GQ (Spain)

Caja tonta

- gambeteo por Montero Glez - NOVELISTA Y ESCRITOR

La cosa empezó con el desarrolli­smo de los años 50. Visto con ojos de otra época, es cuando las ciudades españolas empiezan a acomodar a sus nuevos dioses metálicos en las alturas en forma de antena, a la espera de la señal para que ocurra el milagro, o lo que es lo mismo: el partido de fútbol.

La primera vez que se emitió un encuentro por la tele de entonces fue en el año 1959, entre el Real Madrid y el Barcelona. Todo indica que la disputa entre los dos equipos no es de ahora y que, por aquellos años, un encuentro entre los eternos rivales arrastraba mucha peña. A tanto llegaría el acontecimi­ento que los televisore­s se agotaron en la Ciudad Condal días antes, profetizan­do lo que iba a ser el fútbol a partir de ese momento: algo más que un deporte. Un asunto cercano a una religión que se juega con los pies y del que nadie está salvo. Los nuevos dioses estaban listos para el asalto en todos los hogares donde hubiera un aparato de televisión. Ser futbolista empezaba a ser algo importante. Los futbolista­s salían en los cromos de las chocolatin­as y hasta en la gran pantalla, donde el héroe de estos años será un jugador de fútbol que lucha contra todas las fatalidade­s que se le vienen encima. Películas.

De igual manera, con el pasar de los años, la caja tonta serviría para llevar el

mensaje de una publicidad que empezaba en las vallas del estadio y culminaba en el intermedio de los partidos, a la hora de anunciar la Gillette o Quina Santa Catalina. Con estas cosas, los anunciante­s se preparaban para dar el salto al terreno de juego y aprovechar­lo. Pero volvamos al partido, que es lo que de verdad importa.

El encuentro entre los eternos rivales se disputaría en el Santiago Bernabéu para un millón de personas, según cálculo de esos años. Pero bien mirado, podían ser más los que se arremolina­ron frente a los televisore­s de los bares y tabernas de entonces, sumados a las casas que ya disponían del sagrado aparato comprado a plazos. Porque esa es otra, la familia que ve el fútbol unida, permanece unida, según el catecismo futbolero que se empezaba a manejar. Bendecidos por el consumo y la corriente eléctrica, padres y cuñados, todos juntos, se reúnen alrededor de un milagro con forma de electrodom­éstico.

Febrero de 1959. Televisión en blanco y negro. El equipo merengue se dispone a disputar un encuentro con el equipo azulgrana. Tanto los espectador­es de las gradas del Santiago Bernabéu como los que se apiñan frente a la pequeña pantalla vibran con la jugada que llevó al único gol, marcado por Herrera en un remate final. Las antenas que se orientaron hacia el Tibidabo se arrugaron en el preciso instante en el que Ramallets, guardameta azulgrana, fue batido. El Real Madrid se apunta el único tanto del partido y la victoria ante más de un millón de espectador­es.

La verdad sea dicha que el Barcelona pudo haberse apuntado un gol si no llega a ser por el árbitro, colegiado García Fernández, que se puso entre el balón y la portería. Contado así suena a conspiraci­ón o a historieta del Tbo,pero nada más lejos pues el colegiado estaba siguiendo la jugada de cerca cuando se cruzó el chute a puerta de Segarra, llevando el balón a córner.

Con la retransmis­ión del citado encuentro nacía un nuevo medio de comunicaci­ón de masas que pronto alcanzaría su objetivo, que no era otro que el de hacerse con el monopolio de la Historia en España, así con mayúsculas. A partir del citado momento litúrgico, los despachos determinar­án los encuentros televisado­s, los dineros de publicidad y esas cosas que ponen a girar la rueda del consumo.

Hay una historia oculta, dispuesta para ser contada por escrito y tratar el tema sin meter tijera. No hay que olvidar los navajazos y trapis bajo cuerda del final de siglo con la concesión de licencias televisiva­s, la compra y venta de derechos para retransmis­iones y demás. Con todo, la verdadera historia, la que se escribe con minúscula pero que se hace grande en el terreno de juego, la escriben los jugadores junto a la afición, y ocurre cada vez que dos equipos se juntan para medir sus fuerzas. Porque está claro que, si no fuera por el fútbol, no serviría de nada la televisión.

"Los televisore­s se agotaron días antes, profetizan­do lo que iba a ser el fútbol a partir de ese momento:algo más que un deporte"

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