El amor en los tiempos del tofu
Carol López, editora de belleza de GLAMOUR, y Javier Sánchez, experto en gastronomía, están casados y nunca han tenido conflictos sobre qué disco poner en casa o cuáles son sus series favoritas, pero en la mesa son incompatibles. ¿Pueden un carnívoro y un vegetariano vivir y durar como pareja? Mi nueva vida VEGANÍVORA
el día que Carol me dijo: “Cariño, tenemos que hablar” un escalofrío recorrió mi cuerpo. Pero era mucho peor: me hizo prometerle que jamás volvería a meter un cadáver en la nevera. Soy carnívoro de la variedad asturiano cachopo lover, y en estos dos años he hecho un máster en proteína vegetal, he probado todas las versiones posibles de recetas con garbanzos y he asumido que el atún y las croquetas de jamón no cuentan como vegetariano. Ni los dos primeros vuelcos del cocido tampoco.
Decidimos que en casa solo comeré productos animales de granjas sin sufrimiento. Tengo más información de cada loncha de ibérico que entra en casa que la Wikipedia y cuando hay que comprar huevos investigo nivel Jessica Fletcher. Fuera de casa me cuesta más reprimir mi ramalazo carnívoro: me apasiona una buena hamburguesa –con la carne siempre al punto menos–, soy feliz si con la caña me ponen torreznos de tapa, me atrevo con la casquería, me encanta el pescado crudo y nunca digo “no” al viaje lisérgico de un solomillo de vaca madurado. Temí que la metamorfosis veggie de Carol complicara nuestra afición de salir a cenar. Pero la prueba de que la química del amor no está reñida con la dieta ha sido una ruta de una semana por estrellas Michelin –Arzak y Berasategui incluidos– en la que las cocochas y el boniato, el tuétano y las setas, acababan cada noche en empate técnico. Esto de llevar una doble vida culinaria se digiere muy bien y, aunque negaré haberlo dicho, creo que el kebab de seitán tiene su punto. Eso sí, reconozco que a veces, cuando Carol no está en casa, me hago unas chuletas. Sin crueldad, eso sí.