de manera franca , descubro que estaba desinhibid­o, l iberado y optimista . Piénsalo tú. ¿Cuándo f ue la última vez ? ¿Cuándo desplegast­e tu última sonrisa verdadera ? Un dato importante : los niños ríen entre 300 y 450 veces al día , mientras que los adultos lo hacemos una media de 15 veces. Podríamos pensar que parecen demasiadas, visto el panorama de descontent­o y gruñidos que nos rodea . Pero eso dicen. Será que no nos damos ni cuenta de q ue sonreímos.

El país de la f iesta está malhumorad­o.

Estamos malhumorad­os, andamos broncos y las cenas se han convertido en debates ariscos. No hablemos de Twitter, donde todo el mundo se despierta para gruñir y buscar batallas donde sólo hay bufidos. Para ser el país de la fiesta – así lo hemos vendido desde hace años– nos quejamos mucho. Andamos taciturnos, cariaconte­cidos y cetrinos, como sacados de un cásting para La casa de Bernarda Alba. Gemimos por todo, pero sobre todo por las tonterías. Y ése es el problema. Hay motivos y razones para muchos de esos lamentos importante­s, pero desgastar energía con asuntos menores es una forma de acumular negativida­d.

un psicólog o amigo me dice que ponemos mucho afán en contar dramas y muy poquito en compartir comedias. “Que a los amigos no se les l lama únicamente para explicarle­s lo mal que va todo”, insiste. “También hay que l lamarles para compartir ilusiones.” Si exagerásem­os las alegrías tanto como engordamos alg unas tristezas, nos iría mejor. Hay que insistir en la felicidad. Palabra del S eñor… psic ólogo. Patricia Highsmith, en la novela Carol, dice alg o revelador : “La felicidad era un poco como volar, como ser un cometa. Dependía de cuánta cuerda se le soltara”. Al final va a ser la física la ciencia que consiga la fórmula de la felicidad. Soltar cuerda y eliminar lastre. Equil ibrio de f uerzas tendiendo a la entropía . O la maravillos­a historia de Zezé en Mi planta de naranja lima. Un niño que consig ue generar destellos de luz en medio del drama más ceniciento. Incluso, por ser ecléctico con los ejemplos, Kiki de Montparnas­se en los años veinte. Una chica nacida en la pobreza, abandonada y cuidada por su abuela , que al l leg ar a París convirtió

“En Francia, la vida sexual se alarga, y se presume de amor”

las noches y los días en una fiesta que ríete tú de Heming way. París, París… En la ciudad del amor se habla de amor y lo generan. ¿Razones ? Porque no se tiene, porque se varía de pareja más a menudo, porque entretiene hacerlo, porque les fascina el erotismo, jug ar a la sensualida­d… La cuestión es que les g usta hablar de amor. Suele ser un tema de conversaci­ón y resulta contag ioso. Hasta se emite un programa de l ibros l os viernes por la noche (¡) que coquetea con las palabras. Medias sonrisas, anécdotas, recuerdos y f uturas aventuras. Focalizan en el amor, ésa es la cuestión. Y se discute menos, ése es el r esultado.

¿Cómo lo hacen?, quise saber. Cómo es que andan menos ásperos. Qué hacen para conseguir ese je ne sai quoi que les pone irresistib­les. Por qué la mayoría de franceses anda más relajado. ¿Por el sexo? ¿Por amor? En las novelas el amante siempre es francés y en el cine de Hollywood poner un garçon ha sido siempre un plus para el guión. ¿Qué les pasa? “Lo parisino ha sido siempre ejemplo de sofisticac­ión, sensualida­d y exotismo”, me responde Bibiana Fernández.

el amor y el sexo no entiende de generacion­es en Francia. Tanto en el cine como en la calle, vemos a parejas maduras regalándos­e gestos de afecto, besos con leng ua… En resumen, alargando su vida sexual. Esto cuesta encontrarl­o en España. Una pena que aquí no se visibilice más el amor maduro, aunque exista se esconde como si fuera feo. La realidad es que la vida sexual se alarga en Francia y se presume de amor. Así son los vecinos de arriba. Se exhibe, se pasea, se muestra, se vive. No hay remilgos, ni malas caras. Hay pasión. Y lo c omentan.

“Los franceses le dan al amor la importanci­a que tiene”, me explica Marie. Cuando le preg unto cómo lo hacen, me suelta una oración digna de aplauso : “Saben vivirlo. Disfrutan del arte y la cultura , del buen vino y de la buena mesa, de las pequeñas cosas de la vida . Tan pequeñas como sus mesitas de terraza puestas en la calle”, dice riendo. “Hay alg o genético en el francés, de naturaleza voyeur”, añade Christine apuntándos­e el matiz. “¿Recuerdas ? –le dice una a la otra–. Una vez, un señor pegado a mi silla en el café Bonaparte me dijo que las cosas más importante­s de la vida son el amor y la música . Quería l ig ar.” Me sorprendió que l o dijera así, le dije, teniendo esa fama de secos que colecciona­n. “No es verdad, apúntalo. No- es-verdad.” S onríen l as dos .

Alma de copla. Quizá los españoles estamos más acomodados en el amor y en la conquista. Se santifica la familia y se glorifican los niños. Fundar la casa. Amueblarla. Y poner una hipoteca de amor a treinta años. Los franceses de tanto escuchar canciones de Yves Montand y Charles Aznavour –o leer a Baudelaire desde la escuela– han descubiert­o que al final la vida se resume en eso : amar. Y ya. Lo demás es accesorio, como los bolsos. Aquí vamos sobrados de copla, de “cuándo serás mía” y de hacerse un rosario con tus dientes de marfil desde hace décadas. Mientras, allí paseaban por el Sena con la minifalda, aquí pedíamos no ponérnosla para ir a los toros. Ay, Manolo.

Gusto por coquetear. Sí, sí. Parece de broma. Pero a f uerza de desventura­s vamos creando la personalid­ad. No es lo mismo oír susurrar sexualment­e a la Bardot y a la Birkin con su Gainsbourg en una melodía erótica hasta el infinito, “Je t’aime mon non plus”, que andar pidiendo “cállate niña no l lores más” por las l istas de éxitos. 1968, París-madrid. Mismo año. Tan c erca y t an lej os.

Por eso hablan de amor. Hablan más de amor. Mucho más. Se han acostumbra­do. Suena la música –francesa , claro – y sentados frente a la calle miran la vida pasar. De dos en dos, curiosamen­te. ¿Para discutir ? No, para coquetear. Ellos y ellas se despeinan mejor.

“Hay algo genético en el francés de naturaleza voyeur”

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