Glamour (Spain)

labenitoes­cribe

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Odiaba todos mis lunares hasta que alguien decidió usarlos como mapa del tesoro. Desde entonces, ya no los escondo por si algún día ese “alguien” decidiera volver. No me perdonaría que se perdiera en el camino solamente porque yo no me atreví a dejarlos a la vista. «Si solo son lunares», solía decirle yo. “No son solo lunares, son TUS lunares. Y no hay nadie en el mundo con la misma combinació­n —contestaba siguiendo con su dedo índice la ruta entre cada uno de ellos—. Yo he tenido la suerte de saber descifrarl­os, pero la próxima vez no te escondas tanto, no todo el mundo es tan sabio como yo.”

Dice mi amiga Eva que soy como una urraca, que veo el brillo de las personas incluso antes de que ellas mismas sean consciente­s de dónde lo tienen. Porque lo tienen, eso es seguro; todos lo tenemos. La magia empieza el día que descubrimo­s cómo sacar la luz. Tenemos miedo, dudas, no queremos ser juzgados, nos preocupamo­s tanto de amoldarnos a los demás que a veces se nos olvida cómo somos. Igual que en el juego infantil en el que hay que introducir cada pieza por el hueco de su silueta; qué cantidad de tiempo perdido en observar y encajar en una forma que no es la nuestra. Tiempo valiosísim­o que debimos haber dedicado a descubrirn­os a nosotros mismos. El día que te conoces y te quieres, te vuelves casi invencible. Entre mis propósitos de Año Nuevo de las tres últimas campanadas, mi prioridad ha sido cuidar el brillo; el mío y el de los demás. Y nunca, en ningún caso, apagar a nadie.

Antes de irme os contaré que ese “alguien” era un alma libre. Tenía tantas vidas por vivir que hubiera sido injusto que gastara una entera conmigo. Muchos inviernos después, me llegó una carta al buzón. En el remite solo ponía: “¿Qué haces dentro de un año?”. En el interior, contaba una historia de amor acompañada de un billete de avión con destino abierto: “Todavía hay veces que me acuerdo de ti. Aún no sé dónde acabaré mi viaje por el mundo, pero hay algo que me dice que tiene que ser contigo. Siempre vienes a mi cabeza cuando como mandarinas, cada vez que huelo ese jabón de leche y miel o si alguien me habla de Lisboa. A veces recuerdo con nostalgia esa risa contagiosa que te empeñabas en disimular y esa manera tan tuya de bailar en cualquier sitio. Y, sobre todo, no me olvido de tu forma de mirarme. Ni de ese lunar que tienes encima del labio. Ahí siempre quiero volver. Ojalá puedas venir”.

No fui, yo ya tenía otra vida. No fui y todavía hay veces que me pregunto por qué.

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