¡QUÉ ARTE!
Además de sus exposiciones paralelas en España, Alberto Giacometti y Tamara de Lempicka comparten año de nacimiento, 1898. Sin embargo, su visión de la realidad no pueden ser más distintas: mientras que los cuadros de Giacometti eran austeros, mayoritariamente en tonos grises; Lempicka nunca escatimó en utilizar todos los colores de la paleta y reprodujo con ahínco sedas, metales y las últimas tendencias de la época. Quizás por sus orígenes dispares –el pintor creció en el montañoso cantón de Borgonovo, Suiza, compartiendo estudio con su padre y utilizando a sus hermanos como modelos, mientras que la pintora y socialité pasó su juventud viajando entre Varsovia, Moscú y París donde recibió el apodo de “La baronesa con pincel”– las mujeres de la pintora, que son sensuales y rotundas, a menudo expandiéndose más allá de los límites del cuadro, se sitúan en las antípodas de las esculturas femeninas de Giacometti, cuyas figuras filiformes apenas se distinguen de los cuerpos masculinos.
Me llama la atención que esta tensión dure hasta nuestros días, donde las propuestas de Balenciaga, Victoria Beckham o María Ke Fisherman proponen líneas puras en ocasiones andróginas, frente a los estilismos excesivos, brillantes y con énfasis en caderas y pechos de Rodarte, Dolce & Gabbana o Juan Vidal. Gracias a todos ellos puedes elegir quién quieres ser cada día, la mujer de estética ambigua directa a su objetivo o la soñadora hedonista que prefiere entretenerse en el viaje. En cualquier caso, la obra de arte siempre serás tú.