Glamour (Spain)

Islandia

Aquí se habla en voz baja, estamos solos en el paraíso.

- TEXTO: LIDIA MASERES. FOTOS: ROSA COPADO

La soledad llega, se busca o se encuentra, y en Islandia suceden las tres cosas a la vez. La isla que arrasaron los vikingos hace mil años y que resurgió de sus propias cenizas y de las del volcán Eyjafjalla­jökull hace solo diez, es una extensión verde, negra y blanca en la que la belleza campa a sus anchas y la respiració­n se corta. Una vez, dos veces, todo el viaje. Abruma, empuja a hablar entre susurros por si de la nada, o del suelo, surgiera con violencia una columna de agua caliente con vapor, o una manada de caballos salvajes de pelo largo, pero lo cierto es que Islandia, cuyo leitmotiv es “Þetta reddast”, traducido como “Todo va a salir bien”, es un desierto de colores donde el tiempo cambia cada cinco minutos y donde viven apenas tres personas por kilómetro cuadrado. En España, para que compares, la densidad de población es de 93 habitantes por cada 1.000 metros cuadrados, y hay zonas de interior que están vacías. Islandia no es rara, es diferente, y su alma pausada, cara, cada vez más turística pero siempre variante, sorprende hasta al más viajado. No hay otro lugar en el mundo igual, y sus altos niveles de sensualida­d nórdica están a la altura de la escasa monopoliza­ción de los locales que nos guste o no, lo pueblan todo: ni hamburgues­as con patatas fritas de Mcdonalds, ni muebles con instruccio­nes impresas en papel reciclado de IKEA, ni jerséis de cachemir de Zara para paliar el frío. A cambio, pizza (siempre sin piña porque su presidente Guðni Thorlacius Jóhannesso­n la odia) en Pizza with No Name (uno de los mejores restaurant­es de Reikiavik), hoteles construido­s en madera como el Rangá (en Hella), donde su amable servicio te llama a cualquier hora de la noche al teléfono de tu habitación si las auroras boreales amagan con aparecer, y un gran eje en forma de círculo dorado que une gran parte de las atraccione­s turísticas que no por atraer a miles de curiosos dejan de ser mágicas, ¿o dejarías de sumergirte en las aguas superazule­s y supercalie­ntes de la Blue Lagoon porque todos los que pisan Islandia quieren darse el gusto de bañarse en semejante paraíso no tropical con un vino en la mano, mientras fuera el hielo se amasa y dentro la temperatur­a alcanza los 40 grados? No solo eso, el hotel homónimo es una alegoría del diseño y la belleza construido frente a un paisaje volcánico de fácil acceso, que puedes contemplar desde las habitacion­es gracias a grandes ventanales; además tiene su propio reservado para zambullirt­e en el agua directamen­te desde el propio edificio, antes o después de un tratamient­o beauty es no solo placentero, sino alucinante. Un lujo del siglo XXI que requiere de tiempo y calma y a pesar de la tentación, lo mejor es dejar el teléfono móvil cargando en la habitación. También en la cena si reservas en su restaurant­e Moss, donde la cocina islandesa, a base de verduras y pescados, se reinventa en cada servicio. “Islandia ha sido un antes y un después. He visitado muchos lugares en el mundo pero no recuerdo haber tenido una relación tan salvaje con la naturaleza. Gracias a sus paisajes y su energía, conseguí volver a conectar con un yo perdido. Solo tenía ganas de estar en silencio y escuchar lo que veía”, asegura la fotógrafa Rosa Copado. Ella, que recorre mundo con la cámara cargada, vivió todo lo vivible, y capturó hasta donde le dejaron (hay lugares donde los smartphone están prohibidos) en esa isla en la que sus feligreses rezan en una iglesia negra, no existen apenas árboles, la cerveza no llegó hasta 1989 y las horas de sol pueden llegar a apropiarse de casi la totalidad de las 24 fracciones que tiene un día. Y lo mismo sucede con las noches. Pero te acostumbra­s; acabas lidiando con ello como un islandés más. Hablar en voz baja en Islandia no es una rareza, porque como decíamos nada es raro, todo es diferente. La inmensidad (y la despoblaci­ón) no es violenta, pero sí da respeto, y el silencio manda. La buena noticia es que el hechizo no se rompe ni en voz alta, y aunque el entorno natural invoca el mimo y el susurro, no sufras, estamos solas en el paraíso.

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